IlustraciĆ³n: Manuel Vargas

Marco Aurelio o La educaciĆ³n del estoico

La dƩcimo sexta entrega de la serie es para Marco Aurelio, cuyos Soliloquios han sido tabla de salvamento en momentos difƭciles y pertenecen mƔs al botiquƭn de primeros auxilios que a la biblioteca.
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Lee aquĆ­ otras entregas de Memorias de un leedor.

Ya he contado que en casa habĆ­a varios libros de las colecciones de Aguilar: Obras Eternas, Joya y Crisol. Desde niƱo estos Ćŗltimos llamaban mi atenciĆ³n, por su tamaƱo, muy pequeƱo, y sus colores: verde para la poesĆ­a, azul para el teatro, rojo para la narrativa y cafĆ© para la filosofĆ­a. Eventualmente empecĆ© a leerlos y allĆ­ leĆ­ por primera vez, digamos, a Madame de La Fayette (La princesa de ClĆØves), La BruyĆ©re (Caracteres), CicerĆ³n (Los oficios), Unamuno (Niebla), Ɖtienne Gilson (Santo TomĆ”s de Aquino), Dickens (Grandes esperanzas), AndrĆ© Maurois (Turgueniev), Joan Maragall (AntologĆ­a poĆ©tica), el Viaje de TurquĆ­a, entre otros. Sin embargo, si tuviera que escoger un solo tĆ­tulo de la colecciĆ³n tendrĆ­a que ser el de Moralistas griegos (Madrid, 1960) en el que descubrĆ­ a mi hĆ©roe de la AntigĆ¼edad, Marco Aurelio.

Los Soliloquios ā€“o Meditaciones, o Reflexiones, o Pensamientos, en realidad el tĆ­tulo que Marco Aurelio puso a sus notas fue, sencillamente, A sĆ­ mismo, lo que denota el uso mĆ”s bien privado que les destinabaā€“ son los apuntes del autoaprendizaje del estoicismo llevado a cabo por el emperador. No es un tratado ni una obra sistemĆ”tica, sino una serie de fragmentos que remiten a los principales elementos de la doctrina estoica. Es una especie de diario filosĆ³fico, pero sin fechas. Hay una obra de Fernando Pessoa que se titula La educaciĆ³n del estoico y ese bien podrĆ­a ser el tĆ­tulo de los Soliloquios, porque lo que encontramos en ellos es precisamente el proceso de formaciĆ³n estoica de su autor.

Uno de los rasgos mĆ”s simpĆ”ticos de la obra es justamente que Marco Aurelio no habla ex cathedra, como si estuviera ya en posesiĆ³n absoluta de la sabidurĆ­a estoica, sino que es el testimonio de un proceso que nunca se termina del todo. Marco Aurelio constantemente estĆ” amonestĆ”ndose, corrigiĆ©ndose, llamĆ”ndose al orden; a veces parece desesperar un poco y luego se da Ć”nimos; tropieza, pero no se rinde nunca. En este sentido es muy distinta a la otra gran obra del estoicismo ā€“y que tambiĆ©n pude haber incluido aquĆ­ porque es otro de mis libros favoritos de la AntigĆ¼edadā€“, las EpĆ­stolas a Lucilio de SĆ©neca, en las que este claramente adopta un papel magistral y de autoridad.

De las tres grandes escuelas de la filosofĆ­a helenĆ­stica ā€“escepticismo, estoicismo y epicureĆ­smoā€“, siempre me atrajo el estoicismo, aunque en realidad mi ideal serĆ­a una mezcla de este con el hedonismo epicĆŗreo (o sea, lo que tradicionalmente se entiende por epicureĆ­smo, no tanto la genuina y mĆ”s bien austera doctrina de Epicuro, de la que apenas conservamos testimonios). En mi severa adolescencia, el exigente ideal de conducta estoico me impactĆ³ profundamente: el dominio de uno mismo, el sometimiento de las pasiones, la impasibilidad, la entereza, la gravedad. ĀæLlegarĆ­a algĆŗn dĆ­a a ser un buen estoico? Actualmente, a los cuarenta y dos, empiezo a sospechar que no, pero desde hace algĆŗn tiempo tambiĆ©n me pregunto quĆ© tan posible y deseable es realmente. No recuerdo quiĆ©n dijo: ā€œhay estoicismo, pero no hay estoicosā€, remarcando precisamente el carĆ”cter ideal de sus objetivos. Como lo muestran los propios Soliloquios, el estoicismo es un permanente aprendizaje, incluso para uno de sus principales maestros. El caso de Marco Aurelio es Ćŗnico en la historia de occidente. QuizĆ” nunca se estuvo mĆ”s cerca de lograr el ideal platĆ³nico del rey-filĆ³sofo. Como se acostumbraba en la antigua Roma, fue mandado adoptar en la familia imperial por Ć³rdenes de Adriano, su antecesor. Juntos, Marco Aurelio y Adriano representan los mejores momentos del imperio romano.

El volumen de Moralistas griegos incluye, ademĆ”s de los Soliloquios, los Caracteres de Teofrasto, las MĆ”ximas de Epicteto y la misteriosa Tabla de Cebes. La traducciĆ³n de Marco Aurelio es de Jacinto DĆ­az de Miranda, helenista espaƱol del siglo XVIII, que se basĆ³ en la ediciĆ³n del inglĆ©s Thomas Gataker, a quien cita una y otra vez en las notas y cuya erudita identidad me intrigaba. Mucho me sorprenderĆ­a despuĆ©s, leyendo traducciones modernas mĆ”s apegadas al original, descubrir que el estilo de Marco Aurelio era bastante mĆ”s seco y conciso que la prosa dieciochesca de DĆ­az de Miranda, pero, como sucede con frecuencia con los libros que leemos por primera vez en determinadas ediciones o traducciones, mi Marco Aurelio serĆ” siempre el suyo.

Para mĆ­, los Soliloquios, mĆ”s que a la biblioteca, pertenecen al botiquĆ­n de primeros auxilios. Porque son precisamente eso: una medicina, una terapia, no para el cuerpo, sino para el alma. A ellos he recurrido mĆ”s de una vez en la adversidad y nunca me han decepcionado; siempre me han ayudado a serenarme y a afrontarla con mayor entereza. Me recuerdo una vez, presa de un gran desasosiego, pidiĆ©ndolos como quien pide un calmante en la biblioteca pĆŗblica de Pau, Francia (supongo que me habrĆ”n dado la ediciĆ³n de Les Belles Lettres), y otra, en un autobĆŗs Xalapa-Ciudad de MĆ©xico, leyĆ©ndolos Ć”vidamente, buscando (y encontrando) la calma. Junto con las EpĆ­stolas a Lucilio, los Ensayos y otras cuantas obras, son verdaderamente libros de sabidurĆ­a, esto es, que enseƱan a vivir.

La estoica es una filosofĆ­a completa (con su fĆ­sica, su metafĆ­sica, su Ć©tica, etc.), pero el componente central y el mĆ”s perdurable es obviamente el Ć©tico. Claro estĆ” que la Ć©tica se deriva de la metafĆ­sica y para rigurosamente aceptar todos los planteamientos de la primera habrĆ­a que haber aceptado los de la segunda (el principal, y mĆ”s difĆ­cil de conceder, es que el universo estĆ” regido por el logos, la razĆ³n, y que por lo tanto hay que aceptar todo lo que sucede; inconformarse es actuar contra la naturaleza, o sea, ser irracional). Sin embargo, aun sin compartir los presupuestos metafĆ­sicos del estoicismo, es posible extraer Ćŗtiles lecciones de conducta de la Ć©tica estoica.

Tal vez la mĆ”s importante tenga que ver con el temple, o sea, la fortaleza y serenidad para enfrentar las dificultades, y el dominio de uno mismo: ā€œHaz por ser semejante a un promontorio contra quien las olas de la mar se estrellan de continuo y Ć©l se mantiene inmĆ³vil, mientras que ellas, hinchadas, caen y se adormecen alrededor. ā€˜Ā”Infeliz de mĆ­ ā€“dice unoā€“, porque tal cosa me aconteciĆ³!ā€™. En verdad no tiene razĆ³n; dirĆ­a mejor: ā€˜Ā”Dichoso yo, que en medio de lo que me sucediĆ³, quedĆ© sin recibir pena alguna! Ni me quebranta lo presente ni me espanta lo venidero, porque una semejante desgracia a todos pudo acontecer; pero no todos sin pena la hubieran podido llevarā€™ā€ (IV). El estoicismo lo repite una y otra vez: no estĆ” siempre en nuestras manos lo que nos ocurre, pero sĆ­ cĆ³mo reaccionamos a ello; no estĆ” en nuestras manos ser embestidos por las pasiones (la ira, la tristeza, el miedo, etc.), pero quĆ© actitud adoptamos frente a ellas, sĆ­.

Sin embargo, el aprendiz de estoico sabe que no es fĆ”cil, que somos dĆ©biles, y que la entereza y el control de uno mismo no se conquista una vez y para siempre, sino que es una lucha constante. En el libro XII, por ejemplo, Marco Aurelio se reprende: ā€œacaba de reconocer alguna vez que en ti mismo tienes alguna cosa mĆ”s excelente y divina que aquello que excita en ti los afectos y te agita enteramente a manera de un tĆ­tere. Y entonces pregĆŗntate: ā€˜ĀæCuĆ”l es ahora mi pensamiento? ĀæAcaso el miedo? ĀæLa sospecha? ĀæPor ventura ha sido algĆŗn otro Ć­mpetu de esta clase?ā€™ ā€.

Como apuntĆ© arriba, con el tiempo he ido alejĆ”ndome de ciertos ideales estoicos. Quiero pensar que no solo por debilidad o resignaciĆ³n frente al hecho de que nunca podrĆ­a ser un buen estoico, sino por una mejor y mĆ”s alegre comprensiĆ³n de lo humano (la influencia de Montaigne y de Alain, que deben mucho al estoicismo, pero que tambiĆ©n supieron apartarse de Ć©l, ha sido decisiva en esa mudanza). Hay algo en el estoicismo que me parece ahora, en definitiva, demasiado rĆ­gido, demasiado severo, casi inhumano. Ese precepto, por ejemplo, del que ya se burlaba el SeƱor de la MontaƱa, de pensar constantemente en la muerte, de no perderla nunca de vista, de recordarla a cada instanteā€¦ Me temo que eso no sirva para vivir y probablemente tampoco para morir.

Y, no obstante, los Soliloquios no dejarĆ”n de ser nunca uno de mis libros de cabecera, pues han sido mi tabla de salvaciĆ³n en momentos difĆ­ciles y sĆ© que buena parte de mi temple, mucho o poco, se lo debo a sus pĆ”ginas. La primera vez que fui a Roma, me emocionĆ© profundamente ā€“cosa no muy estoica, por ciertoā€“ frente a la estatua ecuestre de Marco Aurelio en la Plaza Capitolina (una reproducciĆ³n del original, que se encuentra en el museo del mismo nombre). Con el brazo extendido y el rostro sereno, transmite gravedad, clemencia, autoridad, majestuosidad, pero, ante todo, seƱorĆ­o, no del mundo (aunque tambiĆ©n), sino del propio yo. Marco Aurelio fue dueƱo de un imperio, pero, mĆ”s importante, de sĆ­ mismo.

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(Xalapa, 1976) es crĆ­tico literario.


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