Se cumplen cien años de la muerte de Marcel Proust y el cuerpo lo sabe. El año pasado se cumplieron ciento cincuenta del nacimiento y también hubo movimiento en las mesas de novedades. Cartas, escritos sobre arte, escritos de otros sobre Proust… Piqué en un libro de ensayos audazmente tiltulado Proust y otros ensayos literarios (La balsa de la Medusa), a Proust le dedica cinco de las 338 páginas, pero como son textos de Paul Valéry, lo compré igualmente. Tengo encargadas las Cartas escogidas, en Acantilado y con edición de Estela Ocampo. Como no tengo tiempo para sentarme a leer los siete tomos de la Recherche me consuelo picoteando en los laterales y en lo subsidiario. Los siete tomos están en el lateral de la estantería, en una edición de bolsillo en francés, con una caja que los contiene todos y que los hace fácilmente transportables.
Dice Valéry que de Proust se dice que no es fácil de leer (y yo osada, sueño con leerlo en francés) y dice que Proust y los autores “difíciles” “trazan con una sola frase todo el cuerpo de un pensamiento completo. Sigo copiando a Valéry: “Nadie, o casi nadie, hasta él había utilizado deliberadamente esos recursos”. Los recursos: “no podemos detenernos en nosotros mismos sin sentir infinidad de pensamientos, sin verlos sustituirse unos a otros, o desarrollarse los unos en los otros, abriendo una perspectiva de paréntesis… El alma crea sin cesar y sin cesar devora a sus criaturas”. Resume el trabajo de Proust: “Su tarea consistió en utilizar todo su ser”.
Al leer la manera en que cree Valéry que Proust ha llegado a la vida, “mediante la superabundancia de las conexiones que la menor de las imágenes encontraba tan fácilmente en la propia sustancia del autor”, me acuerdo de la protagonista de la novela de Elif Batuman, O lo uno o lo otro, que entre otros, lee a Proust y le parece aburrido por la profusión de detalles de cosas que no le importan demasiado. Como todos los casos del detective están relacionados, en Autorretrato, de Celia Paul, cuenta que compra el primer tomo y empieza a leer En busca del tiempo perdido.
Me acuerdo de que en Vida de Barbara Loden, Nathalie Léger, en su búsqueda de detalles de la cineasta que le permitieran escribir su vida, se encontraba con un exjugador de béisbol –había conocido a Loden cuando ella era bailarina en el Copacabana– que había leído En busca del tiempo perdido porque quería un modelo para escribir sus propias memorias. “La apariencia de vida y verdad –dice Valéry–, que constituye el objeto de los cálculos y de las ambiciones del novelista, tiende a una incesante introducción de observaciones, es decir, de elementos reconocibles, que él incorpora a su trazado”; de nuevo, me acuerdo de la novela de Batuman. El texto de Valéry, que dice haber leído solo el primero de los tomos de la Recherche, es una explicación de lo que son las novelas. Frente a los poemas y como los sueños, las novelas se pueden resumir y tienen la propiedad de que “todas sus desviaciones les pertenecen”.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).