Foto: Mutant669, CC BY-SA 3.0 , via Wikimedia Commons

Literatura: censura y buenas intenciones

La censura identificada con las grandes causas polรญticas es peligrosa, porque se presenta como una vรญa atractiva para el cambio en una รฉpoca desconcertante.
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Lee otras entregas de la serie La literatura no es lo que era.

En la primera entrega de esta serie comentรฉ los vaivenes del arte verbal entre el sometimiento a los valores postulados desde el poder y su impugnaciรณn o desenmascaramiento. Tales vaivenes se relacionan con la preocupaciรณn de las รฉlites polรญticas y religiosas respecto a las influencias de la escritura en los lectores. En su bellรญsimo texto โ€œLa muralla y los librosโ€, Jorge Luis Borges narra la historia de un emperador de China que prohibiรณ los textos del pasado, testimonios de reinados anteriores con los que el suyo podrรญa ser comparado. Otro Jorge, un monje personaje de la novela En el nombre de la rosa, de Umberto Eco, envenena un libro, La Comedia de Aristรณteles, para castigar a sus lectores, culpables del mayor pecado posible, la risa, pues quien mucho se rรญe llega a burlarse de Dios.

Este monje, ciego y encerrado en una biblioteca laberรญntica, constituye un homenaje juguetรณn e irรณnico al narrador argentino y tambiรฉn una constataciรณn del celo hacia la palabra escrita. El padre Jorge velaba por la pureza de los buenos catรณlicos al ser indemne a los venenosos efluvios de los libros paganos. El censor perfecto es un estoico con la facultad de dictar lo que conviene o no a los potenciales lectores, considerados como menores de edad. La relaciรณn entre iglesia, libros y censura trasciende, desde luego, el juego ficcional: solo los bibliotecarios, los mรกs avezados monjes, los vagos, algรบn noble, los pรญcaros y los herejes conocรญan de las pรกginas inquietantes de los volรบmenes prohibidos. No es casualidad que el personaje que dirige la quema de libros en el Quijote sea un cura, pirรณmano, catรณlico ejemplar y gran conocedor del canon y de la literatura buena, mala y regular de su รฉpoca.

En tรฉrminos de la modernidad ilustrada, un marxista dirรญa que los libros estรกn vinculados con la ideologรญa, capaz de hacer aparecer como aceptable lo inaceptable. Por lo tanto, deben existir instancias que nos protejan de sus posibles efectos. Hasta el siglo XX, la censura como polรญtica de Estado era moneda corriente en el mundo, aunque ninguna democracia liberal llegรณ a los lรญmites de los gobiernos fascistas y comunistas alrededor del planeta. En el entendido de que un mundo completamente sin censura nunca ha existido, habrรญa que reconocer que en las democracias liberales de la segunda mitad de la centuria anterior se llegรณ bastante lejos. Una vez superada la mayorรญa de edad, se daba por sentado la adultez, sobre todo en el caso de estudiantes universitarios, expuestos a diversos estรญmulos intelectuales y estรฉticos.

ยฟSigue siendo asรญ en el siglo XXI?

Somos testigos de actos de censura por parte de los Estados en sociedades que se consideraban de vuelta respecto a esta intervenciรณn en las libertades civiles. En Brasil, un funcionario del rรฉgimen de Jair Bolsonaro pretendiรณ prohibir textos de temรกtica LGBTQ en una feria del libro en Rรญo de Janeiro, al mejor estilo de los regรญmenes antiliberales que pululan en Asia, รfrica y Europa del este. En Estados Unidos las bibliotecas pรบblicas en entidades gobernadas por los republicanos retiran tรญtulos considerados peligrosos para la sexualidad y formaciรณn moral de niรฑos y jรณvenes. Estos dos ejemplos provienen de la derecha, pero no deben llamarnos a engaรฑo: los derechistas no estรกn solos en sus intentos de control dentro de paรญses considerados democrรกticos.

En las universidades mรกs prestigiosas de Estados Unidos ha prosperado la idea de que el lenguaje es capaz de devenir en extrema violencia. Asรญ, un texto de Ferdinand Celine o de Mark Twain podrรญa perfectamente causar daรฑo a los estudiantes pertenecientes a sectores histรณricamente discriminados. La elaboraciรณn estรฉtica ya no salva a la literatura, sometida a la misma lectura unรญvoca propia de un pasquรญn. ยฟCeline, un gran escritor de conducta infame, no supera en los pasillos universitarios purificados la consideraciรณn de su escalofriante antisemitismo y racismo? Parece que no: en lugar de luchar contra la corrupciรณn de la juventud, argumento conservador, se evita causar dolor al estudiantado con lecturas absolutamente fuera de sus valores actuales.

Entre los hombres y mujeres creadores de literatura las reacciones ante estas tendencias censuradoras no han sido unรกnimes. A raรญz del terrorรญfico atentado de unos fundamentalistas islรกmicos a la revista francesa Charlie Hebdo, el Pen Club Internacional se dividiรณ entre los defensores irrestrictos de la libertad de expresiรณn y aquellos que acusaron a los redactores e ilustradores de la publicaciรณn de racistas, sin justificar del todo el atentado, por supuesto. En otras palabras, no se avala el atentado, pero se comprende la indignaciรณn que lo anima y se deja por sentada tal comprensiรณn. ยฟSe tendrรญa la misma tolerancia si se tratara de un atentado de cristianos fundamentalistas a una editorial feminista en Estados Unidos? ยฟO el cristianismo si es recusable pero el islamismo no? ยฟSe impone entonces la excusa de la diferencia cultural que considera a los valores liberales como trasunto colonial cuando se trata de religiones no cristianas?

Estamos frente a una ruptura, tal vez definitiva, con lo que justificรณ la importancia cultural de la literatura durante los รบltimos siglos: su experimentaciรณn, en tanto arte verbal, con todas las posibilidades de la imaginaciรณn. La estรฉtica, dimensiรณn del conocimiento y la sensibilidad humanas, no tiene importancia a nombre de causas ligadas con el avance de los derechos humanos; no es la primera vez que la izquierda asume este papel paternalista, tambiรฉn lo hizo al apoyar la censura en los paรญses socialistas (sobre esta relaciรณn entre literatura y revoluciรณn escribirรฉ en una prรณxima entrega).

Incluso, las personas adultas deben ser protegidas de representaciones simbรณlicas que recuerden las diversas discriminaciones existentes en el pasado y en el presente o que propicien lecturas no unรญvocas sobre temas polรฉmicos, al estilo del suicidio y la pedofilia. Se parte de que la letra tiene el poder material de hacer daรฑo de un modo anรกlogo a como lo han hecho la esclavitud, la tortura y el asesinato. Desde luego, hay que combatir este absurdo y subrayar que un libro siempre podrรก ser discutido y cuestionado entre iguales, mientras que la fuerza bruta implica una relaciรณn de poder caracterizada por su verticalidad, con efectos perdurables en el cuerpo de las vรญctimas. La universidad es el lugar perfecto para esa discusiรณn y cuestionamiento, sin lรญmites ni prohibiciones. Asรญ, estรก en la obligaciรณn de abandonar las tendencias autoritarias y de liderar la lucha contra la censura dentro de las sociedades democrรกticas, censura que hoy no toma solamente los ropajes vulgares de la derecha mรกs ignorante sino los muy refinados inspirados en la teorรญa posestructuralista o en la teorรญa decolonial.

La censura identificada con las grandes causas polรญticas es la mรกs peligrosa de todas, porque tiene el atractivo de presentarse como la vรญa para el cambio en una รฉpoca desconcertante, vivida como peligro inminente. Provee, ademรกs, de un bien escaso: la esplรฉndida certeza absoluta, la dulzura mayor del fanatismo.

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Escritora y profesora universitaria venezolana. Su รบltimo libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de Mรฉxico.


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