Alquimistas daneses

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Desde Frengers (su tercer disco), a los críticos se les ha complicado la tarea de clasificar a Mew, el grupo danés que visitó México el año pasado. Sólo en Wikipedia se les atribuyen los siguientes estilos: shoegazing, progresivo, rock alternativo, dream pop, rock experimental e indie. Para entender la esquizofrenia que supone esta lista sólo hay que imaginar a Mew como una película en vez de un trío de músicos. Según la enciclopedia de la red, Mew sería una película de horror, de comedia, de ciencia ficción y de dibujos animados. Y el grupo hace poco para disipar la confusión. “Somos la única banda indie capaz de tocar en un estadio”, ha dicho Bo Madsen, el guitarrista (y sabrá Dios qué significa su cita). Durante una entrevista un día antes de su concierto en la ciudad de México, Jonas Bjerre, el vocalista, aseguró que “en un mundo perfecto” les gustaría que se les considerara como música pop.

Es precisamente este carácter elusivo el que hace a Mew un grupo sui géneris. La primera vez que los escuché fue a través del primer sencillo de Frengers, “Am I Wry? No”, una canción pegajosa e impredecible, con tonos contundentes de guitarra suavizados por la voz del vocalista: un timbre infantil, repleto de falsetes. No la deseché, pero tampoco me dejé convencer. El punto de inflexión de mi cercanía con Mew fue la última canción de ese mismo disco: “Comforting Sounds”, una oda a la soledad de ocho minutos de duración. La melodía es mínima en un principio: los “simplísimos acordes” de Madsen acompañan las mejores y más claras letras de Bjerre. Después, al cuarto minuto, una barrera se rompe: el ritmo muta, ensanchado por una melodía en espiral que crece, y crece, y crece, añadiendo instrumentos sin saltarse una nota, hasta que todo culmina en una auténtica sinfonía que se queda a una guitarra, a un violín, a un tamborazo de ser sólo ruido.

Su cuarto álbum, And The Glass Handed Kites, vio la luz en 2005. De nuevo, los críticos no supieron qué etiqueta ponerle. Con catorce canciones sin interrupción alguna, And The Glass… resulta una versión más oscura, más riesgosa, quizá más sofisticada de Frengers; pero su música aún desafía las clasificaciones convencionales. Alternativo es un término demasiado holgado; ciertas canciones son rock puro y punzante, pero baladas como la maravillosa “White Lips Kissed” impiden llamarlo un disco de rock; y, aunque varios críticos insistieron en etiquetarlo como progresivo, And The Glass… ciertamente no es un disco puramente prog. Su último álbum fue lanzado este agosto. No More Stories…, como se le abrevia para no tener que memorizar su absurdo y larguísimo nombre, avisa un cambio más en la trayectoria de Mew. Es un disco más luminoso y divertido, empujado por la potencia de “Repeaterbeater” (su segundo sencillo) y la dulce “Cartoons and Macramé Wounds”. Aunque no suena como ninguno de sus otros intentos, es claro que No More Stories… es un disco de Mew, en gran medida gracias a la inimitable voz de Bjerre. También es un disco que encapsula el problema que tiene el grupo para pertenecer a un género: canciones pop como “Beach” están atoradas en medio de “Repeaterbeater” y de la fuerza progresiva de “Introducing Palace Players”; el disco tiene intermezzos, canciones sin nombre (sólo símbolos) y otras que constatan lo poco que les importa adherirse al dogma de estrofa, puente y coro.

Pero esta necesidad de experimentar ¿es una decisión tomada por un grupo que se “queda atorado en una cueva por años entre álbums, sin comunicación alguna con el exterior”, como Bjerre mismo dijo? ¿O es un ejercicio lúdico llevado a cabo por un trío de daneses que disfruta sonar distinto en cada oportunidad? En otras palabras: ¿son cerebrales o son infantiles? Quizá son ambas cosas. No es coincidencia que los tres integrantes provengan del mismo país que Hans Christian Andersen. Bjerre intuye el paralelo: “cuando Andersen escribe estas historias sobre árboles vivientes”, dijo, “es una reflexión de la soledad y el abandono humanos. Sólo lo describe de manera diferente. Y puede que te conmuevan aún más precisamente porque le da la vuelta a la frontera de lo real”. La cita podría ser un subtítulo para lo que hace su grupo. Como los cuentos de hadas de Andersen –y como tanto del imaginario fantástico de la infancia–, las letras de Bjerre están repletas de referencias a animales (arañas, avestruces, pandas, caballos y jirafas aparecen en sus canciones), la sensación de soledad vista a través del prisma de la niñez (perderte, sentirte solo aun cuando estás acompañado, pedir que te despierten antes de que comiencen las pesadillas) o, mejor aún, la melancolía que avasalla a un adulto al ver hacia atrás. Hay simbolismo infantil (“saw the candy turn to corn”), poca narrativa directa y, tal como sucede en los cuentos de hadas, algunas de sus canciones esconden rincones tétricos, oscuros: “dig out yourself from rubble, removing all your skin”, entona Bjerre durante el último verso de “Louise Louisa”; “leave me in the ditch where they kick me, sever my limbs and deceive me”, canta antes del coro de “Sometimes Life Isn’t Easy”. Durante la entrevista, Bjerre –que, incidentalmente, tiene la letra de un niño de primaria– mencionó la importancia de mantener el empuje creativo de la infancia: la capacidad de jugar y experimentar como parte del proceso musical, al que comparó con armar figuras a base de Legos.

Puede que como autor y cantante Bjerre tenga el corazón de un escritor de fábulas, pero, como grupo, Mew es alquimia pura. Costaría trabajo encontrar un instrumento que no hayan usado. En teoría, muchas de sus combinaciones deben parecer absurdas: un coro infantil, aplausos, daneses cantando en inglés, cucharas tamborileando sobre superficies de madera, marimbas y una anciana cantando al final de la canción. Pero el resultado funciona, y no parece fortuito. Es difícil saber qué están diciendo exactamente, así como es difícil descifrar a Sendak o Miyazaki. Sin embargo, logran “reflejar la soledad y el abandono”, aunque lo “describan de manera diferente”. Nos conmueven sin saber –a ciencia cierta– qué o por qué nos está conmoviendo.

En persona, Bjerre, delgado y de voz suave, es tan misterioso como su grupo. Es un entrevistado interesante y genuinamente interesado en lo que se le pregunta. Parece reservado pero nunca tímido. No habla como una estrella de rock, tal y como no se comporta como una sobre el escenario. Habla sobre cuentos de hadas, sobre la película Submarino Amarillo y sobre su fascinación con los animales como símbolos. Como su grupo, es difícil de clasificar. Y puede que eso sea lo que quieren. Quizá –en un mundo perfecto, como dijo Bjerre– Mew pueda convertirse en el primer grupo en pertenecer a todos los géneros. Una película, digamos, que no pertenece a un estante sino a todos. Son progresivos, alternativos, pop, rock, rock artístico, rock experimental, indie, extraños, infantiles, ruidosos, dulces, luminosos, oscuros, rimbombantes, pegajosos y todo lo demás. ~

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