El próximo 18 de octubre de 2024 se conmemora el bicentenario del nacimiento del escritor Juan Valera. Hace cuatro años se celebró el centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós. Puede ser un buen momento para volver sobre un manido tema: ¿Cómo fueron realmente las relaciones entre ambos autores?
Un novelista tardío y otro precoz
Nunca han sido fáciles, aunque haya excepciones, las relaciones entre grandes novelistas, menos cuando son contemporáneos. Valera, que tenía casi veinte años más que Galdós, había sido ensayista, poeta, periodista y académico desde 1862, antes de publicar su primera novela (con más que notable éxito), Pepita Jiménez, cuando frisaba los cincuenta años (1874). Tras ella aparecieron Las ilusiones del doctor Faustino, El comendador Mendoza, Pasarse de listo y Doña Luz, publicadas todas ellas antes de 1880. Por aquellas fechas, un joven Galdós, de poco más de treinta años, entreverando inicialmente periodismo y literatura, había escrito tres novelas (La sombra, La Fontana de Oro y El audaz), así como publicado los cuatro primeros “Episodios Nacionales” (Trafalgar, La Corte de Carlos IV, El 19 de marzo y el 2 de mayo, y Bailén), que le catapultaron como novelista popular de fama, imagen que se incrementó con la ultimación en esa década de las dos primeras series de los veinte episodios nacionales (que inició en 1873 y finalizó en 1879) y de las novelas Doña Perfecta, Gloria, Marianela y La familia de León Roch, editadas también antes de iniciar la década de 1880.
Valera fue, por tanto, un novelista consagrado tardíamente. Tras esa primera cosecha de novelas antes de 1880, volvió a sus tareas diplomáticas y no retornó plenamente a la literatura hasta cumplidos los 70 años, momento en el cual (1895-1899) encadenó otra serie de afamadas novelas (Juanita la Larga, Genio y figura y Morsamor). No deja de ser paradójico que esta segunda cosecha viera la luz cuando ya estaba ciego, enfermedad que también afectó a don Benito a partir de 1912.
Caracteres muy distintos y trayectorias diferentes
No es habitual que dos grandes novelistas que convergen en el tiempo se alaben recíprocamente. En este caso no lo hicieron, incluso se ignoraron. Se impuso un marcado silencio sobre sus respectivas obras, pocas veces roto.
Había diferencia de edad y también de extracción social. Asimismo, el carácter de ambos era opuesto: reservado y discreto, poco dado a exponerse, el de don Benito; explosivo y con fuerte capacidad de irradiación y también algo narcisista el del egabrense, quien además era un bon vivant reconocido, algo que él nunca ocultó, y con una “sabiduría mundana”. Como escribió Vicente Marrero: “Nadie más opuestos de carácter y modo de ser que ellos”.
En efecto, Valera tenía un carácter singular, diferente por completo al de Galdós. Clarín, buen conocedor de ambos, describió al egabrense como alguien de compleja personalidad. Al autor canario le dedicó un libro que no pudo ser biográfico por las enormes reservas que don Benito siempre tuvo de difundir su vida privada y familiar, incluso con su amigo Leopoldo Alas; actitud que contrastaba con la de don Juan, quien ya desde sus primeros pasos epistolares, sobre todo a partir de sus estancias diplomáticas en Nápoles, Lisboa, Río de Janeiro y San Petersburgo, expuso en privado su propia vida y la de aquellas personas que le rodeaban, con una mirada a veces irónica y satírica e incluso burlona. El egabrense era extrovertido, preocupado siempre por su imagen y con fama de donjuán (nunca mejor dicho) con las mujeres, conversador abierto alimentado por un gran bagaje cultural y evidente erudición, y necesitado de ser el centro de atención, viajado, con un alto concepto de sí mismo y un relativo desdén hacia los demás; pero también con cualidades ingentes por su potencial intelectual que relató con magisterio Manuel Azaña.
Galdós, sin embargo, era una persona de carácter tímido, escuchante más que hablante, observador atento, también con gran memoria, sin aparente afán alguno de protagonismo, un hombre hecho a sí mismo, sin otros títulos que su magnífica obra, con sensibilidad social y (en parte) feminista avant la lettre, y con una densa red de amigos de todos los colores políticos. Mas don Benito, a diferencia de Valera (quien se quejaba amargamente de ello), sí consiguió vivir de la literatura y del teatro; pero le costó lo suyo y fue una notable excepción en un país inculto y con altas tasas de analfabetismo.
La obsesión del autor cordobés, una vez finalizados sus estudios universitarios, fue –como recoge Manuel Azaña en sus magníficos Ensayos sobre Valera– muy obvia: “Quería brillar, mover ruido en el mundo, ganar dinero”. Era ya, desde temprana edad, alguien necesitado de destacar, de sobresalir. Probablemente su vasta cultura, su condición social y su no ocultado orgullo le hacían una persona distante, también para Galdós, en cuya obra no reparó hasta 1879.
Valera fue un diletante, pues le agradaba sobremanera cambiar de escenarios vitales (algo que alimentó “su profesión diplomática”). Galdós era, por el contrario, mucho más constante en su localización (Madrid-Santander) y en sus objetivos, aunque amante también de los viajes. El autor de Cabra se cansaba pronto de los sitios donde recalaba y le carcomía la necesidad existencial de buscar nuevas emociones. Las mujeres eran siempre para él un objeto de conquista y a fuer de ser sinceros que consiguió aproximarse a muchas de ellas, pero a veces con ese carácter –que describe Azaña– de “conquistador a la cosaca”. Se casó, en edad avanzada, con una mujer joven, con recursos, pero separaron los bienes.
La vida de don Benito fue mucho menos ruidosa, centrada en sus libros y en su producción literaria, aunque también tuvo una vida amorosa accidentada. En cualquier caso, poco que ver con Valera. Galdós, por el contrario, no hizo ostentación de sus conquistas amorosas, que también fueron varias; a diferencia de Valera que, en su prolija correspondencia, sobre todo en la de sus años jóvenes, hacía constantes alardes de su capacidad amatoria y en especial de sus dotes para requebrar a las damas.
Tal como escribió Montesinos, Juan Valera “de Galdós nunca habló mal, ni en privado ni en público, pero la frialdad glacial de las palabras con que lo alude son claro indicio de que no le era simpático”. Se ha dicho que a Valera le aburrían las novelas del autor canario, de ahí el escaso interés que mostraba por su obra. Galdós, por su parte, tampoco tuvo inclinación alguna hacia el diplomático literato y adoptó hacia él una medida distancia, cuando no una censura indirecta mediante personajes novelados que podían aparentar algún paralelismo con el egabrense.
Tratamiento de Galdós y su obra en la correspondencia de Juan Valera
En la copiosa correspondencia de Juan Valera hay 34 cartas que, directamente, se refieren al autor canario. Otras lo hacen de forma indirecta. La primera referencia a Galdós la hace Juan Valera en carta a Menéndez Pelayo un 19 de julio de 1879. Allí expone: “Se anuncia una nueva novela de Pérez Galdós. ¿Quiere Vd. creer que nada he leído de este fecundo y celebrado novelista?” (Juan Valera, Correspondencia, Castalia; III, 1879; 989). Unas semanas después, el 27 de agosto, le confiesa a su joven amigo haber leído La familia de León Rosch. Y sobre el autor canario, expone: “En él hay una calidad que da calor y brío e inspiración que a mí me falta: el espíritu de partido (…) Pérez Galdós es un Catón censorino. En nombre de su moral, absoluta y filosófica, echa terribles sermones a sus personajes. Por lo demás, yo creo que Pérez Galdós es un novelista de mérito” (III, 1879; 1047). El cierre final lo dice todo.
En la conducta de Valera hacia Galdós es determinante la apuesta inicial que hace aquel por promover a este en la siguiente vacante que hubiera en la Academia Española. En carta a don Marcelino, a quien él había hecho académico, Juan Valera dice: “Trabaje usted por que elijan en la Academia a Pérez Galdós. Lo digo por el interés que me inspira la academia” (III, 1883; 1407). En esta primera sugerencia a su amigo académico, peón en estas lides, era bien obvia la apuesta de don Juan por el escritor canario. Poco después vuelve a la carga con el mismo destinatario: “Yo persisto en que en la primera vacante […] en la Academia Española nos conviene hacer entrar a Pérez Galdós, con preferencia a Martos” (III, 1883; 1409). Meses más tarde, en otra importante misiva a su fiel amigo y compañero de tejemanejes “académicos”, don Juan le comenta explícitamente lo siguiente: “Los deseos de Vd. de hacer entrar en nuestra Academia a Camus, al padre Mir y a Pérez Galdós me parecen justo y buenos […] Entiendo que, antes de pensar en Camus, debemos hacer académico a Galdós, que es a quien más pide la opinión pública” (III, 1883; 1462).
Estas primeras tomas de posición de Valera en torno a Galdós son un evidente testimonio de que el egabrense fue el impulsor inicial de la candidatura de Galdós. Esta iniciativa y ese respaldo muestran un reconocimiento implícito de la figura de don Benito, contexto que ha sido poco tenido en cuenta por la crítica que ha analizado tales relaciones..
Durante su estancia en Washington como diplomático, no prestó Valera especial atención a los asuntos literarios españoles. Más incisivo se mostró en su sucesivo período bruselense. Allí, en diferentes cartas, vuelve a romper una lanza por Galdós y otros novelistas españoles al afirmar que la traducción al inglés en Estados Unidos de su obra Pepita Jiménez podía abrir las puertas a otros autores de nuestro país (IV, 1886; 1893; IV, 1886; 1940; IV: 1887; 2025). Años después, en otra carta a Menéndez, Valera insiste en que, ante una nueva vacante en la Academia, se debe elegir al escritor canario, e incluso remata: “Yo iré a dar mi voto al amigo Pérez Galdós” (IV, 1887; 2046), una expresión de cercanía más que coloquial, que parece bastante reveladora.
El año 1888, por razones que no vienen al caso, fue bastante adverso para don Juan, lo que tal vez le hizo dedicar menos energías al fracasado intento de desembarco en la Academia de Galdós, que él, entre otros, había promovido. Tampoco hay que descartar que la publicación de la famosa novela Fortunata y Jacinta en 1887, en la que aparecía una referencia irónica a Juanito Valera, enfriara los ánimos del egabrense en su apoyo al escritor canario. En todo caso, a inicios de 1889, en carta al Dr. Thebussem, expone lo siguiente: “Ya habrá visto Vd. por los periódicos la gran batalla que hemos reñido en la Academia. Cánovas se empeñó en arrostrar la impopularidad y desafiar la opinión pública y ha triunfado Commerlerán, contra Pérez Galdós, de cuyo valor literario no discuto, pero que es uno de los poquísimos autores españoles vivos, que se leen y aplauden mucho aquí, y aun en Francia, Alemania, Inglaterra y en el país de los yanquees, en cuyos respectivos idiomas sus novelas están traducidas. En cambio, nadie conoce a Commerlerán” (V, 1889; 132). No cabe duda que, independientemente del contexto creado, Valera se mantuvo firme en su apoyo a don Benito, incluso lo ensalza, al menos en lo que a su proyección internacional respecta, aspecto al que era muy sensible don Juan por razones conocidas. No obstante ese declarado apoyo, a Juan Valera se le encargó contestar el discurso de recepción de Commerlerán, y el egabrense -como atinada y magistralmente estudia Muñoz Machado en el excelente prólogo de mi libro sobre Valera- optó por una contestación en clave institucional.
En su epistolario del “invierno literario” (Jiménez Fraud), Valera se ocupa con más insistencia del autor canario y de su obra. Así, en carta a su amigo Menéndez, don Juan celebra la recepción definitiva de Galdós en la Academia, casi ocho años después de su primer y fracasado intento. Allí Valera es muy explícito, y no cabe dudar de sus palabras: “Mucho celebro que usted trabaje tanto y tan lúcida y provechosamente, que tengamos en octubre la recepción de Galdós en la Academia […]” (VI, 1896; 2905). Obviamente, la presencia de ambos en la Academia cabe suponer que implicó un mayor trato directo, aunque para entonces don Juan era un venerable anciano, ciego, y con escasa vida social más allá de la Academia y de sus tertulias literarias domésticas.
Las citas al autor canario en la correspondencia de Valera durante los cinco últimos años de su vida tampoco cesaron (VII, 1900; 3251). Más crítico y algo dolido se muestra don Juan cuando hace mención a una publicación (El Gedeón) donde se cita como “genios” a determinados autores, entre ellos a Pérez Galdós, a Pereda y Campoamor. Con relación a los dos primeros, escribe Valera a Pardo Figueroa: “Aun suponiendo que Pereda y Galdós sean genios, no sé por qué he de tener yo obligación de cantar sus alabanzas. Ni siquiera la tengo por gratitud, pues no sé que ellos me hayan jamás alabado.” Don Juan parece mostrarse herido ante el silencio que el autor canario ha dado a su obra.
En su más tardía correspondencia, al hacer balance crítico de su vida, don Juan se sincera: reconoce que sus empujes literarios han estado ocasionalmente movidos por el afán de mejorar sus pobres finanzas: “Escribo también a veces, aunque parezca inverosímil, estimulado por la miserable codicia de ganar poquísimas pesetas que puedo yo ganar escribiendo.” Y concluye la carta a su sobrino: “Salvo Galdós, que sin duda gana, y salvo los que escriben para el teatro, para lo cual no me da el naipe, en España casi nadie gana sino desazones en este pícaro oficio que tú y yo hemos tomado por afición irresistible.” (VII, 1905; 3687)
Pero es en una carta en la que elípticamente se refiere al autor canario donde el Valera más crítico aparece, tal vez movido por el impacto del Desastre del 98 y de sus secuelas desde el punto de vista político. Sin duda, el éxito de masas que supuso la representación de la obra de Galdós y las manifestaciones que se sucedieron en 1901 atemorizan al ya anciano y cautamente liberal conservador, que era don Juan entonces: “Nada quiero decir a Vd. de todos estos alborotos y manifestaciones que hay ahora y que me tienen contristado, porque me parecen un decidido y rápido retroceso a la barbarie […] En fin, Dios quiera que los desahogos liberales no sigan adelantando […] y en pleno gozo de nuestra libertad y después de la apoteosis del autor de Electra y de los Episodios Nacionales, el episodio de tener que comer nos falte.” (VII, 1901; 3303) Es, curiosamente, la única referencia directa que hay en la correspondencia de don Juan a los Episodios nacionales de Galdós.
La correspondencia de Galdós y la figura de Juan Valera
Contrasta, sin duda, esa relativamente frecuente atención epistolar de Valera hacia Galdós con el silencio más que elocuente con el que don Benito trató al autor egabrense en su correspondencia. En efecto, las únicas referencias directas que realiza Galdós en sus cartas a la figura de Valera son cuando trata el asunto de su fracasado intento de primer ingreso en la Academia. La percepción del escritor canario sobre los hechos es, sin embargo, fruto de la imagen que le traslada su gran valedor desde el punto de vista activo (incluso activista), como fue en este caso don Marcelino.
Un breve análisis de la correspondencia galdosiana puede aportar algo de luz sobre una relación con Juan Valera con más sombras que luces. Sin duda, es en la fluida y numerosa correspondencia de don Benito con Clarín donde se nos da alguna pista al respecto. Le propone Galdós a su amigo que lancen una revista literaria que se podría denominar República de las Letras, y le sugiere que “apareciera escrita exclusivamente por los novelistas; a saber: Vd., la Pardo Bazán, Pereda, Armando, Picón, algún otro y yo y nada más.” (Benito Pérez Galdós. Correspondencia, Crítica, 2016, 76, 1885: 124) Nótese que omite el nombre de Juan Valera.
El asunto de la Academia concitó gran atención en la correspondencia galdosiana, con referencias esta vez directas a la figura de don Juan Valera. En una importante carta a Clarín, don Benito es explícito: “La gresca que se ha montado con motivo de mi presentación para la Academia es tan compleja […] El mismo día que pasó a mejor vida el duque de Villahermosa, me habló Marcelino Menéndez solicitando mi consentimiento para hacer la presentación. Resistí al principio […] pero insistió tanto, tanto, que no pude negarme a ello. Él contaba, a pesar de todo, con el triunfo, y ya había comprometido a varios, Valera, Campoamor, Núñez de Arce, Castelar, Molins, Casa-Valencia, encontrándose todos muy propicios.” (117, 1888: 163-164) Como puede advertirse, Menéndez Pelayo se arroga una iniciativa que, en origen, no fue tal, según se ha dicho. No convenció a Valera, sino que fue al revés; dada la amistad que le une con Galdós, don Marcelino se pone las medallas y deja a don Juan en una posición subordinada, indicando que ya le “había comprometido” su voto o apoyo. Obviamente, la correspondencia de Valera no se conocía por aquellas fechas, y de su análisis (siempre que demos por buena la opinión de Valera), se obtiene el resultado contrario, o al menos muy matizado.
Y la carta sigue: “En la sesión del jueves 22, Commerlerán venció en toda la línea, gracias al empuje de Cánovas, que hizo esto cuestión política inclinándose con los suyos del lado contrario. Creo que hubo salvedades de Cánovas, a favor mío; pero de esto no estoy seguro.” (117, 1888: 164) Galdós, una y otra vez, pretenderá exculpar a Cánovas en distintas misivas, pero el hecho cierto es que fue el líder conservador quien promovió el éxito de la otra candidatura, como bien apuntara la correspondencia de Valera. Al parecer, pesaron los motivos políticos: no se olvide que entonces don Benito era diputado en el Congreso del Partido Liberal Fusionista, lo que debió tener su peso. Igualmente, Juan Valera era senador vitalicio nombrado por Sagasta desde 1881.
En todo caso, en esta carta el autor canario deja claro, al menos indirectamente, que Juan Valera formaba parte de lo más granado de la institución y era de los “nuestros”, le dice a Clarín. El sesgo político de esta designación asimismo lo deja bien patente don Benito; se le notaba enfadado y dolido: “En la citada sesión del 22 quedó definitivamente acordada mi derrota, sosteniéndome los cinco que son sin disputa la flor de la corporación, a saber, Marcelino, Valera, Núñez de Arce, Campoamor y Castelar: los demás con quienes Marcelino contaba se fueron, arrastrados por Cánovas, al bando contrario […] Que esto se ha hecho por motivos políticos, bien claro está.
Galdós pecó de ingenuo con Cánovas (quien le había hecho algunos favores): “En cuanto a Cánovas, yo le debo con anterioridad a esto cierta deferencia que no puedo olvidar, y por mi parte no puedo hacer ni decir nada en contra suya.” (117, 1888: 165) Galdós saca también a colación su animadversión hacia los neocatólicos, en la que coincidía con Clarín y también con el primer Valera: “El bando clerical va contra nosotros, contra la colectividad de los novelistas y contra la idea que representamos.” (117, 1888: 164) El final de su carta no puede ser más contundente: “Nos odian, y creen que por cerrarnos aquella puerta nos van a anular. ¡Qué estúpidos! […].” (117, 1888: 165) La afinidad política entre Galdós y Clarín era obvia.
El desagradable asunto de la Academia, con el rechazo de la propuesta de Galdós, tensó la institución, incluso llegó a partirla y hubo que buscar una solución de compromiso, que nunca terminó de agradar al autor de los episodios, quien ralentizó la entrega de su discurso de recepción durante varios años. Y le dejó heridas abiertas. Algunas de ellas se detectan en su correspondencia; por ejemplo, en carta a su amigo Pereda hace balance del resultado final: “En mal hora se le ocurrió a nuestro amigo Marcelino presentarme y en hora mil veces menguada lo acepté yo (…)” Y concluye: “Por cierto que no podré pagar a Marcelino con ninguna clase de agradecimiento lo que hace por mí. Está frenético y ha tomado el asunto con un calor que en realidad no merece la pena. Están decididos a embestir a la pira […].” (119, 1889: 167)
Final: ¿enemistad recíproca, falta de sintonía personal o simples celos literarios?
Sorprende que un crítico literario consagrado como era Valera apenas dedicara atención a la obra de Galdós (con la excepción de un artículo de cierto tono irónico en la prensa bonaerense sobre la novela Misericordia en 1897). Tampoco lo hizo este sobre aquel. Don Benito, no obstante, sí que dejó algunas huellas directas en sus novelas u otras publicaciones (y algunas más, siquiera sea planteadas como conjeturas, o referencias veladas o indirectas).
Prudencia Ontañón (1991), por su parte, dejó entrever la enemistad que terminó gestándose por parte de Don Juan hacia Don Benito. También pretendió avalar que Galdós echó algunas puyas literarias hacia el autor egabrense. A juicio de esta autora, el personaje novelado de Cornelio Malibrán, que aparece en las novelas galdosianas de La incógnita (donde califica a ese personaje de “petit Talleyrand”) y en Realidad, un diplomático cargante por sus modales y por la forma de conducirse en la vida, podría tratarse de una suerte de representación figurada del propio Valera.
También se ha dicho, fue Antonio Cruz Casado, que en el episodio nacional España sin rey, escrito por Galdós entre diciembre de 1907 y enero de 1908, uno de los personajes novelados podría corresponder al propio Valera. Se refiere a Juan de Urríes, andaluz, que seguía “las banderas de la fracción o estamento unionista (de la Unión Liberal, a la que en distintos momentos de su vida política perteneció Valera), compuesto de graves y aprovechadas personas”, cuya catadura moral y sus reiteradas conquistas desvelan un personaje ruin.
Por su parte, María José Flores Requejo (2018) elaboró un artículo donde pone en cuestión las tesis de la profesora Prudencia Ontañón, defendiendo que entre ambos autores no hubo tal enemistad, incluso mantiene que existieron relaciones de respeto. Ciertamente, al margen de las puntuales críticas a determinadas obras de Galdós (La familia de León Roch y Misericordia, por ejemplo) o a sus comentarios iniciales de desdén hacia sus primeras obras, el autor egabrense tampoco se prodigó –según se ha dicho– en referencias a la obra del escritor canario. Galdós mostró, como expuso Marrero, una clara admiración por “las cartas de Valera”, llegando a suspirar: “¡Quién supiera escribir como él!” En todo caso, la opinión de Yolanda Arencibia, biógrafa de don Benito, sobre esas hipotéticas tensiones entre ambos novelistas, es un dechado de prudencia y también de claridad, al calificar esa presunta relación de Galdós con Valera como propia de un “amigo de circunstancias”. En cualquier caso, ambos autores, con sus dimes y diretes, terminaron reconociéndose mutuamente. En 1901, en el tardío prólogo a la obra de Clarín, La Regenta, Galdós destaca que el autor egabrense aporta “los granos de sal española” que pone incluso en las “hondas disertaciones sobre cosa mística y ascética” (una referencia clara a su Pepita Jiménez). No se prodigó don Benito en loas a don Juan, en efecto; pero alguna dejó caer, como se ha visto. Tampoco Valera lo hizo con Galdós, salvo en momentos puntuales de su correspondencia privada. Su atención epistolar hacia Galdós fue, en todo caso, mayor, como mucho más numerosa fue su correspondencia. Se puede dudar de si fueron efectivamente el aceite y el agua, en todo caso se mezclaron poco, lo imprescindible, y tal mezcla no cuajaba. De la vanidad creadora y de las envidias recíprocas (veladas o evidentes) nadie está a salvo, de las filias y fobias tampoco. La relación entre Valera y Galdós no estuvo ausente de tales vanidades y envidias soterradas. Pero no cabe extrañarse. Eran humanos. Y grandes literatos.
Rafael Jiménez Asensio ha publicado los libros Juan Valera. Liberalismo político en la España de los turrones (Athenaica, 2024); y El legado de Galdós. Los mimbres de la política y su cuarto oscuro en España (Catarata, 2023).