Pacheco y su empresa imposible

En su columna Inventario, José Emilio Pacheco hizo una crónica excepcional de su tiempo. La lectura de Juan Villoro ofrece una interpretación de ese enorme trabajo periodístico y cultural.
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Registro de una memoria descomunal, la columna semanal que José Emilio Pacheco sostuvo de 1973 a 2014 bajo el nombre de Inventario es ejemplo del más alto periodismo literario escrito en nuestro idioma.

Como es bien sabido, José Emilio Pacheco compiló los volúmenes de crónicas mundanas, sociales y políticas de Salvador Novo escritas en los períodos presidenciales de Lázaro Cárdenas, Miguel Alemán y Adolfo Ruiz Cortines. Del mismo modo, sus Inventarios pueden leerse como una crónica minuciosa de la vida cultural en México en los periodos presidenciales desde Luis Echeverría a Enrique Peña Nieto.

Una vida cultural enriquecida por las crónicas/ensayos de Pacheco. Si un futuro historiador quisiera investigar el nivel cultural en México durante esos años y solo contara con las columnas de Pacheco, se llevaría la impresión de que nuestra vida cultural gozaba de gran animación, que lo mismo frecuentaba la poesía centroeuropea que la novela norteamericana, la historia de los liberales en el siglo XIX que la frustrada historia del Tercer Reich, la poesía del Siglo de Oro y el secuestro de la heredera millonaria Patty Hearst. Ese hipotético historiador sin duda concluiría, a partir de la lectura de los Inventarios, que México tenía una conciencia ecológica desarrollada, una preocupación por los efectos de la industrialización, un alto sentido de responsabilidad ciudadana, un vasto conocimiento de la literatura y de la historia, una aguda conciencia del tiempo. Que haya existido una columna literaria y cultural de ese nivel, y que esa columna estuviera alojada en la revista política de mayor circulación en el país habla muy bien de nuestra cultura. Un autor depende de su contexto.

José Emilio Pacheco comenzó a escribir Inventario el 5 de agosto de 1973. Un par de años antes publicó, en una magnífica edición de la Librería/Imprenta Madero, París, capital del siglo XIX, de Walter Benjamin. Mucho se ha hablado de la originalidad genérica de los Inventarios, textos a caballo entre el ensayo y la crónica. Mi hipótesis es que tanto el estilo como la concepción general de sus columnas mucho le deben al pequeño librito de Walter Benjamin.

París, capital del siglo XIX es una sinopsis de El proyecto de los pasajes, obra que quedó inconclusa. En este breve volumen Benjamin realiza una construcción imaginativa e histórica de París, que incluye comentarios sobre los pasajes, Daguerre, los panoramas, Grandville, las Exposiciones Universales, Luis Felipe, Baudelaire, Hausmann, las barricadas, etcétera. Un auténtico “inventario” de elementos disímbolos, unidos por la mirada de coleccionista de Benjamin, que ensambla minucias hasta convertirlas en un gran fresco. Una interpretación de un determinado pasaje histórico. Dota, con elementos literarios y culturales, de significación a la historia. Le da sentido al tiempo, el tema central en la obra de José Emilio Pacheco. El tiempo que se va, que se nos escurre entre los dedos, vuelve cargado de significación a través de textos que hablan del pasado para iluminar el presente. Como Benjamin, Pacheco teje con los hilos de la literatura y la historia, un denso tapiz de interpretación cultural.  

En estos días, El Colegio Nacional ha vuelto a poner en circulación la edición de la conferencia que Juan Villoro dictó en la Universidad de Maryland en diciembre de 2016, bajo el título La vida que se escribe, con motivo de la inauguración de la Cátedra José Emilio Pacheco.

Se trata, sin duda, de un acierto editorial. Precedida por un breve prólogo de Rosa Beltrán, la conferencia difiere de la que Villoro pronunció originalmente en un aspecto fundamental. Cuando leyó su conferencia, los textos de José Emilio Pacheco, escritos entre 1973 y 2014, estaban enterrados en la hemeroteca en las páginas de Diorama de la cultura y la revista Proceso. Villoro dedica varias páginas a disertar sobre su carácter casi secreto, territorio privilegiado de investigadores.

La situación cambió en 2017, al publicarse una vasta antología en tres tomos de los Inventarios. Villoro conservó los párrafos ya escritos pero añadió otros que dan cuenta de esa novedad editorial. Se trata de tres gruesos volúmenes de casi dos mil páginas que reúnen apenas una quinta parte de lo publicado por Pacheco en su columna de la revista Proceso, donde convivía con las colaboraciones de Julio Cortázar, Ariel Dorfman, Gabriel García Márquez y Fernando del Paso, entre otros autores, gracias a la formidable capacidad de convocatoria de Julio Scherer, que supo desde Excélsior, como apunta Juan Villoro, hacer “cultura desde la noticia y donde la cultura era noticia”.

Durante cuatro décadas Pacheco escribió, frente a un público lector que fervorosamente lo seguía semana a semana, “una obra mayúscula que escapa a cualquier antecedente en la literatura en lengua española”, sostiene Villoro. En su columna, Pacheco escribía, con maestría y profunda erudición, sobre el modernismo, el Siglo de Oro, el grupo de Contemporáneos, los independentistas latinoamericanos, los liberales del siglo XIX con la misma claridad y amenidad que sobre Joyce, Eliot, Vallejo, Neruda, Paz y Rilke. Realizó notables series de artículos lo mismo sobre Francisco de Quevedo que sobre la vida y obra de Álvaro Obregón. Tenía un vasto conocimiento de la generación pérdida de escritores norteamericanos en París así como del oscuro periodo del Tercer Reich. Lo fascinaba la indagación de la esencia y los motivos del mal. Su tema central fue el tiempo que inexorablemente nos consume. Su mirada no era nostálgica, estaba impregnada de una intensa melancolía sobre nuestra condición de seres fugaces, de nuestra frágil memoria, de las ruinas sobre las cuales erigimos nuestras vidas.

Del enorme conjunto que forman sus Inventarios, Juan Villoro destaca la columna publicada el 7 de noviembre de 1977, en la que Pacheco registra un viaje infantil que realizó con su familia a las playas de Campeche. “A los doce años, José Emilio descubre los placeres del mar y la naturaleza… Sin embargo, en esa apartada costa también conoce la pobreza extrema, se avergüenza de sus privilegios. Aprende que el paraíso existe, pero ha sido mancillado. Esta lección no lo abandonará en ninguno de sus textos”, señala Villoro.

José Emilio Pacheco fue un cronista excepcional de un tiempo que se fue y que no volverá. Sabía que tarde o temprano sus crónicas/ensayo serían exhumadas y expuestas al público. Vasta labor proustiana, los Inventarios dan cuenta del tiempo recobrado. Juan Villoro, cronista y ensayista él mismo, recorre en su conferencia el contexto en el que Pacheco escribió sus textos, examina su estilo, ofrece una interpretación de la empresa imposible que José Emilio Pacheco concibió: dar sentido al tiempo perdido.  ~

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