Leer en clave distópica: A Scanner Darkly, de Philip K. Dick

La predicción, dicen los que saben, no es la razón de ser de la ciencia ficción. Lo suyo más bien es el reflejo imaginativo del presente. Son presentes potenciales disfrazados de futuros concretos. ¿Qué nos pueden decir del aquí y el ahora las distopías clásicas de la literatura? Le pedimos a nuestros colaboradores que rebuscaran en sus libreros para ofrecer algún clásico de la ficción distópica que encuentre su reflejo en el contexto actual. Lecturas imaginativas para un presente urgente.
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Según The New York Times, en el transcurso de 2016 murieron por causa de las drogas más estadounidenses que en los diecinueve años que duró el conflicto armado en Vietnam. La cifra oficial de bajas de guerra asciende en la actualidad a 58,318, mientras que la cantidad de muertes relacionadas con el abuso de drogas el año pasado se estima como superior a 59,700. Esto confirma una tendencia creciente si se echa una mirada a las estadísticas de 2015 (52,400) y 2014 (47,000).

Las causas profundas de lo que autoridades y medios de comunicación consideran una epidemia involucran aspectos como la precarización laboral o el cambio drástico que han sufrido algunas zonas industriales cuyos habitantes buscan un nuevo camino o se han detenido sin tener claro aún el panorama. Sin embargo, la causa principal es más simple: los opiáceos son altamente adictivos y, al menos durante la primera década de este siglo, era muy fácil conseguirlos de manera legal en las farmacias. Las prescripciones médicas de Vicodin, OxyContin, Percocet y similares no solo estuvieron a la alza sino que propiciaron que los adictos las consumieran en dosis mayores o buscaran sustancias más fuertes en el mercado ilegal, exponiéndose a ser los conejillos de indias para un producto cuya calidad y componentes no están regulados.

El fácil acceso a estas sustancias, así como sus letales consecuencias, fue presagiado por Philip K. Dick en su novela de ciencia ficción A Scanner Darkly, cuya trama transcurre en una versión distópica del condado californiano de Orange. En el primer capítulo, Charles Freck, un adicto a la mortífera Sustancia D (Death, Slow Death), cae en la cuenta de que su reserva de pastillas se ha reducido, y está al borde de sufrir el síndrome de abstinencia cuando tiene la siguiente fantasía: “Imaginó que llegaba a la Farmacia Económica y encontraba un inmenso escaparate: botellas, latas y botes de Muerte Lenta, bañeras, tinas y escudillas llenas de Muerte Lenta, miles de pastillas, cápsulas y cigarrillos de Muerte Lenta, Muerte Lenta mezclada con speed, yerba, barbitúricos y alucinógenos, de todo. Y un gran cartel: AQUÍ SE FÍA. Y otro: PRECIOS BAJOS, BAJÍSIMOS, LOS MÁS BAJOS DE LA CIUDAD.”

Aunque hiperbólica, esta no es la única profecía de la novela que parece haberse cumplido en el mortífero escenario actual de las sustancias adictivas en los Estados Unidos. La Sustancia D o Muerte Lenta ha encontrado su equivalente real en opioides como el fentanilo y el carfentanilo –derivados de la morfina y utilizados originalmente para paliar los dolores intensos de los pacientes con cáncer terminal, así como para sedar elefantes– cuyo consumo ha aumentado ya sea de modo individual o combinados con heroína, además de que son los ingredientes principales del cóctel de reciente manufactura conocido como Muerte Gris, junto con la heroína y el opioide sintético U-47700, conocido como pink, que es ocho veces más potente que la morfina y es legal en varios estados de la Unión Americana e incluso se distribuye por correo de modo subrepticio.

Bob Arctor, protagonista de la novela, es un agente encubierto que trabaja con el nombre de Fred en el departamento de antinarcóticos y se vuelve adicto a la Sustancia D, cuyo origen y red de distribución está encargado de investigar. Esta primera antítesis se exacerba cuando el departamento le pide investigar a un grupo de adictos entre los cuales está ¡él mismo! La tarea coincide con los estragos que la adicción de Fred/Bob Arctor comienza a desatar en su percepción: sus hemisferios cerebrales dejan de comunicarse y comienzan a competir entre sí hasta llevar a Fred/Bob a un estado esquizofrénico desde el que observa su propia vida doméstica grabada en las cámaras de la policía como si se tratara de la historia de alguien ajeno con el que comparte, sin embargo, las mismas alucinaciones. Sobre esta base, la novela no se ciñe a documentar el problema social de las drogas, su relación con la sociedad de consumo y la corrupción de las instituciones que participan en el doble juego de la producción y distribución de estupefacientes bajo el disfraz de adalides de la lucha contra las drogas, sino que se aventura a la reflexión sobre la identidad contemporánea siguiendo la metáfora de la conciencia dividida que surge del desdoblamiento del espectador de sí mismo. Esta observación sistemática del drama propio difumina cada vez más el carácter unitario de la conciencia, llegando al punto en que algunos personajes comienzan a representar escenas para manipular a quien o a aquello que los observe. Es así como Charles Freck planea los detalles de su suicidio y Fred/Bob Arctor se dirige un mensaje a sí mismo a través de la cámara que registra sus movimientos: “Todo hombre ve únicamente una pequeña parte de la verdad completa (…) Una parte de él se vuelve contra él mismo y actúa como si fuera otra persona, derrotándole desde dentro. Un hombre dentro de un hombre. Y eso no es un hombre, en absoluto.”

Al final del libro hay una nota en la que Philip K. Dick niega que su novela tenga moraleja alguna. Se trata, en cambio, de un proceso de duelo por la pérdida de muchos amigos suyos por el abuso de drogas. No pretende tampoco una reflexión moralizante y burguesa sobre el tema que sugiera que ellos debieron dedicarse a su trabajo o ser funcionales de algún modo para la sociedad. Si pudiera hablarse de un pecado, dice Philip K. Dick, sería tal vez que ellos solo querían jugar, pasarla bien todo el tiempo y no pensaron en que el castigo pudiera ser tan desproporcionado.

Aunque la historia de A Scanner Darkly transcurre en un hipotético 1994, está inspirada en la cultura hippie de las drogas de la década de 1960 y principios de los setenta. Cuarenta años después de su publicación y veintitrés de la fecha que fabula, la sobredosis por abuso de drogas es la principal causa de muerte entre los adultos menores de 50 años en los Estados Unidos, precisamente las generaciones que nacieron entre los años en que Philip K. Dick escribía su novela y la década del noventa en que la historia transcurre.

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es autora de Octubre. Hay un cielo que baja y es el cielo (Textofilia, 2014) y Adentro no se abre el silencio (La Ceibita, FETA, 2010).


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