Foto: Averater, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

Nuno Júdice, 1949-2024

Depositario y protagonista de una muy rica tradición, el poeta portugués, fallecido el 17 de marzo, se demarcó y asumió un tiempo y un papel dentro de ella.
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Existe una literatura que está ahí en la cómoda, en la gaveta del escritorio, en el librero de la sala, en la mochila de la escuela, en el pupitre de al lado, en el presente de Navidad o de cumpleaños. Son aventuras que te asaltan, acertijos que te ponen a prueba; un mundo distante y maravilloso que sueles encontrar en el patio o en el rincón más oscuro de la casa. Después viene otra literatura donde los viajes se confunden con las horas del día y las muchas tonalidades de la tarde. Viajes donde las aventuras se reconocen en los accidentes y revelaciones que la propia lectura ofrece. Borges, atreviendo el paso, dice que la poesía es encuentro. Estás en una librería, en la planta superior, en la sección de poesía. Tantos libros, tantos títulos y autores que pasan ante ti como agua entre los dedos. De pronto, como siempre ocurre, un libro llama tu atención: Un canto en la espesura del tiempo, un título que no te dice nada; el autor: Nuno Júdice, no lo conoces. Lo abres, lo hojeas. El viaje te hace suyo, la emoción es tanta, el lugar, la diferencia de horas; sin embargo, ese libro empieza a imponer un ritmo, a exigir una atención. El libro se publicó en enero de 1996, tu viaje lo realizas en julio de 1999. Has viajado para exponerte, para encontrarte precisamente con ese libro y con ese autor. Estás conociendo su lengua. Agradeces a J. L. Puerto la traducción. Virgilio, el poeta de Roma, es un puente, y también tú quieres hacer un alto al pie del umbral, también tú quieres degustar la atmósfera del poema. Lo compras y, enseguida, en el hotel, comienzas la lectura. No lo sabes, pero el encuentro se ha dado y la complicidad se irá reforzando al paso de los años.

Depositario y protagonista de una muy rica tradición, Nuno Júdice se demarcó y asumió un tiempo y un papel dentro de ella. Pessoa y sus heterónimos, Jorge de Sena; el trazo de Sophia de Mello Breyner y el destello de Eugénio de Andrade. Las influencias de la poesía europea y el mundo mediterráneo con su sensualidad, sus aromas y colores. Nuno Júdice piensa el poema desde el poema mismo. Hay una composición atenta a un desarrollo argumental, a un despliegue imaginativo, a una tensión y a “un no sé qué” que define y resuelve el poema en su totalidad. Hay quien afirma que la poesía portuguesa tiene en el siglo XX una edad de oro. La nómina despide una luz que nos encandila, una potente constelación, un mar que rivaliza con el cielo.

De Mexilhoeira Grande, del sur de Portugal, da inicio esta literatura que se llamó Nuno Júdice. Lector atento, agudo crítico; novelista cuyas historias revelan telones y escenarios cifrados por lo nacional que arroparon el cuerpo desnudo de una patria. Antonio Tabucchi nos muestra A Praça do Comércio en el rictus satisfecho de un Pereira que escribe obituarios en un diario de Lisboa en los primeros tiempos de la dictadura de Salazar. Ha hecho lo justo y camina la plaza, transita la historia de la amistad y de la gratitud. A un poeta, de la altura de Nuno Júdice, se le debe gratitud. Sus poemas son cuadros donde se lee una historia y se padece un sentimiento. Hojas de vida, sucesos, remembranzas, instantes y sensaciones, ejemplos dictados desde la música de la memoria; ese “pensamiento melódico” que se produce en el roce o la caricia, en el rielar del viento sobre la superficie de las aguas. Wenders, en su Historia de Lisboa, no solo convoca a Fellini, a Murnau y a Pessoa, también a una ciudad blanca que antes habíamos contemplado con Tanner.

En varios poemas de Nuno Júdice la ciudad con sus calles y edificios, sus ventanas y solares, sus coches y luces, aparece. Aparece la ciudad de antes –la del recuerdo–, la del ahora –la inmediata–, y la del lector –la que se antoja eterna–. Hay una ciudad fragmentaria en el imaginario de Nuno Júdice, en el susurro, en el encabalgamiento que, además de otorgar velocidad, nos da un tono de sabrosa complicidad. Lisboa es muy grande, O Tejo aparece por todas partes, al doblar cualquier esquina, con lluvia o sin ella. Es la voz sentenciosa y reflexiva de un yo poético, de un alter ego, que se impone en el decir del poema. Si vuelvo la mirada estoy en una confitería de Rio de Janeiro, pero yo sé que se trata de Lisboa, aunque la luz y el color sean otros, y la risa de las mujeres, bajo sus amplios sombreros, sean otras. Lisboa, que siendo Lisboa ya es otra, alcanza un registro desasosegante como el que impera en El libro del desasosiego, de Bernardo Soares. Entonces se trata del mar de Durban, pero Durban, que no es Durban, tampoco es Lisboa, pero sí el camino para llegar a ella, para que la voz que canta en el poema nos descubra una ciudad vista desde tan lejos estando tan dentro.

La Revolución de los Claveles nos asombró. Aquella fotografía de los soldados encañonando a un grupo de jóvenes, donde estos, contra toda lógica, colocaban claveles en los cañones de sus fusiles, nos devolvió la esperanza y extendió la línea del horizonte. Hay otra donde vemos a Nuno Júdice muy joven manifestándose en la calle; también hay un poema donde nos habla de esos primeros días que sucedieron al hecho histórico. No se trata de un texto político, tampoco de amor, como se puede juzgar en una primera lectura, sino de un poema de vida, de un acontecimiento tan íntimo que a todos nos toca. La poesía tiene esa virtud de tan solo tocarnos, pero siempre para toda la vida; como los claveles, en aquellos fusiles, que le dieron la vuelta al mundo y nos hicieron la mañana más clara y más justa.

La Edad Media fue una decisiva dimensión que recorrió su obra, tanto en su estructura como en el tratamiento del amor. Como traductor baste señalar a Corneille, a Emily Dickinson y a Ramón López Velarde, para expresar el vuelo de su atención. ¿Cómo se hace el azul? ¿Por qué los caballos deben ser azules si se trata de una batalla pintada por Paolo Ucello? La memoria, en la poesía de Nuno Júdice, es la puerta al paraíso. Todo paraíso está irremediablemente perdido, pero todos lo habitamos alguna vez. El poema nos ofrece el milagro de recorrerlo, de aspirar sus perfumes, de contemplar sus colores, de gozar de la sombra de sus árboles. El fruto está ahí y la tentación es mucha. Gratitud es el sentimiento, el estado que nos embarga ante una obra cuya riqueza y armonía nos permite abrir los ojos, aguzar el oído, exponernos a un bagaje que nos devuelve la experiencia de visitar el paraíso aquí en la tierra, la tierra de Ulises, el mítico fundador de Lisboa como Camōes lo canta; de su plural y extensa tradición donde el sueño no se disipa, nos acompaña en los claros destellos del día. Sin duda una poética de la luz la de Nuno Júdice. ~

Contepec, abril de 2024.

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es poeta, ensayista y traductor.


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