Tomás González (Medellín, Colombia, 1950) ha vuelto a aparecer. Lo ha hecho como Esteban, el protagonista de Las noches todas, la novela que ha devuelto al autor de La luz difícil a los estantes de novedades de las librerías en Colombia.
Aunque es poco conocido, González lleva más de cuatro décadas cultivando el oficio de escribir con ritmo como mantra sagrado. Colombia misma tardó en descubrirlo. Primero estaba el mar (1983) fue su ópera prima. Pero fue La luz difícil (2011) la que lo hizo visible, 28 años después. Y es que fue por medio de ese libro que llegó a él la Nobel de Literatura austríaca Elfriede Jelinek, quien señaló que, al leer a González, “tuve la sensación de que es un escritor de mucha pureza (…) Alguien con el potencial de convertirse en un clásico de la literatura latinoamericana”. Alguien que, con ese potencial, ni quiere ni puede sentir el brillo de los reflectores sobre él, ni el acoso de las grabadoras, ni nada que se le parezca. “Odia la exposición mediática. Tomás recibe su fuerza de la soledad, del contacto con la naturaleza y de la meditación”, ha dicho sobre él Peter Schultze-Kraft, traductor de la obra de González al alemán.
Su transformación en el Esteban de Las noches todas ha sido su excusa para dejarse ver otra vez, pero también su catarsis. Ha contado la historia de la vejez y sus embates en las 240 páginas de la novela. Ha leído fragmentos ante sus lectores, ha explicado sus porqués, ha dejado claro que es su libro más autobiográfico hablando de ese tiempo que lo consume y que ojalá no lo hiciera, con ese “cierto cansancio” que arrastran los años. Como lo leyó en su intervención en Barranquilla: “Después todo se endurece un poco, se pone menos flexible y el golpe de su influencia, si bien no se acaba, tiende a debilitarse”. Hablaba de la imaginación, que es algo humano, como humano es que duelan los dientes cuando se rozan los 70.
Antes de La luz difícil, según usted comentó en alguna ocasión anterior, quería escribir sobre la vejez, imaginar su vejez. ¿Las noches todas responden a esta idea?
La novela refleja la vejez tal como la estoy viviendo. En La luz difícil me imaginé la vejez de David, mientras que en Las noches todas hay más cercanía conmigo mismo, es más autobiográfica. Ahora que estoy viviendo la vejez en carne propia me he dado cuenta de que trae cierta lucidez, tal vez por lo que uno ha vivido, y cierto cansancio, también por lo vivido. Cansancio de lo grande, de los pícaros en el poder de los Estados, de su violencia, y también de lo pequeño: del funcionamiento fisiológico, de tenerse que vestir cada mañana, “de tantos benditos dientes como hay que cuidar”, para usar las palabras de mi suegra, que es lúcida como pocas personas. Y tiene razón. Son treinta y pico de piezas dentales si no estoy mal y cada una es susceptible de tratamiento de conductos. Al mismo tiempo uno va sintiendo agradecimiento por haber tenido el privilegio de haber visto y participado en esto que bien han llamado La Creación.
La alusión al anciano Mabeuf, en el epígrafe de Las noches todas, describe al personaje de Víctor Hugo como alguien que ama apasionadamente las plantas, pero sobre todo los libros. ¿Sintió que se encontró usted mismo prologado en Los Miserables?
Disfruté mucho con la lectura de Los miserables. Me llamó la atención en particular este personaje, con el que coincido casi en el ciento por ciento, pues no acepto, como él, todas las posiciones políticas para que me dejen tranquilo. Soy antifascista, antiestalinista y tiendo al anarquismo, pero me conformaría con una socialdemocracia. Comparto con el anciano Mabeuf la pasión por las plantas y por los libros. Es decir, todo lo demás.
Usted tuvo, en su casa de Cachipay (un municipio cercano a Bogotá), un jardín zen. Y toda la historia de Las noches todas gira en torno a la construcción de un jardín como empresa al final de la vida. ¿Está bien que percibamos esto como otro hecho autobiográfico?
La novela se nutre de mis experiencias en Cachipay, es cierto. Diez años luchando con un jardín que nunca logré terminar. Al construir con el de Esteban aproveché para sacarme el clavo y me di el lujo de terminarlo. Mi vida de Cachipay y la novela van paralelas, pero no son lo mismo.
Si es así, ¿entonces también se plantea vivir en una casa en la costa Caribe, como Esteban?
Hice el intento de conseguir un apartamento con vista al mar cerca de Santa Marta, pero las cosas no se dieron, como dicen los comentaristas deportivos. Vivo en la represa de El Peñol (Antioquia, Colombia), que es como un mar en miniatura, pero mi apego sentimental por la Costa Caribe sigue siendo grande. Puede que algún día…
Hay una clara alusión a Andrés Caicedo en esta obra. ¿Cómo decidió embeberla en la novela? ¿Por qué?
Yo no sé si la novela de Caicedo (¡Que viva la música!) me gusta o no, digamos que me gusta mucho a ratos, pero su corta vida me llama poderosamente la atención. Asombroso que alguien decida vivir solamente hasta los veinticinco. Esteban piensa a veces en el suicidio y es por ahí que resulta pertinente la alusión al de Caicedo. Matarse joven para quedar eternamente joven. Romanticismo puro. En Caicedo hay una idealización religiosa de la música del Caribe, la salsa en particular, a la que solo un joven blanco con el enemigo fácil de los bambucos y necesitado de cualquier norte podría llegar. Todo aquí es bastante asombroso. El sectarismo de un grupo de jóvenes de clase media alta de Cali convencidos de que la música afroamericana es la solución, no sólo musical, sino existencial.
Usted es un autor sencillo de leer, en el sentido en que prefiere la sobriedad a la profusión en su escritura. Pero al mismo tiempo es complejo: no todos serían capaces de leerlo y entender que pasando ‘nada’ pasa de todo en sus obras. ¿Se considera un autor complejo para los lectores?
Los temas, más que mi escritura, son complejos. El mundo es muy complejo y el mundo es el tema de todos los escritores. A mi modo de ver ese pasar todo sin que pase nada es justamente como se mueve el mundo.
En obras anteriores ha jugado con los narradores: pasa de la primera a la tercera persona sin avisar, y con facilidad. En Las noches todas varía los tiempos de un momento a otro, pero el ritmo permanece. ¿A qué se debe ese juego narrativo?
El tiempo fluye de muchas maneras, como los ríos, como la música. Trabajo un poco por instinto, y este, el oído, me va señalando las variaciones, los ritmos.
Hablando del oído, ¿cómo afina este sentido?
Leo mucho los textos mientras los voy escribiendo, para que las palabras alcancen la armonía y la resonancia que busco. Paso y repaso y vuelvo a pasar. Disfruto mucho de ese trabajo, pues ya no tengo que sufrir con la página en blanco.
Periodista colombiana.