Foto: Bruno Murialdo/ROPI via ZUMA Press

Haruki Murakami y la lengua extraña de las novelas

Haruki Murakami se ha esforzado por dotar a sus personajes de libertad y espacio, y por crear las complicadas y discretas estructuras que contienen y ayudan a exponer sus historias.
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Cuando se trata de un escritor, la distancia entre lo hablado y lo escrito suele ser enorme. Si uno tiene la fortuna de encontrar las pocas entrevistas que ha concedido Haruki Murakami, tendrá la impresión de que, a juzgar por su modo de hablar, el más exitoso narrador japonés de los últimos cuarenta años debe ser una persona accesible y divertida, expansiva y rocambolesca, que con gusto se va por tantas ramas como desea, siempre y cuando eso le permita hablar con pasión de literatura, gatos, jazz o escritores estadounidenses publicados entre los años 20 y los 90. Por fortuna para quien lea cualquiera de sus novelas, de inmediato podrá constatar en qué medida ocurre todo lo contrario con su manera de escribir.

Mientras que Escucha la canción del viento (su primera novela, de 1979)y Pinball 1973 (1980) abren un par de conversaciones tan gratas como una conversación sostenida en un bar agradable, a partir de La caza del carnero salvaje (1982) Murakami se ha esforzado no solo por dotar a sus personajes de una libertad y un espacio tan grande como requieran, sino por crear las complicadas y discretas estructuras que puedan contener y ayudar a exponer todo lo anterior.

El espacio arquitectónico de sus novelas y el tono de voz de sus narradores será muy diferente a partir de esos años: de sentir que nos encontramos en el interior de un pequeño bar, diseñado y administrado por un matrimonio joven, tal como el negocio que el mismo Murakami y su esposa fundaron en su juventud, en sus siguientes novelas nos trasladamos a estructuras cada vez más ambiciosas, hechas con la intención de emocionar al lector de manera decisiva en alguno de los capítulos diseñados expresamente para lograr el mismo impacto que provoca un buen museo al llevarnos en dirección de sus piezas principales. Esta especie de museos narrativos concluyen cuando se abre una puerta inesperada hacia el misterio principal: entonces entrevemos un territorio más vasto, como si la exposición continuara en un paisaje exterior.

En el prólogo a sus dos primeras novelas, el narrador cuenta algo que vale la pena recordar ahora que se le ha otorgado el Premio Princesa de Asturias por el conjunto de su obra. Puesto que Escucha la canción del viento no lo dejó muy satisfecho en su momento, Murakami ensayó distintos recursos para encontrar una mejor voz.

Dado su gusto por la literatura estadounidense, intentó escribir una nueva historia breve directamente en inglés, tal como hacía la gran Agota Kristof por entonces con la lengua francesa, tanteando los alcances del nuevo idioma y condicionado por su, en términos literarios, limitado conocimiento práctico del vocabulario y la alta retórica que podía alcanzarse en la lengua tan admirada. Porque su conocimiento de esa otra lengua era insuficiente, las descripciones y las imágenes literarias elegantes desaparecieron por completo, por no mencionar que las frases resultaban demasiado cortas, de modo que se veía obligado a dar mayores explicaciones, a veces mediante la construcción de metáforas tan inusuales como lacónicas.

Ante el asombro de Murakami, el estilo que había empleado en su primer relato desapareció por completo. Antes de que pudiera salir del asombro, el autor intentó traducir al japonés lo que había conseguido en ese primer capítulo: el resultado fue una nueva versión de lo ya narrado, más compacta y ligera, con un ritmo más cortante y eficaz. Fascinado por el descubrimiento, el escritor siguió escribiendo con esos recursos el resto de su novela en proceso, pero directamente en su propio idioma.

El resultado fue una novela escrita a partir de frases breves e incluso toscas, que en conjunto creaban un ritmo muy peculiar, torrencial y afilado a la vez. Tokyo blues, Norwegian Wood (1987), Kafka en la orilla (2002), la enorme 1Q84 (2009) y La muerte del comendador (2017) se escribieron así. Quien revise esas frases y estructuras advertirá de inmediato la singularidad de las historias que contiene y la resonancia que consiguen.

Dibujo de Martín Solares.

La mayoría de los protagonistas de los libros de Murakami son hombres japoneses, de entre 20 y 30 años, desconcertados por los primeros golpes de la vida: suicidios o muertes de antiguas amantes o amigos, pérdida de empleo o del modo de vida, rupturas amorosas y desapariciones de seres queridos en circunstancias inescrutables. Luego de una reacción apática inicial, la vida los empuja hasta toparlos con pozos mágicos que se ocultan en un barrio popular, gatos que hablan, espías que sobrevivieron a misiones sangrientas durante la Segunda Guerra Mundial, grupos de ultraderecha capaces de asesinar para conseguir sus objetivos, fantasmas con intenciones sensuales o mundos paralelos a los cuales se puede acceder al tomar una desviación en el camino que seguimos todos los días.

Para quienes solo dan una oportunidad a los autores, La caza del carnero salvaje es la mejor y más breve puerta de entrada a las novelas de Murakami. A pesar de su inicio extraño y exquisito, y quizás en buena medida gracias a ello, los lectores advierten de inmediato que el autor es capaz de mezclar en un mismo recinto relatos hechos de historias dramáticas y compactas, cuyos bordes parecen cauterizados con fuego, y junto a ellos, narraciones de frases cortas y vida muy larga, que descienden hacia el misterio, a veces entre carcajadas, a veces a golpe de sustos. A medida que avanzan en dicho viaje, reconocen y recuperan historias inquietantes, contadas por otros personajes.

Dibujo de Martín Solares.

Hasta ahora, cuando Murakami domina una técnica novelesca, busca superarla en su siguiente libro. Así, además de incluir cuentos realistas y poéticos dentro de este primer ciclo de novelas, también ha incorporado hasta tres historias largas de manera paralela, recortadas y alternadas con gran destreza. Una de sus cimas arquitectónicas es la Crónica del pájaro que le da cuerda al mundo (1995):una novela monumental, que juega con los límites entre la realidad y el sueño, pero también recupera la historia reciente de Japón.

Dibujo de Martín Solares.

Quien descubra o relea estas novelas de Haruki Murakami confirmará que los impactos que provocan funcionan con la misma potencia con que lo hacen sus cuentos: dan la impresión de que hemos topado con una lengua extraña, la de la literatura misma, y que a pesar de nuestros esfuerzos no conseguimos apoderarnos por completo de sus secretos o personajes, tal como ocurre con los sueños. ~

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