La voluntad de la marea

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Para mi amigo César Arístides

1.
Son los momentos de la voluntad.
La luz se brinda franca
y el viento contiene su voz
–su trueno–
y el cuerpo sin perturbar.
Homeostasis sorda.
Casi pensé que el corazón no latía.
Así me di cuenta de la voluntad,
del inventario de las mareas.

Nota:
¿Cuáles son las mareas?
¿Cuáles son sus nombres?
Se llaman en vector,
nombres que no existen
más que en el recorrido.

Me llamo paso.
Me llamo sol que muere.
Dominio que somete silencioso.
Mi nombre me hace gritar
desnudo en el frío,
maldiciendo al rival invisible
los pies sobre el hielo descalzo.
Grito mi nombre,
desgañito adolorido,
muerto en la marea,
vivo en reflujo del grito en el frío
desnudo con la piel apretada,
los ojos apretados,
el nombre ceñido a la voz
apretad
a astronómica del sol,
la luz
, el viento y el trueno.

Escucha mi grito ecuatorial,
la voluntad de marea triste,
el prop
ósito de la marea
que sube y rompe contra nada,
contra mi corazón apretado
en silencio y quieto.
Es la voluntad de la marea
que me hace gritar
frente a ti, que no te veo.

2.
Lentos corren rivales,
vuelan si acaso, planean
laterales sobre las corrientes,
abaten sus maldiciones
contra toda palpitación
y evitan todo lo púrpura
las sendas solares,
los descansos imposibles.

Nadie puede dormir
con tales amenazas,
con sus sonrisas destructoras
o su furia aparente tras la puerta.

3.
De frente
esa noche
los mosquitos fallaban
su ataque febril
frustrado por el viento
y la espuma.

4.
El mito de ser feliz,
las palabras indecentes,
las noches que simulan luminosas,
todo eso flota en el naufragio;
en la triste voluntad de la marea.

5.
Vuelvo a decir mi nombre
y parpadeo.
Cada sílaba falsa,
cada voz ondulante
hace sentir el vértigo,
remolino negro en la marea,
en sus fauces que devoran vivo o muerto,
ronco rugir
mi nombre.

Vuelvo a decir mi nombre
y ya no existe.
Se hunde en el mar,
en el abismo,
en los rezos de la plebe
que se esconde en la oscuridad.

Cada letra pierde su voz
y es la marea sola
quien habla sin que nadie escuche
nada.

6.
Todo en silencio.
La quietud del horizonte;
mi corazón inmóvil.

Grito desaforado.

7.
En el cielo las mareas aprietan
con su gris y negro
el mar y la nieve sobre los tejados.
Nos dejamos ir con el vaivén,
la espuma y el pleamar,
los bloques congelados
y la fuerza perezosa de la grey
que tira por las calles
y nubla nuestros pasos.
La voluntad arrastra;
nosotros gemimos,
a la derecha: mar bramante,
a la izquierda: trueno silencioso,
en desazón, entre todos,
en la multitud muda
que arrastra en susurro de pasos
de ondulación.
Y el cielo de este día negro
lanza trozos fríos que nos sacuden.

El mar y su rumor
nuevamente dominan la memoria
y su voluntad marca el latido
cruel e inevitable.

8.
La voluntad marca su golpe
en cuartos, octavos,
con la vista en el día que levanta
o con los ojos cerrados
murmurando una plegaria
recibida e ignorada.

La voluntad decide sin tener que escuchar
las notas lánguidas,
las palabras que se arrastran
por los remolinos
y se ahogan en el mar.

9.
Qué clara esta tarde en que lloramos;
qué bella luz,
la nieve que cubre suavemente los prados.
Qué limpio el viento helado
el de ese día lleno de tristeza y rabia.
Caminan las parejas, sonríen.
Esa tarde maldecimos y callamos
impotentes.
La tristeza arrancaba gritos:
pateamos, cubrimos nuestra cara con tierra,
escupimos y cagamos en macetas con plantas muertas.
Qué tristeza;
la tarde clara y bella.

10. 
El mar es blanco.
El universo es blanco.
A lo lejos, la ventana
enmarca el blanco paisaje
con sus olas y almenas
distraídas frente a una chispa luminosa.

No hay fuerza que levante ese cuerpo
blanco, inerme.
Desde el acantilado,
hálito,
vapor que toca y humedece.
El aire espera.
Aspira.
Apenas entra.

11.
La voluntad nos dice:
El aliento
es un torbellino
silencioso.
Aniquila el pensamiento;
su verdad es húmeda,
hambrienta.
Llora sin fuerzas.

La marea respira.
Sus columnas lentas
caminan, se deslizan
como lenguas en la arena.
Nada más vago que su paso.
el mundo es marea;
se mueve en círculos;
nadie vendrá si la nombran,
nadie mirará las palabras
que olvidan.
Y su voluntad se esconde
detrás de la nube
y gobierna.

En el amanecer furioso,
lejos del mar,
sólo la memoria en la lluvia.

 

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(México, 1964) es autor de Del Paralaje (Ediciones del Equilibrista, 1997), Reojo (Libros del Dragón, 1998), De Cuerpo Presente (Artes de México, 2008) y Fragilidad de las Fronteras (K Editores, 2009). Es co-fundador del Institute for Creative Exchange, en Canadá.


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