Sylvia Molloy, una escritura a la intemperie

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El duelo verbal comenzó enseguida, cuando la mujer irrumpió en la oficina para buscar los libros de Jean Giono. La cólera, evidente en su rostro y sus gestos, no parecían sorprenderlo; seguramente debían formar parte del ritual cotidiano de la revista, juzgó la joven que esperaba sentada, testigo temeroso de esa escena: “Usted me los ha robado y se lo voy a contar a su madre”, lo acusaba Victoria. “¿A quién se le ocurre leer a Jean Giono?”, le respondió irónicamente Pepe con un gesto cómplice hacia la joven para señalar su presencia: “Pero la señorita…”, insistió él. “Me importa un carajo la señorita”, respondió Victoria golpeando la puerta.

La señorita no es otra que Sylvia Molloy, y los protagonistas del duelo, Victoria Ocampo y José Bianco. El escenario: las oficinas de la célebre revista Sur en el barrio de Recoleta, en Buenos Aires, a comienzos de los años 1960. Esta anécdota, que Molloy recuerda en un texto en homenaje a Pepe Bianco, es una imagen expresiva de sus propios comienzos, la escena del mítico grupo por el que transitaron numerosos escritores y en donde ella colaboró con traducciones y reseñas. Se trata de una participación breve, tangencial, que parece cifrar el devenir de su escritura, tanto la ensayística como la ficción.

Sin lugar a dudas, el umbral de Sur signó más que un comienzo porque fue un puente hacia Francia, país en el que vivió varios años. Una temprana investigación sobre Ricardo Güiraldes y Valery Larbaud fue el primer motivo; años más tarde, nuevamente desde Argentina volvió a irse para realizar su tesis doctoral, dirigida por Étiemble, en La Sorbona. Publicada como La diffusion de la littérature hispano-américaine en France au XXème siècle (1972) [La difusión de la literatura hispanoamericana en Francia en el siglo XX], se trata de un “libro pre-histórico”, en palabras de la autora, pero de gran actualidad y, lamentablemente, aún sin traducción al español. Allí, Molloy explora la recepción francesa de las letras hispanoamericanas a partir de las figuras de Darío, Güiraldes y Borges, y traza algunas de las líneas críticas que más tarde fueron confirmadas por la crítica literaria latinoamericana. Algunos años después, los estudiosos borgianos aplaudieron de modo unánime Las letras de Borges (1979), en el que leía su obra bajo el prisma del Barthes de S/Z. Borges fue una figura tutelar siempre presente en sus escritos.

Entre los muchos libros de Sylvia Molloy, no es exagerado afirmar que Las letras de Borges, Acto de presencia. La escritura autobiográfica en Hispanoamérica (1996; traducido por la propia Molloy, ya que fue escrito y publicado primero en inglés, en 1991, bajo el título At face value. Autobiographical writing in Spanish America) y En breve cárcel (1981) señalan momentos claves de su escritura, nuevos caminos a los que regresará o seguirá explorando y que marcaron un punto de inflexión tanto en la crítica latinoamericana como en la ficción homoerótica escrita por mujeres. Y esto se debe fundamentalmente a que, con el libro Acto de presencia, Molloy le da una vuelta de tuerca a las lecturas sobre la autobiografía hispanoamericana, analizando un conjunto de autores de los siglos XIX y XX (Domingo Faustino Sarmiento, Juan Francisco Manzano, Victoria Ocampo, la condesa de Merlin, Miguel Cané, Mariano Picón Salas, Norah Lange, Lucio V. Mansilla y José Vasconcelos) a partir de diversas perspectivas teóricas, principalmente las de Gusdorf, De Man, Foucault y Borges. En este libro, Molloy configura una lectura moderna que desconfía de la veracidad del texto autobiográfico al que interpreta, en cambio, como una construcción del autobiógrafo. Estas ficciones vienen a retratar, en definitiva, una pose del escritor, tema esencial que Molloy analizó en diversos ensayos y que constituye el foco de su más reciente libro de crítica, Poses de fin de siglo. Desbordes del género en la modernidad (2012).

En breve cárcel, una historia acerca de un amor lésbico, le dio fuerza a su voz desde la literatura ya que hasta entonces la temática homoerótica había sido abordada de manera soslayada, oblicua, en la narrativa escrita por mujeres. Tal vez por ello fue silenciada en Argentina, donde no solo no se publicó sino que, además, tuvo una circulación muy restringida (sin lugar a dudas, este doble silencio obedeció al contexto político del país, en el que la dictadura militar gobernante no hacía más que hundirlo). La novela, en la que la pregunta constante sobre cómo escribir una experiencia pasada teje un diálogo con el libro Acto de presencia, fue recuperada por Ricardo Piglia y nuevamente publicada en 2012. Muchos años más tarde de este comienzo aparece El común olvido (2002), una “ficción del regreso”, género compartido con otros autores argentinos como Alberto Manguel y Edgardo Cozarinsky. Le siguen Varia imaginación (2003) y Desarticulaciones (2010) y recientemente Vivir entre lenguas. Los tres son libros de relatos que forman un tríptico en el cual la forma breve, como retazos de escritura impulsados por el recuerdo y el olvido, o por la deriva del recuerdo, esboza reflexiones sobre la identidad a partir de la lengua, la modulación de la memoria, la experiencia de la escritura y la lectura.

Hay en Molloy una suerte de máscara, sin que se pueda distinguir con certeza si es la biografía la que enmascara la obra o a la inversa. Es decir, los países en los que ha vivido, la lengua y la escritura –el ensayo, la ficción literaria, las reflexiones desde la enseñanza– están íntimamente entrelazados: la Argentina, los recuerdos de infancia y el español que elige para escribir ficción; Francia, la rama materna, el francés que recuperó y del que provienen sus primeros recuerdos literarios (los versos de Racine aprendidos de memoria). Finalmente Estados Unidos, donde reside hace más de treinta años; el inglés del padre, de origen irlandés, lengua que siempre habló y que eligió para sus ensayos sobre la autobiografía hispanoamericana (¿qué mayor gesto autobiográfico?). Vivir entre lenguas, su último libro, es una bella imagen de esta máscara en la que la vida traspasa con fuerza la obra a través de la persistente interrogación acerca de la lengua y la memoria. Después de todo, ¿en qué lengua se expresarán los últimos recuerdos de la persona bilingüe?, “¿[ella será] trilingüe o en los desechos que emita primará una lengua sobre las otras?” (“Ecolalias”).

La publicación este año de Vivir entre lenguas, en Eterna Cadencia, invita a leer la obra, en conjunto, de una de las grandes voces de la crítica y la narrativa latinoamericanas. ~

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(Lovaina, Bélgica, 1977) es traductora y doctora en estudios hispanoamericanos por la Université Paris 8. Actualmente se desempeña como investigadora del Conicet. (Argentina)


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