Norman Manea: la herida de la historia y la memoria de Europa

Manea ha retratado la devastación de los experimentos totalitarios del siglo XX, y ha sabido alertar de los desafíos de la libertad y de los peligros del nacionalismo.
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Norman Manea (Bukovina, Rumania, 1936), galardonado con el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, es un escritor que encarna una idea de Europa: la Europa de las catástrofes generadas por las ideologías totalitarias del siglo XX. Tiene un aire de otra época: en cierto modo no es sorprendente que viva en Estados Unidos y que dé clase en una universidad de ese país.

El trauma histórico y sus ramificaciones es el tema central de su obra. Judío rumano, fue deportado a un campo de concentración en Transnistria cuando era niño, durante la Segunda Guerra Mundial. Vivió bajo el régimen de Ceausescu hasta que, en 1986, se fue de Rumania.

Quizá el mejor de sus libros es El regreso del húligan (Tusquets), una obra densa, compleja y original. El húligan -en rumano, alguien subversivo, sedicioso, rebelde- es Manea, invitado a volver al país del que se exilió diez años antes. A partir de ese regreso construye una mezcla original, obsesiva y poderosa de autobiografía, de libro de familia con emocionantes retratos de sus padres (que incluyen una autobiografía de su progenitor), de testimonio altamente elaborado de la deportación nazi y de la vida bajo el comunismo rumano, de relato de formación y dificultades del artista, de polémica con las nuevas corrientes nacionalistas en Rumania, así como una reflexión sobre la naturaleza del régimen y una revisión vibrante de la historia cultural de su país, del judaísmo y de la extrema derecha. Es un libro sobre la experiencia pero también sobre las ideas; en el examen de las ideas hay un componente extrañamente íntimo, torturado, personal. Manea, aun cuando cuenta experiencias terribles, no es un escritor que busque compasión o legitimación. Traslada, con una precisión neurótica y llena de matices y meandros, las consecuencias, la presencia desquiciante de algunos temas, su huella aterradora.

Ha declarado que, aunque la crítica señalaba la influencia de Proust, él pensaba que su vida había sido más bien kafkiana, y recuerda el consejo de Kafka: “En la lucha entre tú y el mundo, ponte de parte del mundo”. Escribe: “Mi lucha contra el gueto fue, antes que nada, la lucha contra las zozobras, las exageraciones y el pánico que mi madre vivía en exceso y transmitía, también en exceso, a su entorno. No salí vencedor de ese enfrentamiento inconcluso, sino que simplemente sobreviví”.

Sobre el régimen de Ceausescu, donde el Estado era “propietario absoluto de vidas y haciendas”, escribe: “Tras la estatalización del ‘espacio’, la innovación socialista más extraordinaria: la estatalización del tiempo, paso decisivo a la estatalización de la persona misma, cuya última posesión era el tiempo”. Ante la regla repetida en las sesiones de los primeros años del socialismo (“si solo el cinco por ciento de la crítica es justa, es menester aceptarla”), señala que “instauraba en la práctica la supremacía de la mentira: la denuncia falsa. ¡Se aceptaba el noventa y cinco por ciento de la mentira como verdad! La intimidación del individuo y el exorcismo colectivo. Demagogia, rutina, canon. Vigilancia pero también espectáculo”. (En Payasos escribe: “El estalinismo de Ceausescu se convirtió paulatinamente en un fascismo disfrazado”.)

Además del análisis del régimen y de la relación entre el artista y el sistema totalitario (el tema central de Payasos, que reproduce el espeluznante informe del censor sobre su novela El sobre negro), otro de los asuntos clave de El regreso del húligan es la imposibilidad de ese regreso tras el exilio. Hay una pérdida que solo se puede suplir de manera parcial a través de la escritura. Al llegar a Nueva York, en las últimas páginas del libro, Manea descubre que se ha dejado olvidada la agenda azul donde tomaba las notas en el asiento del avión. Confiando, en una ironía de muchos niveles, en la eficiencia de Lufthansa, aumentada por que ha viajado en primera, pide que si la encuentran se la lleven “a casa, a mi dirección de Nueva York, naturalmente”.

El exilio, espacial y lingüístico, es otro de los temas sobre los que Manea ha escrito a menudo. Se le podrían aplicar unas palabras de Joseph Brodsky. “El exilio nos lleva de la noche a la mañana a donde normalmente tardaríamos una vida entera en llegar”. “Exiliarse también de este último refugio -escribe en Payasos sobre la pérdida de su lengua- equivale a una desposesión múltiple, el más brutal e irremediable trastorno del ser, una trágica anulación.” A Félix Romeo le dijo, en una entrevista: “En los últimos veinte años aprecio cada vez más el exilio como una experiencia benéfica, una experiencia humana fundamental: como un trauma privilegiado”. “Fui exiliado por primera vez con cinco años y el rumano, que era mi idioma materno, se exilió conmigo. Por supuesto, no todo el idioma del país, pero sí mi idioma, mi lenguaje rumano, se exilió conmigo. Cuando volví tuve que recuperarlo y enriquecerlo. No podemos separar al escritor de su idioma, de su texto, y por lo tanto afirmo y repito continuamente que soy un autor rumano. No depende de dónde resida ni de dónde esté”, ha declarado.

Otra de las preocupaciones de su obra es el antisemitismo. Ese mal, una manera de fabricar extranjeros, alcanzó su máxima expresión en el nazismo, pero también estaba en los movimientos de extrema derecha que ha estudiado. Formaba parte de los regímenes comunistas, que emplearon el antisemitismo popular cuando les resultaba útil, y que en su país impulsaron la emigración de los judíos a Israel. Es un peligro siempre al acecho, un elemento presente en el fanatismo islámico y un componente más o menos explícito en la visión del mundo la derecha nacionalista del este de Europa. El judaísmo y el antisemitismo, y lo que significa ser un escritor judío, aparecen en muchos de los libros de Manea. En torno a ellos gira buena parte de La quinta imposibilidad (Galaxia Gutenberg), donde figura el ensayo “Camarada Ana”, sobre la dirigente comunista Ana Pauker, que se puede leer aquí.

Tiene otras contribuciones valiosas. Ha escrito de manera brillante y polémica sobre Ionesco, Sebastian y Eliade. A él le debemos una entrevista extensa con Saul Bellow, en la revista Salmagundi, que es una fuente importante sobre el autor de Las aventuras de Augie March (y de una novela “rumana”, El diciembre del decano). Hasta hace unos meses se podía ver en YouTube. Su obra narrativa –La guarida, El sobre negro, los relatos recogidos en Felicidad obligatoria y El té de Proust, todos ellos en Tusquets- gira en torno a un puñado de temas: la herida física y psíquica de la historia, el aplastamiento del individuo, la fuerza contradictoria de la memoria, la pérdida y el exilio, la reelaboración literaria de la experiencia. Es un autor que ha retratado la devastación y la opresión de los experimentos totalitarios del siglo XX, y ha sabido alertar de los desafíos de la libertad y de los peligros del nacionalismo. Su literatura, intensamente rumana y judía, forma parte de la memoria de Europa.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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