a MarĆa Garibay
1.
No conocĆ personalmente a Ricardo Garibay. Lo vi, en interminables tardes de domingo, conduciendo un programa de televisiĆ³n donde alternaba con otros escritores (GermĆ”n Dehesa, Sandro Cohen o la profesora Laura Morales) y discutĆa con Ć©nfasis a veces fuera de contexto temas literarios. Lo mĆ”s notable de aquel personaje era su mal humor y su apariencia fĆsica: Garibay aparecĆa en sus programas luciendo un quimono inexplicable, que contrastaba (la sofisticaciĆ³n oriental, la seda, el anacrĆ³nico estampado) con la rudeza de sus opiniones: no parecĆa guardarse nada y su verbo era el equivalente a manotazos que se dan sobre una mesa. Opiniones sin reverso sobre narradores franceses o norteamericanos y opiniones que quedaban a deber, si se las comparaba con las de Arreola o las de Paz, cuando se trataba de la Biblia y uno de los libros que mayor que Garibay parecĆa llevar pendiente de su cuello, como un amuleto: el Cantar de los Cantares.
El Garibay oral que vimos tantas tardes aburridas de domingo era muy distinto del Garibay escrito que, pese a su mal carĆ”cter y su capacidad infinita para hacerse de enemigos, se habĆa forjado la reputaciĆ³n de uno de los narradores mĆ”s sĆ³lidos y aislados de su “grupo sin grupo”: la generaciĆ³n de Fuentes, Arreola, Rulfo, Jorge LĆ³pez PĆ”ez, Luisa Josefina HernĆ”ndez y entre los poetas, RubĆ©n Bonifaz NuƱo, Jaime Sabines, Eduardo Lizalde y Enrique GonzĆ”lez Rojo.
En medio de esta marea controvertida y brillante de clasicismo e innovaciĆ³n, sobriedad y vehemencia, Garibay se mantenĆa aislado de sus contemporĆ”neos y sus pares. EscribĆa de mujeres y de box, de su infancia y de la muerte āla suya propia, que veĆa reflejada en la muerte de su padre, sucedida muchos aƱos antes pero siempre de alguna manera presenteā, buscaba a travĆ©s de la prosa una forma de honestidad o transparencia que lo reconciliara con el mundo. La escritura se presentaba como un bĆ”lsamo o como una forma de acallar las insondables demandas de la culpa. Eso era la ficciĆ³n para Ć©l: una forma de apurar el vaso de la muerte para aliviar el hecho incontestable de estar vivo.
2.
Para hacer una valoraciĆ³n retrospectiva de la persona y la obra de Ricardo Garibay hay que tomar en cuenta estos contrastes āel hecho de que Garibay estuviera distanciado de todo el mundo pero que al mismo tiempo tuviera programas de televisiĆ³n (primero en el canal 11 y en el 13 y despuĆ©s en el 22), grabara cĆ”psulas para la radio, colaborara en una revista tan visible como Proceso y publicara en las editoriales mĆ”s significativas del paĆs.* Garibay, por naturaleza, era un ser polĆ©mico. En los hombres polĆ©micos, pendencieros, se advierte en el fondo una borrasca. Una tormenta interior. ĀæQuĆ© era lo que atormentaba a Garibay y no le permitĆa hacer las paces con el mundo y lo llevaba a vociferar y a manotear sobre la mesa y a suponer, con arrogancia, que todos eran unos imbĆ©ciles y que nadie entendĆa nada de nada? Nadie entendĆa nada, ni siquiera Ć©l. QuizĆ”s en el fondo de esa alma atormentada alentaban las mismas preguntas que en un momento dado nos formulamos todos y no alcanzamos a responder de una manera diĆ”fana. Preguntas sobre el ser, la muerte, la transparencia.
3.
En 1965, JoaquĆn Mortiz publicĆ³ la segunda novela de Garibay, Beber un cĆ”liz.[ā ] El tĆ©rmino ānovelaā, en este caso, resulta problemĆ”tico. Beber un cĆ”liz cuenta la enfermedad, la agonĆa y la muerte del padre de Garibay, que mĆ”s que contar pareciera ensayar y por momentos hurgar desesperadamente en el repertorio de la poesĆa (el de lo inefable, de lo balbuciente) para decir con palabras lo que estĆ” sintiendo con los ojos, con los oĆdos, el estĆ³mago, el corazĆ³n, el cuerpo entero, o lo que estĆ” calcinando la piel de la inteligencia frente al mayor de los problemas que plantea la existencia misma: lo que en el budismo tibetano se conoce como la cesaciĆ³n de la vida y el inicio del bardo de la muerte.
Ocho aƱos mĆ”s tarde, en el 73, el poeta chiapaneco Jaime Sabines publicĆ³ un poema largo que comenzĆ³ a escribir en mayo de 1961, cuando a su padre le diagnosticaron cĆ”ncer pulmonar. Este poema se titulĆ³ āAlgo sobre la muerte del mayor Sabinesā y guarda muchas semejanzas con el libro de Garibay: ambos proyectos fueron concebidos como una bitĆ”cora, minuciosa y fragmentaria a la vez, sobre el deterioro de una figura que, siendo venerable y temible, termina vencida por la presencia espectral de la muerte. Si el poema de Sabines coquetea con la prosa ācon la vulgaridad asumida en la poesĆaā y en los proyectos de la prosa encuentra sus cadencias y remansos, Garibay se apoya en una prosa impecable y rigurosa que hace pensar en la pulcritud y el hallazgo inherentes a la confecciĆ³n del poema.
Tanto el poema de Sabines como la “novela” de Garibay son libros etiquetados con el tizĆ³n de un catolicismo ardiente. Sin embargo, el poema de Sabines carece de la derrota y la vehemencia que articulan la prosa de Garibay. En el tĆtulo de la novela estĆ” la clave: el cĆ”liz del sufrimiento que JesĆŗs rechaza en los evangelios, pero el cual termina aceptando. JesĆŗs (segĆŗn el evangelio de Mateo 26, 36-40) llegĆ³ con sus discĆpulos a GetsemanĆ y les pidiĆ³ a Pedro y a los hijos de Zebedeo que lo acompaƱaran, presintiendo el final. JesĆŗs se internĆ³ entre los olivos y orĆ³, habiĆ©ndoles pedido a sus discĆpulos que permanecieran despiertos. Fue entonces cuando dijo: “Padre mĆo, si es posible, pase de mĆ este vaso; empero no como yo quiero, sino como tĆŗ”. En su plegaria, JesĆŗs encontrĆ³ la respuesta que estaba buscando: nadie puede escapar a su destino, ni siquiera el hijo de Dios. JesĆŗs regresĆ³ a donde habĆa dejado a sus discĆpulos y los encontrĆ³ dormidos: todos, en la vĆspera de su sacrificio, lo habĆan dejado solo, incluso los queridos y allegados.
Leyendo las pĆ”ginas del libro de Garibay es imposible no pensar en la crucifcciĆ³n y sus implicaciones teolĆ³gicas: el cordero que derrama su sangre por todos los demĆ”s hombres, siendo Ć©l el principal de ellos, en busca de la redenciĆ³n de sus fallas. La muerte del padre de Ricardo Garibay redime a su hijo de su propia muerte, al menos temporariamente, y le permite resurgir para que cumpla el Ćŗnico cometido que se ha propuesto en esta vida: cumplir con la vocaciĆ³n de la escritura.
4.
Como Beber un cĆ”liz, CĆ³mo se gana la vida (1992) es una criatura hĆbrida. No se trata de un mero libro de memorias sino, en sentido estricto, de una recapitulaciĆ³n. Garibay retoma el espĆritu que habĆa inspirado su Fiera infancia para, diez aƱos despuĆ©s, modificarlo sustancialmente. Una memoria prodigiosa se convierte en aliada de un oĆdo finĆsimo para tejer anĆ©cdotas y vislumbrar grietas en el muro de la prosa, que permiten las filtraciones, las indiscreciones y el recuento minucioso de los salarios que fueron generando un sentido de continuidad en la carrera literaria de Garibay.
La memorabilia, en el caso de las remuneraciones que fue obteniendo desde chico para ganarse el sustento y darse asĆ el tiempo libre suficiente para alimentar su vocaciĆ³n de escritor, no tiene en este libro una importancia menor: gracias al cuidado que pone en el apunte de los dineros, Garibay va generando uno de los retratos mĆ”s fieles o elocuentes de la ciudad de MĆ©xico de aquellos aƱos, los de su infancia, su adolescencia y su juventud (el libro comienza a contarse mĆ”s o menos a principios de los aƱos treinta y termina en 1970, cuando Garibay deja de percibir una mensualidad de 10 mil pesos que se le habĆa asignado directamente desde la Oficina de la Presidencia de la RepĆŗblica para resolver con esto el problema pecuniario que le impedĆa dedicarse de lleno a su oficio).
No encuentro otro libro donde el autor exhiba recursos mĆ”s eficaces en la tarea autoimpuesta de “romper con el cerco de la gramĆ”tica y seguir el camino que le daba gana” en el momento de estar haciendo esta filigrana reconstructiva. La ciudad se construye y se desconstruye en el habla de los personajes que la habitan. Se dirĆa que el trabajo no solo tiene que ver con la exĆ©gesis sino con la corrupciĆ³n natural de un lenguaje que no sabe de pudor ni de autocensura.
A sus casi setenta aƱos, Garibay se dio una serie de licencias que lo volvieron maestro de su lenguaje y dueƱo de una forma de imaginar un territorio que solo a Ć©l le pertenecĆa, el territorio de su propia memoria y sus recuerdos. Si la nĆ©mesis poĆ©tica de Beber un cĆ”liz, como en su momento lo seƱalĆ³ JosĆ© Emilio Pacheco, fue “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, el libro que podrĆa acompaƱar al de Garibay en su tarea de reconfigurar el pasado serĆa la vida de Juan JosĆ© Arreola (Memoria y olvido, 1994) contada a Fernando del Paso: en ambos se encuentra el mismo prurito arqueolĆ³gico de reconstrucciĆ³n puntual de los hechos de un pasado inasible, ese mismo tono conversacional y mismo desparpajo, que tiene en el habla de la gente comĆŗn su principal combustible. ~
Gabriel Bernal Granados,
Santa MarĆa AhuacatitlĆ”n, a 18 de enero de 2023.
* Su primera novela, Mazamitla, se publicĆ³ en 1955 en Los Presentes, la pequeƱa editorial de Arreola, y como narrador y ensayista, Garibay fue uno de los autores mĆ”s constantes de JoaquĆn Mortiz, a lo largo de tres dĆ©cadas, antes de que la editorial fuera absorbida por Planeta.
ā Resulta por demĆ”s notable que entre la primera y la segunda novela de Garibay se abriera un parĆ©ntesis de diez aƱos, que el autor, en pĆ”ginas autobiogrĆ”ficas de principios de los noventa, definiĆ³ no en tĆ©rminos de una crisis o un bloqueo, sino como la imposibilidad de pasar en limpio lo que escribĆa, a mano, en sus cuadernos.