Laura Riding, profeta o suplicante

Tras la publicación de 'Los expertos están perplejo', greylock reincide con Laura Riding y rescata 'La ceñida corono', el primer poemario de la escritora.
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La editorial greylock publicó hace unos meses el libro de Laura Riding Los expertos están perplejos, traducido por Paula Zumalacárregui Martínez, y un poco más recientemente la versión de Eva Gallud de La ceñida corona, de la misma autora. Es una lástima que las ediciones no sean bilingües, pero las traducciones son admirables: suaves, rítmicas. La obra de Laura Riding no es tan conocida como sería de esperar, desde luego no en España, y el trabajo que está haciendo la editorial merece todo el reconocimiento. Los expertos están perplejos es un libro fascinante, divertido, penetrante, compuesto de varios textos en prosa. La ceñida corona es un libro de poemas, deslumbrante también. Se trata del primer libro de la autora, publicado a sus 25 años, en 1926, cuando firmaba como Laura Gottschalk, por el apellido de su primer marido. Por curiosidad lo he buscado en Iberlibro: se ofrecen varios ejemplares de la primera edición en Hogarth Press, la editorial de los Woolf, a precios que van desde los 800 a los 3500 euros. Desde 1926 el libro había permanecido descatalogado hasta una edición de la Universidad Nottinghan Trent, en 2017, y otra en la editorial neoyorquina Ugly Duckling Presse, en 2020. Parece que la autora no ha estado muy de moda en los últimos cien años, y qué llamativo, porque sus poemas, que se leen como revelaciones, son de una textura tan particular que no se entiende que hayan sido dejados de lado. Los de este libro están dedicados “A mi hermana Isabel y a Nancy Nicholson”, a su vez la primera mujer de Robert Graves. Laura había cuidado a los hijos de ambos, antes de instalarse con él en Mallorca. También abre el libro un poema de Robert Graves −o aparentemente el comienzo de un poema, puesto que acaba en puntos suspensivos− que no he conseguido encontrar en ningún otro sitio, y de cuyo primer verso (“Hablar del hueco de la nuca donde la ceñida corona / de pensamiento se anuda, los cabos sueltos caen pulcros…”) se ha extraído el título. 

Los poemas de Riding parecen seguir el tono de la declamación comenzada por Graves, por su compleja estructura de frases largas abarrotadas de imágenes referidas a un tiempo no exactamente pasado, sino de aire mítico. Con su tono de proposición circunspecta nos transportan a un mundo grave, ceremonioso, donde es muy evidente que la poesía no es que ilustre o describa un mundo, sino que lo genera. Debe quedar claro que aquí lo ceremonioso no quiere decir pesado, sino que tiene que ver más bien con ajustarse a una medida exacta con la esperanza de que se provoque un efecto; también con una especie de transmisión entre épocas e iniciados sucesivos. Algunos personajes que aparecen son Erato, la musa, o Amaltea, y aunque no sabemos exactamente dónde transcurren los poemas, se percibe un ambiente anacrónico. La actividad anímica que el flujo de la vida permite a los personajes se distingue claramente, está muy expuesta. Entiendo que esto es muy volátil, pero se entiende si se leen los poemas. La vida cotidiana genera unos movimientos en la vida anímica que solo pueden consignarse mediante la poesía. El viaje anímico se expresa mediante una elocución de aire abstracto, pero al leerlo una recuerda cómo entendió que la poesía sirve para hacer visible lo que es verdaderamente importante de aquello que nos pasa, o que estamos haciendo un trabajo de destilación: “Y Amaltea no se maravilla de que yo ría / o abra mis ojos a otros ojos, como siempre, / o que haga ruido con mi lengua y entone / mis mejores baladas para las damas. / Ella tiene su muerte también, y está ocupada […]”. 

A veces nos llegan notas medievales, por la mención a castillos o estancias o por la descripción de los espacios por los que se mueven monarcas, obispos o caballeros. Hay también una curiosa serie dedicada a las partes de la cara, titulada en general “La cabeza del cuerpo” y compuesto por los siguientes poemas: Cabello, La cabeza en sí, Frente, Ojos, Nariz, Orejas, Boca. Se detienen a extraer una característica de cada parte a partir del encadenamiento de descripciones (“Amplio y solitario lazo, / intrépida banda estirada entre sien y sien, / último puesto fronterizo de la inteligencia / y barrera blanca entre mi mundo conocido / y lo que no comprendo” −¡la frente!−). Me gustan mucho. 

Y también llama la atención el abundante −o bien aprovechado− uso de la primera persona del plural, un nosotros muy presente que transmite la idea de que aquello de lo que se habla es una comunidad, un país, de que el mundo aquí expuesto, imaginario o no, existe de manera rotunda porque ahí hay algo más que un yo. Y como sensación que resuma la lectura de los poemas, me queda la de haber visto o incluso acariciado un vestido nada ostentoso, pero con muy buena caída, de una tela muy rica hecha con una trama complicada y con hilos muy valiosos, la túnica de un príncipe en un país del mediterráneo oriental.

Pero además una joya auténtica de este libro es su epílogo, Una profecía o una súplica, un manifiesto escrito por la autora en la misma época que estos poemas y que es un prodigio de penetración y a la vez de sencillez. Está dedicado a las relaciones entre la escritura y la vida. Parece de verdad estar inaugurando un mundo, unas normas, unas maneras de hacer recuperadas desde un tiempo mítico. Habla del ejercicio de la poesía y su relación con la vida. A veces mientras lo leía sentía un poco de vergüenza, como si yo hubiese traicionado a lo largo de mi vida estos preceptos fundamentales y evidentes, pero la expresión del manifiesto de Riding es tan luminosa que su lectura basta, pensé, o deseé, para restaurar la fe en la vida y en la misión y la confianza en que todo lo que necesitemos hacer bien lo haremos bien. 

Como esta escritora ha quedado algo arrumbada, podemos pensar en ella como heredera −con la túnica− de la corona de un país invadido y lateral. Da algo de pena pensar que el camino brillante que señalaba no fue seguido, que las cosas discurrieron por otros derroteros, aunque en el caso de su manifiesto, muchos de los manifiestos que se escribían en la época en que escribió el suyo se leen más bien como curiosidad histórica que como guía verdaderamente útil. En todo caso, que las cosas pequeñas u ocultas son pilares discretos de algo más grande es lo que se llama un secreto a voces, casi de las primeras cosas que se aprende, y no se olvida.

Laura Riding
La ceñida corona
Traducción de Eva Gallud
Editorial greylock, 2024
97 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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