Foto: Ana Portnoy

Marcelo Luján, claridad para retratar lo oscuro

El escritor argentino, afincado en Madrid es uno de los autores más destacados del género negro en nuestro idioma. Los seis cuentos que componen su último libro, La claridad, retratan algunos de los aspectos más oscuros del ser humano.
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Las buenas noticias son expansivas: cuando las recibimos, deseamos contarlas a los cuatro vientos. Si no podemos hacerlo, si debemos conservar el secreto durante horas o días, suele embargarnos la ansiedad. Imagínense lo difícil que debe ser –las sensaciones que deben atravesar el cuerpo– si el lapso durante el cual hay que callar es de cuatro meses. Y si la noticia es tan buena como haber ganado el Premio Ribera del Duero, el más importante para la narrativa breve en nuestro idioma, dotado con 50 mil euros.

Exactamente eso es lo que le pasó al escritor argentino Marcelo Luján. El 10 de marzo de 2020 supo que su libro La claridad había sido el elegido por el jurado de ese concurso, pero –debido al primer estado de alarma por la pandemia de covid-19, que en España se prolongó desde mediados de marzo hasta finales de junio– no pudo difundirlo hasta que se realizó el anuncio oficial, el 7 de julio. Eso sí: cuando el galardón por fin se hizo público, la noticia se multiplicó. Luján fue portada en casi todos los suplementos culturales en España, Argentina y otros países de América Latina; su cara apareció hasta en la etiqueta de una edición especial de vino Ribera del Duero, elaborada por el Consejo Regulador de esa denominación de origen, que auspicia el certamen.

¿En qué cambia la vida ganar un premio como este y la visibilidad que otorga? “Empezás a tener menos impunidad”, me dice Luján, por Zoom, desde su casa de Madrid. Se ríe al detallar que “cuando un escritor es inédito tiene absoluta impunidad”, pero “a medida que vas publicando y te van conociendo, te tenés que cuidar un poquito más. Estás más expuesto, tenés más lectores, más compromiso con ellos”, dice. De todos modos aclara –también entre risas– que a él la vida no le cambió: “Porque yo soy de Mataderos y siempre voy a ser de Mataderos. Y eso no se puede cambiar, para bien o para mal”.

 

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Mataderos es un barrio popular en la periferia de Buenos Aires, la ciudad donde Luján nació en 1973 y donde vivió hasta comienzos de 2001, cuando se instaló en Madrid. Poco después de su arribo a España, sus textos comenzaron a ganar premios y a convertirse en libros: los cuentos de Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife, 2004), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa, 2006) y El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián, 2007), las novelas La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra, 2009) y Moravia (2012) y las colecciones de prosa poética Arder en invierno (2010) y Pequeños pies ingleses (2013).

A comienzos de 2015 apareció Subsuelo, la novela que terminó de instalar a Luján en las “grandes ligas” de la literatura en español. Se trata de una novela negra que cuenta una historia de tragedias y rencores a través de una voz que narra en presente pero que todo el tiempo va y viene –llevando consigo al lector– al pasado y al futuro. Ese recurso, sumado al dominio del registro coloquial y al modo en que el relato, con paciencia y con precisión, va exhibiendo los pliegues más oscuros de eso que llamamos el alma humana, hacen de Subsuelo una novela hipnótica, fascinante. Recibió varios premios a la mejor novela negra publicada ese año en español, entre ellos el Dashiell Hammett, que se entrega en la Semana Negra de Gijón.

Después de eso, Luján se pasó tres años y medio escribiendo cuentos. Una decisión que en España es de cierto riesgo, dada la escasísima presencia de las formas breves en la narrativa publicada en ese país (por citar solo un ejemplo: la lista de los mejores libros de 2020 de Babelia incluyó 29 novelas y apenas dos libros de relatos). Sucede que, aunque lleve dos décadas viviendo en Madrid y su voz narrativa esté poblada de expresiones y giros del español peninsular, Luján es de Mataderos y la tradición rioplatense –en la que el cuento ocupa un lugar central– constituye los cimientos de su escritura. “El género más hermoso”, lo llama él.

Enfatiza, además, que solo escribe cuando siente la “necesidad”. Cuenta que recibió muchas propuestas de diversas editoriales para que escribiera otras novelas. “Pero yo no funciono así”, explica. “Como no vivo de las ventas de mis libros, me puedo dar el lujo de estar cuatro años sin publicar. Me tomo mi tiempo. Publico poco, pero publico lo que quiero. No quiero presiones en ese sentido”.

Así que escribió cuentos: seis relatos largos que –si bien son autónomos y funcionan perfectamente por separado– presentan sutiles conexiones y amplían el universo de Subsuelo. Y además incorporan elementos de otro género de arraigo vital en la literatura del Río de la Plata: el fantástico. De ese modo, además de la oscuridad de las almas, estos textos también trabajan con lo ominoso, esos misterios que a menudo se cuelan en nuestras vidas cotidianas sin que los podamos explicar. Asumir el riesgo le dio buenos resultados a Luján: esos seis cuentos son los que conforman La claridad, el ganador del Premio Ribera del Duero, bellamente editado por Páginas de Espuma.

 

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Marcelo Luján da clases en la Escuela de Escritores, en Madrid, y también –como rezan las solapas de sus libros– “trabaja como coordinador de actividades culturales”. Yo lo conocí a través de una de esas actividades, quizá la más destacada, o al menos la que más se prolongó en el tiempo: unas jam sessions de narrativa en algunos bares de la capital española. Luján las organizaba con otros dos escritores argentinos radicados allá, primero Carlos Salem y luego Adrián Gualdoni. El nombre de aquellas veladas era elocuente: “El tamaño sí que importa”. La propuesta era escribir, desde luego, textos breves.

Cada una de aquellas citas tenía un escritor invitado, que leía un cuento propio, después proponía alguna consigna para que los concurrentes escribieran in situ y finalmente oficiaba como jurado para elegir uno de esos textos como ganador. Entre las decenas de escritores invitados estuvieron Ana María Shua, Clara Obligado, Luisgé Martín, Gabriela Cabezón Cámara, María Fernanda Ampuero, Fernando Marías, Florencia del Campo, Valeria Correa Fiz, Ernesto Mallo y Horacio Convertini (e incluso yo mismo pude darme ese gusto, perdonen la autorreferencia).

Luján es un tipo muy divertido, y aprovechaba su carisma para subirse al escenario y presentar aquellos encuentros “de forma desenfadada, divirtiéndose, haciendo chistes”, recuerda Adrián Gualdoni. “Pero la literatura nos la tomábamos muy en serio, tanto obviamente la de los invitados como también de la gente que participaba. Había un ambiente muy bueno. La norma fundamental era que a toda persona que subiera a leer el texto que había escrito se la escuchaba con atención y se la aplaudía con respeto. Esto estimulaba a la gente a participar, mucha gente lo hacía todas las semanas, los veías mejorar… Fue un ciclo buenísimo”.

Los encuentros de “El tamaño sí que importa” se extendieron por una década, en el bar Diablos Azules hasta que echó el cierre (en ese local de la calle Apodaca, en el barrio de Malasaña, ahora funciona la sede madrileña de la librería Lata Peinada, especializada en literatura latinoamericana) y luego en Vergüenza Ajena. El ciclo iba a culminar oficialmente al cumplir sus diez años de actividad, pero llegó la pandemia a arruinar –también– esos planes. Si andan por Madrid, estén atentos, porque Gualdoni y Luján no descartan una celebración cuando la antigua normalidad haya vuelto por fin.

 

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Como es un escritor que se toma su tiempo, es poco lo que Luján tiene para decir de sus libros que vendrán. Cuenta que empezó una nueva novela, a partir de un cuento que escribió hace mucho, que ya tiene la estructura y unas veinte páginas… pero no le está dedicando tiempo a eso. “Ahora mismo quiero hacer otras cosas –confiesa–. Quiero dar clases, quiero ver la Copa Diego Maradona” (el torneo de fútbol argentino que se llevaba a cabo al momento de hacer la entrevista). Luján es un hincha apasionado por San Lorenzo de Almagro (el mismo equipo del que es hincha el papa Francisco): tiene parte de su escudo tatuado en el brazo. De hecho, es amigo de Viggo Mortensen, otro hincha célebre del equipo del barrio de Boedo.

Y también se entusiasma mucho con un proyecto en marcha: la versión cinematográfica de Subsuelo. Fernando Franco –ganador del Premio Goya al Mejor Director Novel en 2013 por su película La herida– adquirió los derechos y en la actualidad trabaja en el guion. La película se rodará en la sierra de Madrid, y a Luján lo ilusiona saber que ya están elegidos los actores y actrices que conformarán el elenco, que podrá visitar las locaciones cuando empiece el rodaje… En una entrevista de hace unos meses había dicho: “Mejor es ser torero o futbolista, pero la escritura es lo único que se me da más o menos bien”. Si además ese “más o menos bien” le permite darse gustos como ver su cara en la etiqueta del vino o a sus personajes en la pantalla grande, tanto mejor.

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(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.


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