Publicaste tu primera novela, Chatarra, en 1998. En ella ya estaban las características de tu narrativa: las tragedias sociales, nuestra basura emocional, la sordidez, la fealdad… ¿Qué te lleva a retratar al mundo así?
No me lo he preguntado nunca y no tengo una respuesta, pero probablemente tenga que ver con la propia pulsión que me lleva a mí a escribir. Yo escribo muy arrebatadamente y normalmente por impulsos en relación con cosas que me producen repugnancia, me repelen. Todos mis libros son muy expresivos y viscerales. Tienen que ver con contar algo como una especie de exorcismo, limpiarme de mis demonios personales.
En Todo está bien, publicada por Tusquets hace dos años, te adentrabas en la corrupción política, el auge de las redes sociales y la crisis del periodismo. Leí que en esas fechas escribiste en tu blog que, después de casos como el de las tarjetas black, resultaba difícil concebir historias sobre corrupción más sórdidas, miserables y repugnantes que esa. Y, sin embargo, ahí estaba la novela.
Igual que en las otras me motivó el asco que sentía por la situación de la corrupción política y la connivencia de los medios en muchos casos con esa corrupción. Y vino también motivada por mi experiencia como consultor de comunicación donde tuve experiencia de convivir con bastante paisanaje político. Al final la novela quizá me salió un poco tarde porque salió justo con la eclosión de los juicios de las black, etc., pero en realidad la idea era bastante anterior
El estilo de tus novelas recuerda a un cierto cine ochentero marginal. Te pongo el ejemplo del cine porque ahora es quizá difícil encontrar novelas tan viscerales como las tuyas, sobre todo publicadas por las grandes editoriales.
Creo que tiene que ver con que hay una postura del escritor que prefiere no enfangarse demasiado porque se considera un espíritu limpio, y porque hay determinados ambientes que predisponen al escritor a pensar que va a renunciar a algo. Es una cierta pose. Es verdad que ahora tampoco hay una literatura del margen consolidada en editoriales con una buena distribución. Cuando uno escribe así siempre incurre en el riesgo de que lo encasillen como escritor marginal o escritor de periferia, pero a mí es algo que no me incomoda porque siempre he hecho eso. Mi preocupación para escribir siempre ha sido mi relación con el entorno y en ese sentido me considero un escritor social y no lo veo como algo peyorativo, aunque es verdad que la literatura social, al menos la española, siempre ha sido algo de segunda categoría, lo cual es absolutamente injusto.
En La gran ola, con la que has conseguido el premio Tusquets, abordas el asunto del coaching empresarial y las nuevas dinámicas empresariales que hablan tanto de resiliencia, asertividad, etc. ¿Cómo se te ocurre esta historia y de dónde parte?
Casi toda la materia prima la recojo de la realidad, de las cosas que me cuentan. Por fortuna o por desgracia, yo he tenido bastante contacto con los coach que retrato en la novela. Por circunstancias profesionales me acerqué a ellos y vi que la sustancia intelectual que soportaba todos aquellos discursos buenistas y basados en la positividad, era bastante hueca, con unos mantras e ideas que se acercaban mucho a la estafa. Ahí se me afiló el colmillo como escritor y entendí que aparte de estafadores eran personajes de novela, porque embelesan a la gente. Son un poco como los vendedores de crecepelo del Lejano Oeste. Al final ese fue el resorte: ver que este tipo de personajes son los que están imponiendo sus criterios a las empresas.
Es llamativa la ausencia de sentimientos nobles en los personajes. No hay ninguno que se salve. Como si el mal capitaneara toda nuestra conducta.
El retrato que me ha salió es bastante oscuro. Yo pensaba hacer una novela que hablara sobre la empresa, pero sobre todo que profundizara en la crisis espiritual que estamos viviendo, más grave que la crisis económica. Y para eso tenía que recurrir al dibujo de personajes donde la oscuridad estuviera más presente que la luz. Pero es que yo creo que en la vida cotidiana, sobre todo en las circunstancias actuales, donde prima el miedo y hay poco terreno para el hedonismo, es así también.
El coach aparece retratado como una especie de sacerdote. ¿Es el coaching una nueva religión que busca suplir esta angustia espiritual?
Absolutamente. Recogen la experiencia de los telepredicadores americanos, que son coachs, que venden una espiritualidad con un sentimiento muy religioso. Más que coachs muchas veces son como una especie de sacerdotes que se encargan de limpiar tus pensamientos negativos y llenarte de pensamientos positivos, lo cual es una contradicción en sí mismo. Decía Hegel que el dolor es constitutivo de la experiencia y cuando se quita la negatividad queda una sensación de no ser, es decir, de una persona completamente boba y estúpida, que es lo que abunda mucho en toda esta parroquia que sigue a los coachs. El pensamiento positivo es un pensamiento religioso, un pensamiento mágico. En las épocas de oscuridad es cuando proliferó la brujería, y esta gente podrían ser ahora chamanes con corbata. Imponen el pensamiento mágico y si te fijas hay muchos de estos coachs que te hablan de la medicina holística, pseudociencias como la homeopatía, la acupuntura… y estas teorías un poco descabelladas que acercan al pensamiento mágico y lo alejan de la ciencia.
La religión, sin embargo, suele profundizar en sentimientos colectivos, amor al prójimo, pero en los mantras del coach predomina el do it yourself. Parecen más cercanos a otra religión: la del individualismo imperante.
Son teorías muy orientadas a lo individual y eso tiene que ver mucho con la teoría neoliberal. Todo esto que te dicen de salir de la zona de confort al final a lo que te lleva es a una competitividad extrema, pegar codazos y pisar las cabezas que hagan falta para salir de esa zona, ser más dinámico y vender más. Y en el caso de las empresas es una especie de individualismo comunal bastante extraño porque lo único que se busca es que todas las personas caminen en la misma dirección, que es la que desea la empresa. Y quien no comulga con eso al final es arrinconado bajo la etiqueta de una persona tóxica y muchas veces de lo que se trata es de una persona critica con la organización y que no comulga con esa dirección unívoca de la empresa.
¿Te han comentado algo los coach? ¿Han leído tu novela?
Algunos sí. Y sí, he tocado las narices, ya te lo digo. Pero claro, yo si escribo para que la gente cierre el libro y se ponga alegremente a leer otra cosa… por lo menos que sea algo que plantee cierto desasosiego y que le toque las narices a gente. Escribir de una manera inofensiva creo que tiene poco sentido, y menos ahora. Yo no soy decorador de interiores, yo soy escritor y escribo cosas con un posicionamiento y cuando te posicionas lógicamente tienes que molestar a alguien.
Ahora que se habla tanto de la posverdad… En tu novela la posverdad parece que llegó mucho antes a las empresas.
Sobre todo yo creo que estamos en un momento, como dice Byung-Chul Han en Psicopolítica, en el que hemos pasado del Big Brother al Big Data, la imposición de un modelo silencioso que va calando en el individuo y que bajo la apariencia de libertad le lleva a tomar decisiones que influyen en su comportamiento y en su destino. El coaching es un instrumento que favorece a las estructuras de poder. Está envuelto en el papel del celofán del buen rollo y la complacencia, pero al final lo que está imponiendo es un modelo neoliberal de lo más severo.
Eres periodista. ¿Estamos fallando los periodistas al no relatar todo esto?
El momento del periodismo es de bastante confusión, mutación. Hace tiempo que ya se están imponiendo otros modelos donde los que mandan son los bots, los motores de búsqueda, la necesidad de conseguir más visitas, y eso está provocando un empobrecimiento del lenguaje y de la propia estructura del discurso. Se nos pide a los periodistas que planteemos textos poco reflexivos, frases cortas, titulares que incluyan todas las claves de búsqueda… todo muy empobrecedor. Es una carrera del periodismo hacia los números dejando de lado, con excepciones muy meritorias, lo cualitativo. En este sentido, por la poca consideración del periodismo, la novela se ha convertido en un terreno en el que tiene muchas cosas que decir y mucha libertad. La novelística tiene que decir mucho de nuestro tiempo.
¿Y al lector? Porque, pese a todo, las prácticas como el coaching tampoco desaparecen de las empresas.
Sí, pero yo creo que con el coaching vivimos en un momento de burbuja, y va a llegar un momento en el que esa burbuja estalle. Estamos llegando a un momento de un coaching extremo como los que practican estos iron man que someten sus cuerpos a lo extremo. Eso también está llegando a ciertos coachs que se convierten en una especie de sacerdotes y bueno, es como todo, no hay mercado para tanta gente.
¿Y hay mercado para novelas de denuncia como la tuya?
Yo valoro que la haya publicado Tusquets porque de alguna manera se está posicionando. Es una novela que no es agradable, pero sí creo que, de manera un poco romántica, la literatura todavía tiene el poder de decir cosas y eso hay que aprovecharlo, aunque el poder de influencia de la novela sea cada vez menor. Yo siempre he creído que en la literatura hay espacio para contar las historias que se escapan a la historia oficial. Ese es mi planteamiento, acudir a los márgenes, a las historias que están silenciadas por los vencedores y ponerlas sobre el tapete.
es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.