Esperé a que se acercase el viaje para empezar a leer Venecia. Un asedio en espiral, el libro que el urbanista Ignacio Jáuregui dedica a esa ciudad y que ha publicado Athenaica (con fotografías del autor y acceso a unos mapas también preparados por él con localizaciones de los trayectos de los que se compone el libro). Calculé mal el tiempo u olvidé que el tiempo no se deja calcular, y para cuando llegué a Venecia iba solamente por la mitad. Así que parte del libro lo leí antes de ir a Venecia, parte mientras estaba allí y por fin lo he acabado a la vuelta. Y ha estado bien porque de ese modo la relación entre la lectura y la ciudad se me ha manifestado como anticipación, como superposición y como recuerdo.
El autor ya advierte, desde la selección de citas con las que abre, de que sobre Venecia no se puede escribir. Entonces las citas (de Valeria Luiselli, Paul Morand, Piero Gadda Conti, Maupassant, Mary McCarthy, Félix de Azúa y Balzac) nos dan una idea de la sensibilidad y de los intereses de Jáuregui, que acepta explícitamente lo escurridizo e imposible de su afán y, dicho lo cual, se aventura a escribir sobre la ciudad que le fascina. Pero no hacemos las cosas porque podamos, sino por otra razón.
En una muy breve introducción explica su relación con Venecia, que visitó por primera vez a los diecisiete años. Desde entonces, fascinado, no ha dejado de hacerlo. Y por fin, en el año 21, cuando el turismo aún no se había recuperado pero ya se habían levantado algunas restricciones, se las arregló para pasar en la ciudad algo más de tres semanas (“veinticuatro días no te van a convertir en residente, pero bastan para entrar en los ritmos cotidianos: hago la compra, cocino en casa, pongo la lavadora […] me corto el pelo, voy al cine, trabo cien pequeñas conversaciones inanes…”). De esos días sale este libro, pero por supuesto también de todas las visitas anteriores, que le permiten una interesante categorización de los capítulos.
Van unos apuntes sueltos sobre el libro, como un juego de cajas chinas, como si no fuera también imposible escribir sobre los libros (o en general, creo).
Lo primero es que Venecia. Un asedio en espiral no es un libro. Parece un libro, pero es un dibujo. Es un gigantesco dibujo de la ciudad. Tardé dos o tres capítulos en darme cuenta, pero una vez lo vi ya no pude olvidarlo. La descripción de lo que vamos viendo se hace con la cadencia con la que se trazan los contornos sobre un papel. No me refiero solamente a que la descripción sea muy visual y muy precisa, a que sería posible e interesante jugar a ponerse a dibujar a partir de la descripción y luego comparar, que también. Sino que aquí las palabras se deslizan y se van acumulando en frases con un movimiento de lápiz o de rotring y es como mirar a alguien dibujar, y cómo van apareciendo los contornos, las sombras, los detalles. El autor está dibujando. Esto es para mí lo más especial y característico del libro. Me pregunto si se podría detectar esto en el caso de que el modelo no fuese tan fastuoso como la ciudad de Venecia. Por cierto, en la precisión de las descripciones se adivina la fascinación por la ciudad, una clase de respeto.
He dicho que el autor es urbanista, pero diría que en el fondo el libro no está abordado como arquitecto, o no sepultado por los dejes de serlo. Es decir, su oficio le da unas herramientas para la comprensión y el tratamiento de las particularidades de la ciudad y de sus exteriores e interiores, y también un vocabulario amplio y preciso, pero debajo de todo lo que se nota es que le encanta. Le encanta la ciudad, le encanta recorrerla, le encanta aguzar el oído y desentrañar el dialecto… Ha elegido traducir él mismo muchos de los pasajes que lo necesitan: pueden ser fragmentos de libros, carteles atisbados en la calle, noticias en el periódico… También en esta decisión se aprecia el amor por la ciudad: la traducción entendida como el repaso con el dedo por un relieve que nos ha impresionado.
Hay párrafos que son como tratados arquitectónicos. Se reconoce algo placentero en recurrir a las palabras de la civilización (el glosario de los elementos que componen las ciudades) y verlas juntas, como el colmo de lo civilizado, y además hacerlo para escribir sobre una ciudad donde todo se mezcla de forma desmesurada e incluso estrafalaria.
Muy bonito también es cómo la ciudad le sirve para observarse a sí mismo. Está fuera de casa, pasa mucho tiempo en la calle, pasa mucho tiempo solo, sabe que es transitorio, y todo esto favorece no solo la autoobservación, sino también el afloramiento de reacciones inesperadas; a veces se sorprende en una reacción que no le acaba de gustar, o con una revelación luminosa.
Acabo con algunos subrayados. En el cementerio de San Michele, cerca de la tumba de Diaghilev, se fija en otra tumba: “Se llamaba Sonia y tenía 23 años, es todo lo que la lápida nos dice y, seguramente, todo lo que necesitamos saber”. Curioso eco de la Oda a la urna griega de Keats que me hace preguntarme si no estará el texto salpicado de estos detalles.
A propósito del documental de 1942 Venezia Minore, en el que aparecen unas niñas de uniforme en fila tras una monja, emocionante entusiasmo expresado en los signos de exclamación: “(¡yo las he visto, en el mismo vecindario, una comitiva idéntica setenta años después!)”. No es la única ocasión en que se celebra la capacidad de la vida cotidiana de abrirse paso en las difíciles condiciones de la ciudad.
Bravo: “Está muy bien cuando se recupera una nave industrial para museo o un convento para hotel, pero que las fábricas sigan fabricando y los lugares de acogida continúen acogiendo al desvalido es algo que habla mucho mejor de una ciudad”.
Una historia de la ciudad en time-lapse: “Un canal, un puente, una majestad dorada de mosaicos, el estandarte vertical de un campanile: no hace falta más para que la combinatoria imparable de la historia desarrolle, de un modo u otro, el comercio de ultramar, los astilleros industriales, una oligarquía gobernante, el esplendor turbio y centelleante de una escuela de pintura, el diseño de la góndola o el festival de cine”.
¡Me he dejado muchísimo, pero es que el libro es sobre Venecia!
Ignacio Jáuregui
Athenaica, 2025
327 páginas