Antes de ayer terminé de leer Asterios Polyp, de David Mazzucchelli. Es una novela gráfica de 2009 que un amigo me regaló hace nueve meses. Suelo ir con retraso, sobre todo respecto a mí misma.
Asterios Polyp es un aclamado arquitecto que jamás ha visto construido ninguno de sus diseños. Es arrogante (el libro a veces también) y su concepción del mundo es estrictamente binaria. El arte es o funcional o decorativo; el esfuerzo artístico, interno (para uno mismo) o externo (para el público). Etc. En una discusión de bar, un tipo echa mano de la ironía y le concede que hay quienes “separan las cosas en dos tipos y quienes no”. A mí en un avión una señora me dijo que hay dos clases de personas, las que remueven el yogur antes de comérselo y las que no.
Lo que más me ha gustado del libro es una doble página en la que el narrador habla del recuerdo: “Vivir (según lo entiendo yo) es un existir en un concepto de tiempo. Pero recordar es desocupar la noción misma de tiempo. Todo recuerdo, da igual lo remoto del asunto, tiene lugar ‘ahora’, en el momento en que lo evoca la mente. Cuanto más se recuerda algo, más oportunidades tiene el cerebro de pulir la experiencia original, porque todo recuerdo es una recreación, no un playback”. No me importa la retahíla de lugares comunes que se puede derivar de esa cita. Si son comunes, por algo será. Es evidente que recordar es una dislocación temporal, traer el pasado al presente.
También es lugar común que recordar es recrear. Dudo mucho que las butacas de aquel cine fueran tan incómodas: es que la compañía no era la adecuada. Tampoco creo que esa flor de col que me regalaron una vez fuera tan espectacular: era algo que nunca había visto y me la regaló alguien inesperado. Recordar no es solo recrear. Es también aderezar.
Y no siempre es una actividad voluntaria. De hecho, muy a menudo no lo es. Los recuerdos aparecen, por asociación. Esto es otro lugar común, sobre todo para los proustianos. Antes que Asterios Polyp leí Madres e hijos, de Theodor Kallifatides. En la primera hoja de cortesía están anotados los números de página en los que subrayé algo. Me doy cuenta ahora, buscando la cita que quiero copiar aquí, de que casi todo lo que fui destacando se refiere al recuerdo y a la memoria. Debe de ser una obsesión que he perpetuado desde la universidad. La cita: “No somos nosotros quienes elegimos nuestros recuerdos, sino que son ellos los que nos eligen”. Vas por la calle y en lugar de una maceta en la cabeza, te cae un recuerdo de cuando caminabas intentando no pisar las líneas que separan los adoquines de la acera y te regañaban por ir demasiado despacio. Acababas de comprar chucherías y una bolsa de palomitas porque al día siguiente había excursión escolar.
Siempre he envidiado a las personas con buena memoria. Me refiero también a esa otra memoria, la que recuerda nombres o datos, incluso los que no son útiles o relevantes. Por ejemplo, conozco a alguien que recuerda igual de bien los cumpleaños de sus hijos que la fecha en la que Roger Bannister tardó menos de cuatro minutos en correr una milla: el 6 de mayo de 1954 (lo acabo de comprobar en internet, claro). También me gustaría recordar más y mejor lo que he hecho. A veces me cuentan cosas que he vivido, incluso protagonizado, y me parece que hablan de otra persona. Es curioso eso de ser alguien distinto en los ojos ajenos.
Yo me muevo más bien por aproximación, en la inexactitud. En una escala cromática poco definida, lejana de ese dualismo que ordena la vida de Asterios Polyp. Pero no remuevo el yogur antes de comérmelo y me acuerdo de números de teléfono fijo que llevo sin marcar más de veinte años.
Es editora y miembro de la redacción de Letras Libres.