La mujer del César

El lector merece que le expliquen si una entrevista está pagada por su diario o subvencionada por quien resulta beneficiado por su publicación.
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No existe un código claro acerca de qué debe saber el lector de diarios sobre las bambalinas de la noticias; sobre cuáles son los intereses y las relaciones que se encubren detrás de cada artículo. Y probablemente son las secciones de cultura de los periódicos las que abusan de un modo más recurrente de esta laguna para ocultar pequeñas corruptelas y prácticas dudosas.

Uno de estos usos que se esconden al lector consiste en que las editoriales paguen y organicen viajes al extranjero con periodistas para entrevistar a un escritor. Esto es, si uno lee que un redactor de cultura entrevista en Irlanda, Estados Unidos o Egipto a un autor, es natural que piense que el entrevistado es importante, en tanto que el periódico ha enviado y sufragado el viaje del reportero. Con este sistema muchos periodistas culturales españoles han disfrutado unos días en Oriente Medio, en Nueva York, en Berlín o en París a cargo de los editores. A menudo estos viajes son unas pequeñas vacaciones: pasar tres o cuatro días para una entrevista ofrece mucho tiempo de ocio en relación al que ocupa el trabajo. En el texto que finalmente aparece publicado, el entrevistador no suele reconocer quién ha pagado el viaje. Hay excepciones, claro. Guillermo Altares, de El País, dejó claro que la editorial Lumen organizó el viaje a Beirut en su entrevista a Rabih Alameddine. Pero la norma, incluso en ese mismo diario, es la contraria.

Otro caso es el de la crítica. El escritor y crítico Félix Romeo nunca reseñaba libros en los que su nombre apareciera en la dedicatoria o en los agradecimientos. Por extraordinario, su gesto rozaba lo quijotesco. Hoy la crítica está trufada de reseñas en las que crítico y autor son íntimos amigos o en las que los mentores y profesores critican a sus alumnos. Cuando T. W. Adorno señalaba en su ensayo La crítica de la cultura y de la sociedad que “[la crítica] se mantiene en la red en que se imbrican cultura y comercio”, no sabía hasta qué punto se quedó corto. La ausencia de rigor crítico hoy llega a límites ruborizantes. Hace poco, un catedrático emérito me decía, sin el más mínimo atisbo de culpa, que le encargó la reseña de su libro a otro profesor que hacía las veces de crítico. Lo sorprendente del asunto es que no se refería a una publicación universitaria. Hablaba del suplemento literario más leído en español. Ese mismo catedrático escribía, una semana antes de nuestro encuentro y para el mismo suplemento, la reseña de un libro de ensayos de un conocido poeta inglés. El texto alababa la tarea del prologuista y antólogo del que el profesor era, amén de un gran amigo, un mentor intelectual. Por si era poco, el prólogo objeto del elogio incluía agradecimientos al profesor. Los casos son infinitos y se dan en casi todos los medios.

Que muchos periodistas son escritores no solo lo atestiguan los artículos de Camba, Chaves Nogales o Gaziel. Lo demuestra la gran cantidad de libros que cada año publican autores que vemos firmar habitualmente en los periódicos. Como no podía ser de otro modo, muchos de estos profesionales se encargan de asuntos culturales. Usted ya se imaginará, después de lo escrito hasta ahora, que ante la potencial existencia de conflictos no siempre actúan como cabría esperar. Como ejemplo, un prestigioso cronista español ha viajado a varias ciudades a costa de una editorial concreta sobre la que ha escrito dos docenas de artículos en su periódico. En 2009 publicó, con el mismo editor, un libro que recoge sus mejores crónicas. Huelga decir que, una vez publicado el libro, el periodista ha continuado escribiendo sobre los libros de la editorial y viajando a sus expensas. Parece que, en la prensa cultural, cabe el negativo de la cita de Plutarco y la mujer del César puede estar bajo sospecha permanente.

El sentido común más primario nos dice que el lector merece que le expliquen si una entrevista está pagada por su diario o subvencionada por quien resulta beneficiado por su publicación. Si los suplementos de viajes serios no permiten que los operadores se hagan cargo de los vuelos ni de los hoteles, cómo se entiende que en las secciones culturales ni siquiera se obligue a mencionarlo de modo explícito en el artículo o en la entrevista.

Tampoco se puede pretender que sea el mismo lector el que conozca el enmarañado mapa de conexiones del mundo literario. Esa obligación recae en los medios que deberían evitar el quid pro quo, los favores, el nepotismo y el clientelismo.

Todas las redacciones tienen sus reglamentos y códigos deontológicos. Unas ligeras pesquisas me descubren que así como en la sección de economía los límites están claros, en la mayoría de los medios no hay mención alguna a la cultura. Quizás porque al periodista cultural se le presume cierta honestidad. O quizás porque la cultura no importa demasiado y aporta pocos y exiguos anunciantes. Posiblemente tengan razón y nos estemos preocupando demasiado por algo insignificante. Al fin y al cabo, los hechos denotan que es más relevante una nueva versión del iPhone que un premio nacional de literatura. ~

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(Barcelona, 1973) es editor at large en el grupo Enciclopedia.


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