Primero, lo curioso del título. Todo lo nuestro. ¿Quiénes serán esos nosotros? ¿Son dos, es un grupo más amplio, hasta dónde llega el círculo concéntrico? ¿Es ese todo lo que los define como nosotros, lo que los mantiene unidos? ¿Y qué es ese todo, qué va a pasar con ello? No sé por qué, aun sin saber cuál es el verbo que las seguiría, las tres palabras me inspiran cierta melancolía, como si el desarrollo de todo condujese a lo quebrado, o a una fragmentación, y como si el nosotros se fuese también a descomponer. ¿Qué es esta propensión a esperar la disolución? Se echa de menos el verbo, y esa idea a medias es lo que transmite la sensación de trastorno.
Todo lo nuestro es la tercera novela de Daniel Franco. Nacido en Barranquilla en 1997, Franco vive en España desde hace varios años. En 2016 publicó Valentina y en 2021 Análogo al silencio. No he leído ninguna de estas dos novelas anteriores, pero en sus sinopsis reconozco algo de la nueva: la historia de una familia vista con desasosiego por el más joven de sus miembros. Entonces: alguien que se ha incorporado más tarde, alguien nuevo, pero que también pertenece al núcleo, que viene a orear la casa.
Aquí se cuenta el acercamiento, o mejor el encontronazo, de un niño con los problemas de su familia y los problemas de su país, Colombia. La sociedad funciona en círculos concéntricos: aprendemos a movernos primero en lo más íntimo, luego vamos saltando a los círculos exteriores, pero funcionan de manera similar, y se afectan los unos a los otros. Los resabios que aprendemos en una escala se mantienen en la siguiente, más amplia.
El miedo que manifiestan todos los personajes, que cada cual siente y expresa de una manera propia. Lo que está de fondo, aunque cada vez más presente, es la amenaza de las FARC, y cómo cada familia, en el campo, reacciona a este problema. Los problemas personales discurren de manera paralela. Están las FARC y están los grupos paramilitares, y cada familia o finca que se organiza para combatir los problemas. Cómo se van creando los bandos. Los problemas íntimos siguen la misma lógica.
Entonces, sobre el miedo, cómo se infiltra en cada organismo, en las personas, cómo las hace revolverse unas contra otras, qué teme perder cada uno.
En Todo lo nuestro, la mayor parte del tiempo recibimos los hechos tal y como son percibidos por Esteban, o Estebita, el hijo pequeño de la familia. En esto sobresale esta novela: cómo transmite la manera de sentir, de percibir y de reaccionar del niño. Cómo es capaz de ponerse en el punto de vista del niño. Se ve en ciertos detalles: “esperar a que se llenase era insoportable”, cuando están llenando la piscina hinchable; “sentí algo atorarse en mi respiración, una masa de aire, y todo el cuerpo se me puso duro como una estatua”. También se ve en las relaciones que tiene con el perro, con su hermana, con la mujer que trabaja en casa, con su madre, con su padre, con la amiga de su hermana, con otros hombres que encuentra fuera (en las mujeres busca amor y consuelo, en los hombres un modelo, y a veces admiración mutua). Interesante es ver cómo ha madurado, en las partes de la novela que transcurren en una especie de presente, cuando Esteban ya es un adulto joven y autónomo y es él quien debe hacerse cargo de una niña. Aquí se consigue un tiempo contemporáneo a la lectura gracias a la exposición en forma de diálogo.
El arrojo del niño, la chulería del niño, la necesidad del niño de que validen lo que hace, la necesidad del niño de enterarse de qué es eso que pasa. Los animales en función del niño: las hormigas como el estupor del niño; las vacas como el valor del niño, que se va fraguando a partir del deseo de que lo admiren; el perro como la infancia que ha de dejarse atrás, y el conejo como el anhelo del niño que no quiere crecer.
Es desde el punto de vista del niño como nos llegan los ecos de los problemas sociales y de otro tipo, emocionales o incluso sexuales. Aquí nos llega el eco, a veces muy definido, de las amenazas de fuera: las FARC, los grupos paramilitares, las ofensivas y las contraofensivas. Cómo la búsqueda de la protección para “los nuestros” puede desembocar en nuevos problemas para todos. Cómo es posible encontrar argumentos para justificar cualquier cosa.
Trabajo literario en tres fases: uno reconoce la imagen o la idea, casi la ve pasar, entonces tiene que crear un silencio o una disposición para que esa imagen se estabilice, se defina, y por fin tiene que traducirla a las palabras que los demás entiendan. Aquí la traducción de la sensación física a las palabras es muy buena, muy directa, tanto en los momentos en que el niño detecta que está pasando algo raro como en la descripción o en el retrato de los personajes, que a través de lo visual llega a lo psicológico.
El espesor del ambiente, una densidad caribeña que se percibe como meramente física pero que salta a lo psicológico. Lo empapa todo. El papel de los mangos, que serían elementos muy importantes si esto fuera una película. Los mangos, sencillos, reconocibles, símbolos de la exuberancia incontrolable, que acaban podridos por contacto con lo moral. Otras imágenes (empieza a llover): “las gotas caían como roedores en el techo tratando de entrar”. Insólita atención a los rostros, que acaba produciendo penetrantes retratos.
Sorprendente en la novela es que el protagonista empieza como niño resabiado, acaba como joven no sé si esperanzado, pero sin duda dispuesto a vivir de otra manera, sin que el miedo lo determine. El personaje ha conseguido rejuvenecer.
Todo lo nuestro
Daniel Franco Sánchez
RiL Editores, 2025
224 páginas