Entrevista a Patricio Pron: “A veces es mejor no saber de lo que escribes para narrarlo de una forma atractiva”

Patricio Pron publica "Lo que está y no se usa nos fulminará" (Literatura Random House), una colección de relatos sobre la carga del pasado.
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Patricio Pron acaba de publicar Lo que está y no se usa nos fulminará (Literatura Random House), un libro en el que agrupa doce cuentos escritos en diferentes momentos pero bajo una misma temática: todos los personajes tienen un excedente (un pasado o proyecto frustrado), que si no lo afrontan, acabará por destruirlos.

El título Lo que está y no se usa nos fulminará funciona como una antesala de lo que serán luego los doce cuentos.

Sí. Además responde a la forma en la que este libro fue compuesto. Muy pocas veces, más bien ninguna, he escrito libros de cuentos persiguiendo un programa específico. Más bien lo que hago es escribir relatos durante un período de tiempo y cuando tengo los suficientes, los reúno y los reviso y los releo y empiezo a pensar en la posibilidad de que formen una composición de alguna índole. En este caso, por razones específicas, como la publicación fue retrasándose, yo tuve la impresión de que esto que estaba debía ser usado, que no debía ser guardado para mí, porque de lo contrario, de una forma muy misteriosa, me iba a acabar haciendo daño. De modo que recordé la frase de Spinetta que aparece en una de sus canciones: lo que está y no se usa nos fulminará. Esta frase, que estuvo dando la vuelta en mi cabeza mucho tiempo, se convirtió casi naturalmente en el título del libro.

También diría que se conecta con el libro en el sentido de que los personajes tienen todos un excedente con el que deben hacer algo, porque de lo contrario los fulminará. Este excedente es a veces un exceso de pasado, a veces un proyecto frustrado que desean retomar para concluir, en ocasiones son todas esas ideas que acarreamos con nosotros mismos durante el día y de las que debemos desembarazarnos para poder dormir durante la noche… Creo que visto desde esa perspectiva, todos los personajes dicen igual que yo que lo que está y no se usa nos fulminará.

Estos ejemplos que ha dado sirven para ver una obsesión suya que marca la línea de todos los cuentos: los múltiples pasados posibles, tener que tomar partida como decía Ricardo Piglia.

En mi vida pocas veces me pongo en la disyuntiva de tener que elegir entre literatura o vida: ambas están tan mezcladas que me resultaría imposible diferenciarlas. Si bien en la vida las dudas adquieren un cariz ligeramente dramático ya que de ellas depende no solo mi propia historia personal, sino también la de quienes me rodean, en la literatura no tiene un cariz dramático, sino un tono más bien festivo. Se trata de explorar las diferentes opciones que se plantean a través de la literatura y de conseguirla como una especie de versión miniaturizada de la vida en la que se manifiestan las dudas, los temores y se explora literariamente en busca de una resolución.

Explora la literatura desde un tono festivo. Aunque los relatos tienen cierta carga negativa, en todos se puede entrever un tono esperanzador.

A los personajes les ocurren situaciones que no son particularmente felices. Sin embargo tengo la impresión de que todos ellos, en este libro más aún que en otros míos, enfrentados a la necesidad de abrazar la confusión que es propia de la vida contemporánea, la abrazan con felicidad. No con resignación, sino con la aceptación de que la vida constituye también esas cosas. Y que si deseas tener la totalidad de la experiencia tienes también que acostumbrarte a esa incertidumbre y esas dudas. Creo que hay un proceso de mutua exploración que otorga a los relatos un mensaje ligeramente esperanzador. Hay una aceptación de que se tiene que vivir siempre toda la experiencia.

¿Los problemas que plantea a los personajes en el libro nacen del Patricio Pron individuo o del literato?

En ocasiones se trata de explorar las situaciones narrativas específicas que no necesariamente tienen que ver con mi vida personal pero que me resultan intrigantes por una razón u otra. El primer vislumbre que tengo de un relato es una situación concreta con sus personajes, pero no sé demasiado de ellos, ni sé lo que les sucederá. Por ejemplo, en el relato de la repetición yo tenía el vislumbre de que había posibilidades narrativas en el relato de alguien que acaba de retirarse de la universidad y que por una razón u otra decide remontarse a unas circunstancias específicas en el marco de que unas situaciones específicas de su vida podían haber tomado otros caminos. Pero no sabía que era brasileño, que vivía en Estados Unidos, que tenía una hija… carecía de toda certeza respecto al personaje. Y no sabía cómo iba a reconstruir su pasado y si esto iba a conducir a la resolución de su conflicto o no. Pero era necesario que escribiera estas cosas para descifrarlo.

En este sentido, estos cuentos, a diferencia de lo que es habitual en cierto tipo de literatura, son exploraciones personales en cuyo marco estoy descubriendo la historia al mismo tiempo que la va descubriendo el lector. Hay una exploración compartida. La participación del lector es fundamental para la existencia de los cuentos, al margen de mis posibilidades. Pero aparte de esto, la mayoría de las situaciones que se cuentan en el libro se han dado en mi entorno: si no me han sucedido a mí, le han sucedido a personas cercanas. Quizás no de la forma que es narrado, pero son situaciones que funcionan como disparador de los cuentos de este libro.

¿El no uso de nombres está relacionado con esta cotidianidad?

Sí, creo que hay cierta aspiración a la universalidad en los libros que escribo. También hay un cierto vaciamiento, aunque a ciertos lectores mis libros les puedan parecer muy barrocos, al menos imaginativamente. El hecho es que hay un trabajo de vaciamiento, que incluye la eliminación de todos los elementos superfluos. El principal en mi caso es el nombre, que creo que es algo que está sobrevalorado en literatura. Los cuentos de este libro ponen de manifiesto que los relatos pueden funcionar sin que los protagonistas se llamen de una forma o de otra. En algunos de los relatos se presenta incluso una cierta inseguridad de género: hasta que no avanzas en el texto no sabes dilucidar bien si es masculino o femenino.

Curiosamente ningún protagonista tiene nombre, menos el personaje Patricio Pron. Pero no entra en el texto como el Patricio Pron real, sino de manera ficcionada.

No sería tentado decir que el Patricio Pron de fuera del libro es más real. Pero si piensas en el hecho de que los libros suelen durar más que los autores y que los autores talentosos y afortunados tendrán una vida más extensa en términos literarios que biológicos, uno debería decir que sus relatos son más reales que ellos mismos. Que el Franz Kafka que podemos entrever en sus libros es más real que el que vivió en Praga. Pensando en voz alta, diría que para algunos autores como yo que deseamos desaparecer detrás de los textos de tal manera que sean nuestros libros los que hablen por nosotros, quienes somos en los libros es mucho más real que la persona quien los escribe. Aparte de esto, quien más me interesa a mí es quien tiene la vocación y la libertad y la convicción para narrar ciertas cosas. Es con esa figura, en este caso ese Patricio Pron, más que con el Patricio Pron que aparece balbuceando en esta entrevista o recorriendo torpemente Madrid, con el que me quedo. El Patricio Pron de carne y hueso espera ser disculpado con el de sus libros, en los que es más guapo y más alto y más rubio. (Risas)

Otro tema que aparece en el libro, al que le da mucha importancia, es la separación entre autor y obra, entre el hombre y el artista.

Es un tema que me interesa no solo por razones personales, sino también porque al ser yo mismo lector, me veo muchas veces confrontado con mi propio prejuicio al enfrentarme a determinados autores de los que me creo saber algo porque he leído sus libros. Esa confusión entre autor y persona física está presente y atraviesa toda nuestra cultura literaria. Por ejemplo, en la última novela de Vila-Matas, sin considerar el hecho de esa continuidad que establecemos únicamente por el nombre del autor, no necesariamente tiene que ver con la intención del autor o sus propósitos. En nombre de esta confusión y para simplificar las cosas, tendemos a unir a un hombre bajo intenciones muy distintas en períodos diferentes. Esto que debería ser puesto en cuestión también puede ser un elemento inspirador si se utiliza como una herramienta que haga romper esta presunción al lector.

Solo un lector muy ingenuo podría creer que el Patricio Pron que aparece en el relato es el real. Y si lo creyese, debería considerar las diferencias ontológicas entre un personaje de ficción y alguien que participa del mundo real. Las confusiones son bienvenidas, pero creo que con esta confusión entre autor y narrador tan solo se puede operar si uno, como en este caso, se dedica a ponerla en cuestión y a jugar con las expectativas del lector para que queden de manifiesto. La lección del relato es que debemos poner en cuestión todo aquello que se presente como un discurso de verdad, sobre todo si es formulado por el propio personaje del relato.

¿Hasta qué punto se muestra en sus libros?

Muy poco. Deberíamos invertir la pregunta: ¿cuánto se muestra del Patricio Pron de los libros en la vida real? Esa sería si acaso una pregunta más completa y de más difícil resolución. No creo ser un autor exhibicionista y me siento muy ajeno a la idea de que mi vida privada pueda tener algún interés para el lector. De esta manera la excluyo de ella. Hay magníficos relatos que son autobiografías o autoficción, pero yo procuro que en mis libros lo particular de mi experiencia se vea disimilada ante la universalidad de los protagonistas. En ese sentido, el libro aborda temas muy contemporáneos en los que yo no creía haber estado pensando y que sin embargo es evidente que sí me preocuparon en un momento u otro como para escribir sobre ellos.

Yo no soy usuario de Tinder, amo a mi esposa y de momento no tengo planes de separarme de ella, a la espera de lo que diga después de leer esta entrevista. (risas) Pero, sin haber tenido una experiencia con esta red, me interesa mucho cómo estas herramientas están condicionando las relaciones y la cantidad de personas que aparentemente las utilizan muy exitosamente, como para que la experiencia me interesase hasta tal punto de que me llevara a escribir sobre ello. No creo que no haber tenido experiencia en este terreno haga que escriba peor sobre ello; a veces necesitas no conocer aquello que estás escribiendo para poder narrarlo de una forma atractiva y sobre todo novedosa. En ese sentido, alguno de los relatos del libro desmienten el axioma de que uno debe escribir sobre lo que sabe. Precisamente, acerca de lo que uno sabe, no sabe de lo que debería escribir.

En la nota final, apunta que algunos escritores escriben con su biblioteca a mano. ¿Cuál es la suya?

Al venir de América Latina y haber vivido en otros países europeos a parte de España, mi biblioteca es muy variada. Hay que desconfiar de los autores que pueden resumir muy rápidamente su biblioteca.

Como digo en la nota final, yo escribo con mi biblioteca. Aunque hay algunos escritores que son capaces de ocultarla, yo no soy capaz de ello y no creo que sea una situación particularmente deseable con mis propios textos. No me da vergüenza admitir de dónde vienen mis textos, al revés: me parece enriquecedor que los lectores puedan conocer nuevos autores a partir de textos que pueden subyacer de mis libros. Como lector de la literatura del siglo xx y argentino, desde luego la influencia de Borges es muy importante. Él tiene para mí la enorme generosidad de permitir a sus lectores que accedan a sus fuentes, reales o imaginarias. Gracias a él conocí a Chesterton o a De Quincey. Me interesa mucho más eso que ocultar mis fuentes y fingir una originalidad. Al margen de lo cual en los últimos tiempos he tenido que escribir en situaciones que no tenía mi biblioteca a disposición como en trenes o aviones, y he descubierto que escribir sin la biblioteca privada lleva a escribir textos distintos. Es muy liberador y es bueno saber compensar entre estas dos formas.

Le ayuda a partir de cero.

Exacto. Además, escribir sin biblioteca detrás te obliga a utilizar la memoria, que en mi caso es muy frágil. O a la posibilidad de dotarse de una erudición imaginaria. Creo que mis libros avanzan más y más en dirección hacia una erudición imaginaria, producto más de la intemperie de la experiencia contemporánea y de la externalización de la memoria. Más que en la adhesión a una biblioteca. Quizá vaya por ese lado, no estoy seguro todavía.

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Carlos Madrid es periodista.


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