Solenoide ha sido una de las sensaciones literarias de los últimos meses. Su autor, Mircea Cărtărescu (Bucarest, 1956) acaba de ser galardonado con el premio Thomas Mann de Literatura 2018, que concede anualmente la ciudad de Lübeck y la Academia Bávara de Bellas Artes de Múnich. Personaje público en su país, venerado, comprometido y a la vez controvertido, eterno aspirante al Premio Nobel, este poeta, narrador y crítico literario ha llevado a cabo con Solenoide su obra cumbre (publicada originalmente en 2015, y aquí, en castellano, por Impedimenta, y en catalán, por Periscopi): 800 páginas que transitan entre lo real y lo fantástico, en una Bucarest comunista sin límites, ampliada por el poder creativo y obsesivo de Cărtărescu. El autor de El Ruletista, Lulu, Nostalgia, El Levante o El ojo castaño de nuestro amor (publicadas todas por Impedimenta) da ahora un paso más allá: en forma de dietario, recrea lo que habría podido ser, la vida de un escritor fracasado. Multitud de relatos y detalles se entrecruzan y dan testimonio del calibre y la profundidad de este vendaval literario. En diciembre estuvo en Barcelona, donde mantuvo una concurrida charla con el escritor Francesc Serés en la librería Calders. Era un día extrañamente lluvioso. Antes, durante esta entrevista, la humedad fue lo único que pareció alterar su rostro serio y concentrado al contestar las preguntas, siempre buscando las palabras justas, paladeando la precisión y el sentido de cada una de las respuestas.
¿En qué sentido Solenoide puede ser leído, más que cualquier otro de sus libros, como un homenaje a Bucarest?
Con mi ciudad natal siempre he tenido una relación de amor y odio. Existe una especie de lucha entre nosotros. A veces gana ella, a veces gano yo. Pero siempre me he querido tomar la revancha escribiendo sobre Bucarest en mis libros, de manera que puedo hacer que se me parezca. Nunca una ciudad es idéntica a la real en los libros de los escritores. Pero escribiendo sobre Bucarest en todos mis libros he seguido un modelo, el del autor que asume una ciudad. Como hizo Dostoievski con San Petersburgo; Borges, con Buenos Aires; Lawrence Durrell, con Alejandría; Joyce, con Dublín. También he querido que para todos los lectores del mundo Bucarest estuviera ligado a mi nombre.
¿Cómo es de diferente este Bucarest de Solenoide respecto del de otras obras?
Es fácil de reconocer para los habitantes de la ciudad y muchos de ellos me han dicho en este sitio, en este espacio yo también he vivido. Pero por otra parte, he reconstruido de alguna manera la ciudad porque la mayor parte de ella corresponde a mis obsesiones. Así que diría que Bucarest no es la ciudad que aparece en el mapa sino la que hay en mi cerebro.
El paso de la realidad a la fantasía y al sueño se produce como si nada. ¿Este transvase constante es una manera de expandir los propios límites?
Es la manera como yo vivo [nos reímos, aunque él no buscaba hacer una broma]. Por ejemplo, desde que tenía 17 años anoto todos mis sueños. Todos existen en mi diario y he aprendido mucho de ellos. Todas las personas se acuerdan de dos o tres sueños a lo largo de su vida que le han marcado de una manera profunda. Yo también tengo estos sueños, que son el fundamento de todos mis libros. Nuestra mente no diferencia entre sueño y realidad. Cuando soñamos tenemos la impresión de que estamos en nuestra vida cotidiana, de manera que la fantasía y la realidad son las dos caras de una banda de Moebius, que realmente sólo tiene una sola cara. Nunca se sabe dónde acaba la realidad y comienza el sueño.
Ahora que mencionaba los diarios, ¿esta novela no sería un diario tridimensional, en el sentido de que echa abajo toda una serie de fronteras? En algunos momentos niega que sea una novela…
La diferencia entre un dietario y las obras literarias propiamente dichas no es tan grande como se cree. Kafka escribía novelas en sus diarios. No diferenciaba, no tenía unos cuadernos especiales para sus novelas y cuentos. Escribía un solo texto, que podemos considerar un diario o una aglomeración de novelas y cuentos. Mi personaje no llega a convertirse en un escritor en el sentido más auténtico y real de la palabra. Pero esto le da precisamente la oportunidad de escribir alguna cosa de verdad. Muchos escritores escriben pensando qué temas les podrían gustar a la gente, cuánta fama pueden conseguir, cuánto dinero pueden ganar y por eso se autocensuran y falsifican su propia escritura. Incluso la publicación de una obra podría ser vista como una concesión. He intentado inventar un escritor absoluto, que solo escribe para sí mismo, para comprenderse a sí mismo. No hace la más mínima concesión a nadie. No necesita lectores.
¿Escoger este camino narrativo es una forma revelarse contra el sistema literario?
Este es un libro contra la literatura como sistema social, contra la idea del escritor consagrado, de libro que sirve para alguna cosa. Es una especie de panfleto contra el sistema literario.
¿Cómo describiría el juego con la autobiografía que propone?
Lo que yo escribo no lo llamaría autoficción. Normalmente la gente que escribe dentro de esta tendencia no supera las fronteras más claras de la realidad, aunque existe una cierta influencia de esta corriente en lo que yo escribo, en el sentido que presto mucha atención a los detalles. Enseguida se aprecia esta forma alucinante de mi escritura, pero yo me entiendo mejor como un escritor realista. Y me siento muy orgulloso de las escenas puramente realistas de mi libro, como la descripción de la escuela y de los profesores. He gozado mucho durante la escritura de esta novela haciendo una galería de personajes que representan los profesores de una escuela. Aquí me ha influenciado mucho la película Amarcord, de Fellini, donde también hay una galería de personajes.
¿Cuáles son los vínculos de Cărtărescu con el protagonista de Solenoide? ¿Qué tipo de relación tiene con él?
Una de las primeras cosas que hay que tener en cuenta en esta novela es ese momento de separación entre mi personalidad real y la de mi personaje. Dentro de la lógica narrativa esto pasa en una sola noche. Hasta los 21 años él y yo tenemos la misma biografía. La noche que lee su primer poema en un cenáculo muy importante de Bucarest sucede la catástrofe. Yo mismo leí en ese cenáculo, todo el mundo apreció mucho el poema y eso me dio fuerzas y ánimos para seguir escribiendo y convertirme en escritor. En cambio, mi personaje es criticado por todos. El poema no gusta y renuncia a la literatura. Desde ese momento en adelante, la biografía de ese personaje es mi antibiografía personal. De alguna manera, es mi sombra o mi gemelo.
La idea del doble, del otro, que es una obsesión suya, vuelve a aparecer.
El motivo del doble es uno de los más poderosos de la literatura europea. Viene del romanticismo germánico y continúa dentro de la literatura latinoamericana. Yo he estado obsesionado con él de una manera muy poderosa. Y hay elementos de mi biografía que me han empujado en ese sentido. Es la pérdida de un hermano gemelo cuando era muy pequeño. No lo recuerdo porque murió cuando los dos teníamos un año y pocos meses. Y no obstante, lo siento en cada momento como una gran ausencia.
¿Piensa a menudo en aquel joven obsesivo que fue, antes de separarse de él? ¿Lo tiene presente en su manera de enfrentarse a la escritura?
Mi adolescencia fue triste, solitaria y trágica.
¿Trágica es la palabra?
Yo lo sentí así. Sucedió en diez años, entre los 15 y los 25, una época en la que tuve muy pocos contactos sociales. Pasaban semanas enteras sin que hablara con nadie. No hacía nada más que leer de la mañana a la noche. Y me aislaba de todo el mundo. De aquel período vienen todos mis libros. El personaje más importante de todos ellos es este adolescente solitario. Lo considero la mejor representación de mi ego.
¿Su talante obsesivo es lo que le ha impulsado a escribir una novela como esta?
Sí, exacto [sonríe]. Siempre que tengo dificultades para encontrar ideas para un nuevo libro vuelvo a ese período y me inspiro. No sé si mi vida mental de esa época hubiera sido normal si no hubiera sido interrumpida por el servicio militar. Fue un período especialmente brutal, del cual me supe rehacer. Si no, me hubiera hundido en la esquizofrenia. El servicio militar, de alguna manera, me salvó.
¿Qué importancia da a los insectos y al mundo parasitario? La novela empieza con los piojos pero es un festival de insectos.
Los insectos son mis amigos. Siempre he tenido ocupaciones relacionadas con ellos. Hoy en día hago fotografías con una lente especial que engrandece la imagen del insecto y puedo captar los detalles. No estoy tan especializado como Nabokov pero voy haciendo. Mi fascinación por los insectos es antigua y muy persistente. En la novela Orbitor utilicé la oposición entre la mariposa y la araña. La mariposa es el ángel, y la araña, el demonio, y el universo es una lucha continua entre ellos. En Solenoide también he bajado a este universo minúsculo para aproximarme al mundo microscópico de los ácaros. Los insectos son tan pequeños en comparación con nosotros como lo son los ácaros en comparación con ellos. En Solenoide he imaginado la humanidad como un mundo similar al de los ácaros. Igual de perdido en el espacio, desorientado y falto de historia. Es un mundo que espera ser salvado por alguien. La pregunta es si es posible una redención. La respuesta inicial, profundamente desesperada, que da mi personaje es que no. Pero después cambia de opinión.
A la hora de escribir esta novela, ¿tenía un plan trazado? A menudo explica que no sabe cómo acabará el libro que está escribiendo. En este caso, dejarse llevar podría parecer, también, una experiencia alucinógena.
Tenía una lista de temas, una sola página, con algunos puntos obsesivos. Pero nunca sabía cómo continuaría. Muchas veces pensé que escribía otro libro, que se tendría que haber titulado Mis anomalías y que era una especie de poema. Más o menos así son las primeras 200 o 300 páginas. Pero después me di cuenta de que quería escribir Solenoide, que ya no es como un poema sino una novela muy construida. Incluso podría decir que es una de mis mejores construcciones. Solo la podría comparar con otra pequeña novela mía muy bien construida, REM, que forma parte del libro Nostalgia.
¿Por qué decidió titularlo Solenoide?
El libro cambió mientras yo lo escribía y mostró que tenía mayores posibilidades que las que yo pensaba. Y el tema central me fue revelado muy tarde. Creo que un lector empieza a entender de qué va más o menos por la página 600… Si sobrevive hasta entonces…
¿Cuál diría que es el tema central, pues?
Este es el primer libro que presto más atención a temas éticos que estéticos. El gran problema del libro es la salvación de la humanidad. Hacia el final hay unas diez páginas con una palabra que se repite: “socorro”. Es el grito de nuestra especie, que está destruida por el mal. Y la principal pregunta es: ¿Cómo se puede salvar esta humanidad? ¿Cuál puede ser la resistencia a la muerte, al sufrimiento? Al final de un cuento de Albert Camus, un personaje, en el lecho de muerte, dice una palabra, pero la gente que lo rodea no entiende si ha dicho “solitario” o “solidario”. Mi personaje escoge la segunda opción, la solidaridad.
Anna Ballbona (Montmeló, 1980) es escritora. En 2016 publicó Joyce i les gallines (Anagrama).