Foto: Jebulon, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons

Este no es un paseo por el juego literario de París (2024)

Si el el juego literario formara parte del programa olímpico de París 2024, Francia competiría por los tres primeros lugares.
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“Bajar más rápido consiste primero en bajar de otra manera; sembrando la inquietud y la duda”, escribe, en Autorretrato del hombre cansado, Paul Fournel, miembro de aquel memorable equipo de relevos de la literatura francesa al que llamaron Oulipo, en el que militaron, entre otros, Raymond Queneau, Georges Perec y, como refuerzo naturalizado, Italo Calvino. En Oulipo jugaban, en barras asimétricas, la matemática y la imaginación. La literatura potencial –así la llamaron– era un esquema, tipo futbol, en el que todo llegaba a un desequilibrio.

Perec, por ejemplo, escribió en Las cosas que para sus personajes Silve y Jérôme: “Aquel fue el gran momento de su conquista. No tenían nada y descubrieron las riquezas del mundo”. 

Es una verdadera lástima que el Comité Organizador de los Juegos de París 2024 no haya encontrado la manera de incluir el juego literario en el programa olímpico. Francia hubiera competido por los tres primeros lugares; en cuatro carriles distintos y con seis exponentes por hit eliminatorio. Y una pipa.

La tradición francesa por el juego de palabras viene desde lejos. Cuenta Michel Onfray en Decadencia  que en 1833 Alphonse Allais, quien se presentaba como hijo de padres franceses, pero honestos, expuso una tela titulada: Primera comunión de niñas cloróticas en tiempos de nieve. Se trataba, como cualquier lector puede adivinar, de un cuadro en blanco. Al año siguiente –agrega Onfray– presentó Cardenales apopléticos cosechan tomates al borde del mar Rojo. Obvio: cuadro en rojo. El mismo Allais expresará en 1884 una frase que se convertirá en concepto: “soy alumno de los maestros del siglo XX”. Maestros que crecerían con divertimentos verbales como: “Dios ha muerto, la pintura ha muerto” y “son los espectadores los que hacen los cuadros”, de Marcel Duchamp.

Poco se ha hablado –subraya el pocas veces divertido Onfray– sobre las dudas que en aquella época (principios de siglo XX) asaltaban a Duchamp, quien vacilaba entre seguir la carrera de pintor o la de humorista. “Su carrera en la historia del arte occidental demuestra que logró ambos objetivos”. Marcel fue una especie de nadador de estilos: impresionista, cézanniano, fauvista y futurista. Siempre fiel a todos.

En Oulipo se podían escribir novelas sin e y o poemas remasterizados con sinónimos cargados de otro significado a poemas ya terminados por otro autor, aunque el autor mismo ya estuviera terminado. Sí, ¿pero cuál e?

En su Tratado XIII. LA E, Pascal Quignard repara en una observación recurrente en aquel que quiere aprender francés, como muchos turistas y deportistas que van a juegos: “Ronsard impuso el acento interior. Corneille inventó el acento grave. En 1642, Lanoue se queja de que nuestra lengua no tenga más que un carácter para anotar las tres e francesas”. Un personaje de una novela de Patrick Modiano (La hierba de las noches) asegura que quien no nace en Francia, jamás hablará bien francés. El nobel Modiano, por cierto, se acompañaría del hockey para dar sentido de camaradería juvenil a una época en Los buenos chicos.

Entonces, sigue Quignard: en 1660 Corneille inventó el acento grave para anotar la e abierta; e impuso el nombre. En 1730 el abad de Saint-Pierre escribe de la e corneilliana, o acento grave: “es un carácter que empieza a introducirse y que pocas personas conocen. Debo el conocimiento de esta letra al difunto abad de Dangeau”.

En 1550, Ronsard sistematizó la e con diéresis. Se lo considera inventor de poëme, poëte, etc. La sustitución de la e ronsardiana por la e cornelliana (poëme por poème) data de 1878. Aquí lo divertido. Apunta Quignard que los lingüistas afirman que este trastocamiento ideológico estuvo estrechamente ligado a la metamorfosis de kakatoës por kakatoès. Es decir, a las dicharacheras cacatúas.

En A solas con los atletas, Fournel sigue con el tic de gimnasta en caballo sin arzones que –quizá– comenzó Jules Lévy, creador del antiarte, en 1884 con aquello de “lo serio es lo enemigo de la incoherencia”. En la fábula Olimpiadas, el ganador del premio Goncourt de cuento en 1989, dice: “la derrota desgasta pronto. A todos los había medido desde el primer vistazo, los había clavado con una mirada que los colocaba definitivamente entre sus segundos y les brindaba, como favor suyo, algunas de sus bromitas simpáticas que eran sustento de su fama, llenando los diarios y los noticiaros con rumores”.

Un personaje de André Gide en Los monederos falsos sostiene que si pudiera evadirse de sí mismo por un rato, seguramente haría versos. Tendido sobre un banco, se evadió tan bien que se durmió.

Jeu, otra vez juego para dar entrada a una de las grandes proezas de la esgrima entre la ocurrencia de la evasión y el thriller más pegajoso de las últimas Olimpiadas literarias. Primeras líneas de El Bigote, de Emmanuel Carrère:

–¿Qué dirías si me afeitara el bigote?

Agnès, que hojeaba una revista en el sofá del salón, soltó una breve risa y después contestó:

-Sería una buena idea.

Con esa broma matrimonial, casi al vuelo, palomita de bádminton, se inicia una prueba de ciclismo de persecución de una intensidad que milita en el humor involuntario hasta que este se convierte en un combate a muerte entre la pista y el infierno. Carrère tiene la habilidad monstruosa de convertir –como en las verdaderas películas de terror– la risa en semifinal del espanto, de la desesperación.

Todo juego de espadas necesita de dos puños del mismo metal. En 2017, cuando fue elegida por el Comité Olímpico Internacional como sede de los Juegos de 2024, París se estremecía con una obra maestra del sable: Cuando vuelve la reclusa, de la gran chef del suspenso, Fred Vargas. Ganadora del Princesa de Asturias en 2018, la escritora es hábil en el manejo del relato, en el bisturí, en el que hace uso –sin que el lector lo note– de sus recursos como arqueozoóloga –no por casualidad trabaja para el Centro Nacional para la Investigación Científica, el más importante de Francia. El cronista no atina a saber si escribe intramuros o lleva trabajo a casa para ver el noticiario nocturno de la televisión estatal.

Antes de la salida a las librerías de la Reclusa, Laurent Binet publica en 2015 el decatlón del humor, la semiótica, la política, propaganda, debate, el sarcasmo, la elegancia, la burla, el análisis y el telón mortuorio de una Francia que quiso ser Mitterrand: La séptima función del lenguaje, en la que el lector hace la novela. 

Antes del comienzo de los Juegos, el Comité Organizador –como toda Francia– estaba pendiente de lo que pudiera declarar ante la prensa –como atleta cascarrabias– uno de los más polémicos narradores franceses: Michel Houellebecq, para quien la multiculturalidad –base del olimpismo– no es especialidad. Las precauciones aumentaron cuando el presidente Emmanuel Macron disolvió la Asamblea después de una dura derrota en las euroelecciones de principios de junio y convocó a las urnas a menos de un mes de la inauguración del 26 de julio. Francia se tambaleó con la presión de la ultraderecha en la primera vuelta y logró salvar el desafío gracias al cordón que ideó la izquierda para la segunda. Como siempre, los franceses siguen sin ponerse de acuerdo sobre quién absorberá los triunfos. 

Había razones para temer al Eric Cantona de las letras. Entre broma y broma logró herir los sentimientos de la comunidad musulmana de París y del resto de Francia. En Sumisión –publicada en 2015, el mismo día en el que se produjo el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo– François, el protagonista, deja que la incomodidad se instale y aumente segundo a segundo. Luego dice: “A mi regreso a la facultad para dar mis clases, tuve, por primera vez, la sensación de que podría pasar algo; que el sistema político en el que estaba acostumbrado a vivir desde mi infancia se resquebrajaba visiblemente desde hacía bastante tiempo y quizá iba a estallar de golpe”.

Hasta ahora, a casi una semana de su inauguración, el único problema religioso que ha tenido que enfrentar el Comité Organizador ha sido, quién lo diría, la iglesia católica francesa.

Cuarenta días antes de que comenzaran los Juegos, un cable de la AFP informaba que las opiniones de Houellebecq eran tan ofensivas para la Inteligencia Artificial que no podía repetirlas.

Hasta aquí el no paseo porque París –diría Enrique Vila-Matas– no se acaba nunca. ~

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es reportero y editor. En 2020, Proceso editó su libro Golpe a golpe. Historias del boxeo en México.


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