This is London: la megalópolis de los migrantes

El nuevo Londres es una megalópolis conformada por migrantes de todo el mundo. De este escenario parte "This is London", un enorme reportaje escrito por Ben Judah que plantea preguntas urgentes: ¿Cómo ven los migrantes esta ciudad? ¿Cómo ven a los británicos? Ofrecemos aquí un par de fragmentos del libro.
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Londres es la ciudad europea más poblada después de Moscú. En cuarenta años, el porcentaje de británicos blancos ha pasado de 86% a 45%: el nuevo Londres es una megalópolis conformada por migrantes de todo el mundo. Una ciudad en la que el 40% de sus habitantes son de otro país y el 57% de los nacimientos son de madres migrantes. De este escenario parte This is London, un enorme reportaje escrito por Ben Judah. El periodista británico-francés nació en Londres en 1988, pero ha dejado de reconocer la ciudad: “[en el libro] estoy buscando las historias que componen su nueva alma”. No confía en las estadísticas, así que tiene que verlo todo por él mismo: haciéndose pasar por migrante pudo dormir en la calle con ellos, buscar trabajo con ellos, acompañarlos en los autobuses de madrugada, vivir en sus casas. En veinticinco capítulos, cada uno dedicado a una zona de Londres, vemos los intentos por responder a preguntas amplias y urgentes: ¿Cómo ven los migrantes esta ciudad? ¿Cómo ven a los británicos? ¿Qué pasaría con este complejo caos de interdependencia en un escenario post Brexit? El siguiente es un fragmento del capítulo «Peshawar – London», que cuenta el viaje a Londres de un joven afgano:

Por lo general, después de entrar a Europa ilegalmente, es necesario que consigas un nuevo agente que te ayude a llegar a Gran Bretaña. Por lo general te piden $5,000 y casi siempre por adelantado. Esos tipos se especializan en camiones. Tienen que saber todo sobre ellos: cuál es la flotilla que paga peor, qué país tiene multas bajas, qué choferes aceptarían contrabandear a un grupo de personas.

Dejaron [a Shafiullah] en Calais y le dijeron que esperara ahí. Era la última frontera. Tomaría tiempo y debían ser pacientes. Pero había miles de camiones subiendo a los ferris y a los trenes custodiados todos los días. Los agentes dijeron que solo era cuestión de tiempo antes de que un traficante aceptara llevárselos a $1,000 por cabeza. Entonces los agentes se fueron: les llamarían cuando encontraran a alguien.

Había tantos migrantes en Calais que los afganos caminaban libremente. Estaban en todas partes: en las bancas, en las casas de huéspedes, durmiendo en la calle o vagando sin rumbo a lo largo del agitado malecón entre las gaviotas. Nunca había visto tantos migrantes: cientos o miles de afganos, si no es que más. Y estaban los pakistaníes y los bangladesíes, los sirios y los iraquíes, los albaneses y los africanos, y muchas personas de lugares de los que nunca había oído hablar.

En ciertas calles merodeaban agentes albaneses. Golpeaban a los traficantes afganos que intentaban acercarse a los migrantes albaneses que buscaba partir. Eran hombres violentos, nadie se metía con ellos, así que hasta los afganos se limitaban a tratar solo con los suyos. Además, había trabajo de sobra para todos. Había muchísimos de ellos. Estaban los que venían en grupo y los que venían por su cuenta. Estaban los del parque, golpeados, con las piernas rotas, porque intentar subirse a los trenes sobre la marcha y habían fallado. Y estaban los que fumaban nerviosos en hoteles, con un tipo en busca de un camión.

Para viajar había dos categorías. Por un lado lo que los agentes llamaban los ataúdes: eran cajas de metal del tamaño de dos hombres, amarrados bajo la suspensión de un camión —donde normalmente estaría su juego de ruedas centrales, y eran más baratos. En ellos no había espacio ni para moverse. Se ocultaban muy fácilmente, pero eran peligrosos: un derrape, un choque y, como muchos afganos, quedarían aplastados y machacados en la autopista.

Ahí están los amputados, los lisiados, a veces esperando, a veces mendigando en las calles de Calais. Qué desgracia de lugar, pensó. Y había tantos migrantes aquí que ya no atemorizaban a nadie: no había suficientes policías para arrestarlos a todos. Sus brazos y sus caras laceradas hicieron que Shafiullah eligiera la clase de viaje más cómoda: dentro del contenedor. Era mucho menos frecuente que antes y requería negociaciones especiales.

Había personas que esperaban semanas. Otras esperaban meses. Pero tuvo suerte. El móvil sonó. Date prisa. El agente había encontrado espacio para tres de ellos en un camión que estaba por partir. Shafiullah apenas tuvo tiempo de saludar al otro afgano, de su edad, y a un iraquí que parecía mucho mayor, antes de que los metieran y cerraran de golpe el contenedor.

Podía ver los ojos del otro chico en la oscuridad. No tenían nada de qué preocuparse. Londres era la tierra de los derechos. Londres era la tierra de los humanitarios. No podrían tocarte allí. Los agentes habían sido claros. Todo lo que tenías que hacer era decirles que estabas huyendo de un país en guerra y que venías del peligro. De esa manera nunca te enviarían de regreso. Este era un país justo. Este era el país más justo del mundo.

Temblaba mientras el camión emitía pitaba y subía al tren. Este era el país del que siempre habían hablado. La tierra de Neasden. La tierra de Londres. La ciudad donde todos son ricos. La ciudad donde puedes hacerte rico.

Se asustaron al escuchar un golpe repentino y voces. Luego nada y el camión se meció suavemente. No supo cuánto tiempo pasó. Al final se escuchó el crujido de las ruedas sobre el concreto y la grava. El enorme motor rugía mientras tomaba velocidad. Su corazón nunca había latido más rápido. Comenzó a hablar con el otro chico y luego a reír. Ese había sido el crujido de la grava en el camino hacia la ciudad dorada: donde eran tan buenos y tan ricos y tan sabios que recibían a cualquier persona de cualquier país en guerra y lo convertían en su propio hijo.

Ambos reían ahora. No les importaba. Derribaron las cajas. Comenzaron a intentar abrir una rendija en las enormes compuertas traseras para ver Londres y sus luces, tan brillantes y azules, que aparecían por primera vez. Entonces el camión comenzó a disminuir la velocidad y se detuvo en el acotamiento. Se oyó el ruido de una puerta al cerrarse. El conductor los estaba mirando fijamente.

“Hola, oficial. Soy un camionero que acaba de llegar de Calais. Estaba conduciendo y escuché algunos ruidos en la parte de atrás. Y ahora lo he comprobado . . . Hay algunos migrantes en la carga. Nada que ver conmigo, oficial. Deben haberse metido o algo así.”

Vinieron rápidamente. Pero los muchachos estaban tan emocionados y contentos de estar al final del camino dorado que comenzaron a gritar “Hola, hola” y a saludar a los policías. Temblando de felicidad.

El siguiente es un fragmento del capítulo «Beckton Alps», que reúne experiencias laborales de polacos en Londres.

Margarita generalmente limpia cuando los dueños están trabajando. Así le gusta. Esto significa que puede limpiar con los audífonos puestos y hablar con sus amigas domésticas en otras casas, que friegan y limpian todo el Londres estucado. Pero hay momentos, en la penumbra de una tarde, cuando va por las salas de estar llenas de alfombras orientales y solo hay silencio y nadie a quien llamar.

“Solo hay una cosa que me pone celosa . . . Que se pueden ir . . . Pueden irse de vacaciones, no una, sino dos veces, tres veces. Irse a donde hace calor . . . Me llaman, cada semana uno de ellos me llama para decir: ‘No vengas, vamos a Francia’, ‘No vengas, vamos a España’, ‘No vengas, vamos a Grecia’. Esto es lo único que me pone celosa. No hay ningún lugar al que yo pueda ir . . . solo un autobús a Polonia una vez al año.”

Margarita se muerde los labios. “¿Sabes? Creemos que las mujeres inglesas . . .” Vacila, respira. “Creemos que son muy, muy débiles. No hacen nada. Pero dicen: ‘Estamos muy, muy cansadas’. Hay una mujer a la que le ayudo . . . vive en Battersea, tiene tres hijos, pero está sentada en casa sin hacer nada.”

“Tiene empleada doméstica, tiene una niñera, tiene un hombre que viene y deja el jardín muy bonito. La mujer está sentada en la cocina sin hacer casi nada. Pero al final del día siempre me dice: ‘Estoy cansada, estoy muy, muy cansada’. ¿Pero por qué?”

Margarita se muerde el labio y duda si seguir hablando.

“Yo creo que . . . somos mucho más fuertes que ellas.”

La animo a continuar con la mirada.

“Los ingleses, creo que son muy perezosos. Los ingleses ricos no pueden hacer nada por ellos mismos. Cada vez que necesitan un martillo, digamos, o que tienen un problema con el agua, se la pasan llamando a personas que deben hacerlo por ellos. El inglés pobre está sentado en casa, aprovechando los beneficios, no está trabajando . . .” Su voz se vuelve firme. “Cuando lo ven difícil . . . No quieren trabajar.”

Pero Margarita es como todas las empleadas domésticas. Nunca se consideran a sí mismas empleadas domésticas. Siempre son futuras profesionales. Tienen grandes sueños en Gran Bretaña, a diferencia de sus novios, pues ellos hablan inglés.

“Pocas de las casas están realmente muy sucias. Ir a limpiar es sobre todo pulir y hacer compañía a la madre de la casa solitaria y a la señora de la vieja casa solitaria.”

Esas horas de consejos no solicitados son las lecciones de inglés gratuitas y los cursos intensivos británicos del Londres polaco. El inglés abre las puertas de Londres. En poco tiempo, muchas comienzan a coquetear con los simpáticos jóvenes detrás de la caja en JD Sports. Las que se enamoran de los polacos comienzan a decirles que quieren tener hijos aquí.

“Algunas veces, cuando estoy pasando la aspiradora sobre los grandes pisos de madera de esas casas blancas, pienso: ‘¿Por qué no nací aquí? Entonces las cosas serían mejor’. Porque nunca viviré como ellos. Tengo muchas cosas, ¿sabes? . . . Tengo televisión, tengo laptop, tengo celular . . . Pero nunca como ellos, nunca tendré mi propia casa.”

 

This is London fue publicado por Picador en Gran Bretaña en 2016. Se puede leer un extracto en la versión original aquí. Los fragmentos fueron traducidos al español y reproducidos en Letras Libres con el permiso de Pan Macmillan London y del autor.

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(Guanajuato, 1976) es editor en Gris Tormenta, una editorial de ensayo literario y memoria.


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