Ese fracaso se llamaba alegría: la conexión Perec-Bolaño

“La vida instrucciones de uso”, la gran novela de Georges Perec, y “Los detectives salvajes”, de Roberto Bolaño, comparten una misma filosofía sobre la derrota.
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Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de Los detectives salvajes con las mil y una historias de La vida instrucciones de uso del ciudadano Perec.

—Enrique Vila-Matas

Sea cual sea nuestra tarea no estamos destinados al éxito. Nuestro destino es el fracaso. Así es en todo arte y todo estudio; es así sobre todo en el mesurado arte de vivir bien.

—Robert Louis Stevenson

¿Qué encontró Roberto Bolaño en La vida instrucciones de uso de Georges Perec? Una estructura. Una hermosa estructura. Permítanme explicarlo.

La vida instrucciones de uso narra la vida de un inmueble parisino. El lector visita apartamento tras apartamento, habitación tras habitación, desde los sótanos hasta las buhardillas, descubriendo un sinfín de objetos, personajes e historias. Entre todas estas historias destaca la de Percival Bartlebooth, un excéntrico millonario cuyo obsesivo proyecto atraviesa la novela de principio a fin. Bartlebooth viaja por todo el mundo pintando acuarelas, que luego encarga a Gaspard Winckler, el artesano que vive en el mismo inmueble, para que las transforme en puzles cada vez más complejos. A su regreso, Bartlebooth debe resolverlos y destruirlos uno a uno, cerrando así el círculo.

Por su parte, Los detectives salvajes de Bolaño narra la búsqueda de una poetisa desaparecida, Cesárea Tinajero, emprendida por dos jóvenes poetas: Arturo Belano y Ulises Lima. La parte central de la novela es un mosaico de historias contadas por diversos testimonios que recuerda mucho a La vida instrucciones de uso. Al igual que en la obra de Perec, un hilo conductor recorre este vasto entramado narrativo: una noche regada de mezcal en la que Lima y Belano interrogan a Amadeo Salvatierra, otro viejo poeta, sobre el paradero de Cesárea Tinajero. Este episodio, que abre y cierra la parte central de la novela, retoma la meticulosa simetría de Perec, cuya obra también comienza y termina con la venganza que Winckler urde contra Bartlebooth.

Ambas historias comparten un destino común: el fracaso. Por un lado, el proyecto faraónico de Bartlebooth, que consumió toda su existencia, no llega a completarse. Al final de la novela, el millonario muere dejando el último puzle inconcluso: “Sentado delante de su puzzle, Bartlebooth acaba de morir. Sobre el paño negro de la mesa, en algún punto del cielo crepuscular del puzzle cuatrocientos treinta y nueve, el hueco negro de la única pieza no colocada aún dibuja la figura casi perfecta de una X. Pero la pieza que tiene el muerto entre los dedos tiene la forma, previsible desde hacía tiempo en su ironía misma, de una W”. Por otro lado, la búsqueda desesperada de Cesárea Tinajero se salda también con un estrepitoso fracaso. Ulises Lima y Arturo Belano consiguen dar con la poetisa desaparecida, pero esta muere absurdamente y su obra poética se resume en unos dibujos infantiles. La novela, además, cuenta otro gran fracaso: el sueño roto de toda una generación, la de Bolaño, de transformar la política, el arte y la realidad misma.

La novela precursora de estas dos obras es, sin duda, La educación sentimental. En ella, Flaubert retrata la vida de Frédéric Moreau a lo largo de casi treinta años y narra cómo todos sus sueños terminan en fracaso: amores no correspondidos, ambiciones artísticas y mundanas frustradas, amistades que acaban en traición. Como en Los detectives salvajes, el fracaso no es solo individual, sino colectivo. La educación sentimental muestra lo que supuso la revolución de 1848: miles de personas inocentes murieron por nada y quienes sobrevivieron acabaron viviendo como fantasmas. En la famosa última escena de la novela, Frédéric rememora con su gran amigo de infancia, Deslauriers, una anécdota de juventud acontecida antes del principio de la novela: la visita que ambos hicieron a un burdel. Así, tras todos los devaneos de la Historia, tras mil horas vividas, esta anécdota es lo mejor que rescatan. “Es lo mejor que tuvimos”, dice Frédéric, y Deslauriers repite la misma frase, mediante la cual terminan su educación sentimental y la novela. Este final reduce, por tanto, toda la novela a la nada, puesto que lo mejor que tuvieron los dos protagonistas es un episodio intrascendente anterior a la historia y que, para colmo, no se nos ha dado a leer en ningún momento. Flaubert hizo con este final un gran hallazgo: obliga al lector a volver la vista atrás y contemplar la magnitud del desastre.

La vida y el fracaso

De este final, Perec –gran lector de Flaubert– y más tarde Bolaño extrajeron dos grandes enseñanzas. La primera es la idea cervantina de que el fracaso está íntimamente ligado a la vida. Ya hemos señalado los fracasos de Bartlebooth, de Lima y Belano, y este patrón puede extenderse a la mayoría de personajes que habitan ambas novelas. Sin embargo, el gran fracaso lo experimentamos nosotros, sus lectores. La vida instrucciones de uso y Los detectives salvajes destacan por ser artefactos fragmentarios, repletos de historias que nos zarandean de un lado a otro, que no cesan de desorientarnos. Lo único a lo que podemos aferrarnos es a esa historia central que parece prometer el sentido último de la obra. Confiamos en que, al final, seremos capaces de reunir los fragmentos dispersos y hallar un sentido. Pero nuestras expectativas se ven irremediablemente frustradas.

La vida instrucciones de uso concluye con una imposibilidad: una pieza que no encaja en el hueco que debería ocupar. Los detectives salvajes, por su parte, se cierra con unos dibujos que son, en realidad, una especie de broma. “¿Qué hay detrás de la ventana?” Esa pregunta queda sin respuesta y, perplejos, fracasamos en la comprensión del sentido. Perec reprobaba “nuestro afán por querer encontrar un sentido único y cerrado a los libros que leemos”. En la misma línea, Belano y Lima le dicen a Amadeo Salvatierra que “no hay misterio” detrás de los poemas de Cesárea Tinajero. Así de sencillo: ningún sentido último vendrá a rescatarnos.

La segunda enseñanza de La educación sentimental es trabajar con un final que empuje al lector a mirar el camino transcurrido. En efecto, la ausencia de un sentido último nos retorna a la infinidad de fragmentos que hemos atravesado a lo largo de la lectura: todas las habitaciones del inmueble, todos los testimonios de la vida de los dos poetas. Enrique Vila-Matas –en el mismo artículo que cito al principio– hace referencia a Montaigne, quien, cuando era joven, creía “que la meta de la filosofía era enseñar a morir” y que, con la edad, acabó rectificando y dijo “que la verdadera meta de la filosofía es enseñar a vivir”. Algo semejante parecen decirnos estas dos novelas.

Porque, de golpe, todo queda claro: la vida humana como tal es una derrota. Lo único que nos queda ante esta irremediable derrota que llamamos vida es disfrutar del camino, de las digresiones que no cesan de postergar el final. No nos esforcemos tanto en buscar un sentido trascendente a nuestras vidas, seamos en cambio más hedonistas en nuestras lecturas. “Que es como decir, muchachos, que veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y que ese fracaso se llamaba alegría” (Amadeo Salvatierra).

Las historias centrales –la de Bartlebooth, la de Belano y Lima– están ahí para recalcar la importancia de todas las historias secundarias que pueblan las dos novelas: todos estos fragmentos que nos hacen viajar, pensar, sentir, reír y llorar. Que nos hacen vivir. Una misma estructura ha engendrado dos de las más hermosas novelas jamás escritas. Una estructura que insiste en la idea de que la vida no tiene sentido más allá de sí misma o, mejor dicho, de que su sentido consiste en haberla vivido –leído– intensamente.


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