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La lectura tiene sus hados, que obran misteriosa y, a veces, providencialmente. Alguno de ellos dispuso que yo leyera, el mismo aรฑo, el Libro del desasosiego y los Ensayos de Montaigne, la obra de la desolaciรณn y la obra de la dicha. Con los Ensayos llegamos al corazรณn de estas memorias porque se trata, tal vez, de la lectura decisiva de mi vida. En cierta forma, creo que todas mis lecturas anteriores no fueron sino una serie de pasos previos para llegar a esta y si de todos los libros que he leรญdo tuviera que escoger uno solo, probablemente serรญa este.
Es un fenรณmeno raro y que no necesariamente ocurre a todos los lectores, incluso a quienes han leรญdo mucho: encontrar el libro, aquel que nos define y marca por completo. Es un momento รบnico, privilegiado, aquel en el que el lector encuentra su libro y el libro a su lector. Siempre me ha gustado la idea, de la que Piglia habla en Blanco nocturno, del libro destinado, aquel que parece hecho para nosotros, personalmente, y que puede estarnos aguardando al fondo de un largo pasillo de siglos y volรบmenes.
Las circunstancias en las que leรญ los Ensayos de Montaigne fueron tambiรฉn excepcionales. Fue la segunda gran lectura de aquel aรฑo de โretiroโ y no podรญa haber sido mรกs contrastante. Yo, naturalmente, habรญa leรญdo los Ensayos antes (no todos, en realidad, solo los mรกs famosos). Me quedaba claro que era un clรกsico, lo habรญa admirado vagamente y hasta ahรญ. O sea, lo leรญ por encima, superficialmente; o sea, en realidad no leรญ nada. ยกCuรกntos libros, y no pocos clรกsicos, leemos de este modo! Creemos conocer a Dante, a Cervantes, a Shakespeare, a Montaigne. ยฟDe veras los hemos leรญdo? ยฟLos hemos comprendido cabalmente y vuelto parte de nuestro ser? La mayorรญa de las veces, me temo, nos hemos enterado de quรฉ van y ya.
Montaigne es, ademรกs, un autor para cierta edad. No tiene mucho caso leerlo, digamos, antes de los treinta (yo tenรญa treinta y tres cuando hice esta lectura, o sea, cinco menos de la edad que รฉl tenรญa cuando comenzรณ a escribir su obra). Estรก bien leerlo antes, claro, para irlo conociendo y saber que existe, pero sobre todo para despuรฉs, pasado algรบn tiempo y acumulada cierta experiencia de vida y lectura, leerlo realmente. Ese, por cierto, es un concepto clave en el mundo de Montaigne: experiencia. No en balde el รบltimo de los Ensayos, epรญtome de toda la obra, se titula precisamente asรญ. Los Ensayos exponen en su totalidad la experiencia vital de un hombre y demandan al lector, para que pueda establecerse un diรกlogo fructรญfero, que ponga la suya sobre la mesa.
El libro en el que leรญ los Ensayos fue la ediciรณn de Obras completas de La Plรฉiade, la preparada por Albert Thibaudet y Maurice Rat (Gallimard, Parรญs, 1980), que habรญa comprado en Parรญs aรฑos atrรกs con algรบn bouquiniste. Estaba en perfecto estado, con su cubierta de plรกstico y sospecho que casi intocada. El aรฑo que pasรฉ en Francia comprรฉ los Plรฉiade que pude, todos de segunda mano (Rabelais, Descartes, Pascal, Stendhalโฆ). Deberรญa detenerme aquรญ a hacer el elogio de esa colecciรณn, aunque ya se haya hecho muchas veces, que, en su presentaciรณn material (el papel biblia, la pasta en piel, la tipografรญa, etc.,) y el escrรบpulo con el que estรก cuidada, cifra de algรบn modo toda la civilizaciรณn del libro. Tener en las manos un volumen de La Plรฉiade y hojearlo comunica de inmediato, de manera fรญsica, el valor de esa civilizaciรณn que hace no mucho se pretendรญa que fuera rรกpida y completamente sustituida por las pantallas. Unas memorias de lectura como estas โen las que son indispensables los libros concretos, materiales, con sus formas, colores y oloresโ serรญan impensables en esa dudosa utopรญa, que por suerte no vivirรฉ. Quizรก, sin tener mucha consciencia de ello, escribo un documento histรณrico, una reliquia; quizรก un lector de un futuro no muy lejano, si llegara a leer esto, se asombrarรญa: โยกMira cรณmo les gustaban los libros!โ.
Ademรกs de la ediciรณn de La Plรฉiade, tenรญa a la mano la clรกsica traducciรณn de Constantino Romรกn y Salamero en tres volรบmenes de Iberia, en la colecciรณn Obras Maestras, con su simpรกtico logo de un ratรณn mordisqueando un libro. Asรญ, pues, con estas dos ediciones, diccionarios y lรกpiz en mano, pasรฉ algunos meses en la compaรฑรญa casi exclusiva de Montaigne. Apenas hacรญa otra cosa y casi no salรญa de la casa. Leรญa, lentamente, maravillado a casi cada pรกgina. Experimentรฉ lo que muchos lectores de Montaigne, del siglo XVI a la fecha, han experimentado: el asombro y la gratitud โel agradecido asombroโ de irme descubriendo en esas pรกginas escritas por un hombre hace mรกs de cuatrocientos aรฑos. Montaigne, ya se sabe, saliรณ a buscarse a sรญ mismo y nos encontrรณ a todos. ยฟCรณmo era posible? A responder esta pregunta, a razonar mi admiraciรณn y a compartirla he dedicado un pequeรฑo libro que espero publicar prรณximamente, asรญ que no intentarรฉ resumir aquรญ lo dicho allรก, pero sรญ quiero apuntar algunas razones por las cuales el encuentro con Montaigne fue para mรญ decisivo.
La palabra encuentro es justa porque, al leer los Ensayos de Montaigne, mรกs que sencillamente leer un libro, uno tiene la impresiรณn de tener enfrente una persona, de carne y hueso, y hablar con ella. Es una impresiรณn que han tenido muchos lectores de Montaigne a lo largo de la historia y que Stefan Zweig supo expresar muy bien: โNo tengo conmigo un libro, una literatura, una filosofรญa, sino a un hombre del que soy hermano, un hombre que me aconseja, que me consuela y traba amistad conmigo, un hombre al que comprendo y que me comprende. Si tomo los Ensayos, el papel impreso desaparece en la penumbra de la habitaciรณn. Alguien respira, alguien vive conmigo, un extraรฑo ha entrado en mi casa, y ya no es un extraรฑo, sino alguien a quien siento como un amigoโ.
Pocos libros transmiten con tanta fuerza la personalidad y la humanidad de su autor como los Ensayos de Montaigne. Aquรญ, como dijo el propio autor, no se puede separar la obra de su hacedor y โquien toca una toca al otroโ (II, III).
Con los Ensayos, Montaigne emprendiรณ un proyecto que, aunque se le pueden buscar antecedentes (Sรฉneca, san Agustรญn, Petrarca), era mรกs bien inรฉdito. Como afirma en el justamente famoso prรณlogo โAl lectorโ: โpintarse a sรญ mismoโ. Montaigne llevรณ a cabo una de las mรกs radicales y completas ejecuciones del cรฉlebre orรกculo de Delfos y aspiraciรณn socrรกtica: conรณcete a ti mismo. Para hacerlo, recurriรณ a una forma que no existรญa, que tuvo que inventar justamente con este fin, el ensayo. Es uno de los mayores mรฉritos de Montaigne: haber creado su propio gรฉnero. No existรญa el ensayo, propiamente hablando, antes de que este caballero francรฉs lo creara en sus dominios del Pรฉrigord. A ningรบn otro gรฉnero literario se le puede atribuir una paternidad tan clara e indisputable como a este. No se puede hablar del inventor del poema, la novela o el drama; del ensayo, sรญ, Michel de Montaigne. Por otro lado, y a diferencia de la mayorรญa de los autores, no se dispersรณ ni prodigรณ en diversas obras mรกs o menos circunstanciales y apostรณ todo a una sola, รบnica y esencial. Una vida, un hombre, un libro.
El propรณsito es el autoconocimiento y el retrato de sรญ mismo. Para esto, Montaigne ensayarรก sobre todas las cuestiones posibles (la amistad, los canรญbales, la presunciรณn, unos versos de Virgilio, la vanidad, etc.). En el fondo, el tema siempre es รฉl, el hombre Montaigne, que se examina escrupulosamente hasta el รบltimo de sus recovecos. Pronto surge lo obvio, que podrรญa haber sido fuente de desesperaciรณn, pero que el ensayista acepta como parte inherente a la condiciรณn humana: no hay fijeza, no hay estabilidad en el hombre, estamos en perpetuo cambio y movimiento, y el yo de ayer es otro. No importa; pintarรก entonces el trรกnsito. Solo en el ensayo, ese gรฉnero libรฉrrimo y sin ataduras, รกgil y ligero, podrรก lograrlo.
En los capรญtulos anteriores, el lector habrรก advertido mi predilecciรณn por esa minorรญa de autores โautรฉnticos happy fewโ que buscaron y predicaron la alegrรญa. Montaigne los encabeza a todos y esta es la principal razรณn de mi amor por รฉl. Su obra bien pudo llamarse los Ensayos o De la felicidad porque es en torno a ella que gira su principal lecciรณn. Comienza, como harรญa siglos mรกs tarde su discรญpulo Alain, por rechazar los encantos de la tristeza y la melancolรญa, humor que, por cierto, no ignoraba. El Seรฑor de la Montaรฑa es, ante todo, un gran hedonista (โdigan lo que digan, incluso en la virtud, nuestro รบltimo objetivo es el placerโ, XIX, I), extremadamente sensible a los placeres sensuales e intelectuales. Los procurarรก siempre, sin vergรผenza alguna, mientras abomina de todo ascetismo. Como su espรญritu hermano, Stendhal, detesta a esos seres profesionalmente tristes, quejumbrosos, apocados. El sabio de los Ensayos es un sabio alegre: โla marca mรกs expresa de la sabidurรญa es un gozo constante; su estado es como el de las cosas por encima de la luna, siempre serenoโ (XXV, I).
Como muy pocos libros, los Ensayos de Montaigne son un arte de vida, un manual de humanidad (en mi opiniรณn, el mรกs completo y amable que se ha escrito). Enseรฑan el oficio mรกs importante de todos: โno hay nada tan hermoso y legรญtimo como hacer bien de hombre, y como debe ser. Ni ciencia tan ardua como saber vivir bien esta vida. Y de nuestras enfermedades, la mรกs salvaje es despreciar nuestro serโ (XIII, III).
(Xalapa, 1976) es crรญtico literario.