Hay un comentario que se repite con insistencia en varias reseñas de Cantinflas: la historia del Cantinflas de la película no es fiel a la del verdadero Mario Moreno. Tomemos como muestra representativa el texto publicado en Proceso, que apunta que “Cantinflas se merecía algo mucho mejor—y también la audiencia mexicana—, aunque esto significara retratar sus puntos más bajos”. El podcast de CinemaNet tiene un buen argumento: “Cantinflas es de esos personajes de los que todos sentimos que nos pertenece, que todos lo entendemos de una forma en la que nadie más”, y aventura que el éxito o el fracaso de la cinta (con la crítica) estará vinculado a esto. Es probable. Lo cierto es que no recuerdo una crítica nacional que cuestionara la licencia histórica de, por ejemplo, The Wolf of Wall Street o Hitchcock, lo que me hace sospechar que la fidelidad nomás nos interesa —como críticos y espectadores— cuando el sujeto nos es cercano.
El género biográfico debe elegir un ángulo desde el cual retratar a su sujeto y elaborar —seleccionando sucesos “reales” o, de plano, inventándolos— lo necesario para construir ese relato. Un crítico, idealmente, debería saberlo: la infidelidad histórica en una biopic no es un defecto, sino una característica común del género. Su responsabilidad no es retratar los hechos tal y como sucedieron sino llevar a buen puerto su visión, que puede ser denigrante o al menos concentrarse en las regiones oscuras del personaje (como Raging Bull), o laudatoria hasta el punto de la hagiografía (como Braveheart).
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Resulta más o menos sencillo enumerar los “defectos” de Cantinflas. Ya varios críticos se han encargado de ello. Actuaciones desiguales, guion desarticulado, escenografía y ambientación descuidadas. (Queda la duda de si esto último no resultaría más bien una característica de la cinta que podría hermanarla o al menos referir a las películas originales de Mario Moreno).
No obstante, y con la salvedad de Ernesto Diezmartínez, de Reforma, las virtudes de la película han pasado más o menos de noche para algunos comentaristas cinematográficos nacionales. Y no es una cinta que carezca de ellas. Ejemplo: su secuencia de créditos, que emula los breves noticiarios que solían transmitirse antes de las funciones cinematográficas, es una animación que sintetiza con brevedad y eficacia los hechos en torno a La vuelta al mundo en 80 días, la cinta protagonizada por Mario Moreno que servirá de pivote y punto álgido para el desarrollo de Cantinflas. Otro más: casi a contrapelo del cine comercial nacional reciente —que tiene como una de sus constantes la narrativa lineal, con tres actos muy marcados—, Cantinflas presenta una estructura en la que los hechos de 1955 —año de la producción de La vuelta al mundo— se desarrollan en un plano, mientras que los del pasado y ascenso de Mario Moreno a la fama suceden en otro, hasta que ambos se encuentran en un mismo punto. Cierto: no es Amores Perros, pero en el marco del cine comercial de los últimos dos años —El cácaro Gumaro, Cásese quien pueda, Nosotros los nobles—, este arrojo es notable. Además, Cantinflas presenta un manejo de cámara que la separa de otras producciones nacionales comerciales. Modestas tomas largas, travellings inusuales, movimientos que enfatizan subjetividades. Muestra de lo anterior: la secuencia en la que Mario Moreno conversa con su esposa, Valentina Ivanova. La cámara emplea un movimiento que, al alejarse de Moreno pero no despegarse de la mesa —y con una lente que hace ver todo más grande— subraya la distancia emocional entre ambos; la duración de la toma, una de las más largas de la cinta, bien podría buscar poner el acento en la tensión de la escena. Esta es una sutileza técnica que otras películas comerciales mexicanas de tiempos recientes no han mostrado.
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Cantinflas presenta vicios cuyo origen bien podría encontrarse en los vicios de la televisión nacional —no en vano Televisa es la productora principal— y que menoscaban sus aciertos. La escena en la que que Adal Ramones interpreta a Fernando “Mantequilla” Soto es buen ejemplo de ello. Otro sería la secuencia de la protesta de actores frente a Bellas Artes, con una retahíla de intérpretes —salidos casi todos de las telenovelas nacionales— posando exageradamente mientras una voz en off se ve forzada a recordarnos el nombre de cada personaje, no vaya a ser que no los identifiquemos. El desarrollo dramático de la película, con todo y el ligero atrevimiento de su estructura cronológica, resulta desarticulado porque los personajes no cuentan con motivaciones visibles, por muy buen trabajo que hagan los actores principales. Habría que destacar aquí, aunque se ha hecho ya hasta la saciedad, a Óscar Jaenada, quien prácticamente hace un papel doble como Mario Moreno y como Cantinflas; a Ilse Salas, cuya Valentina Ivanova presenta buenos momentos de intensidad dramática; a Michael Imperioli, cuya probada calidad no decepciona aquí, aunque quizá sí presenta una diferencia notoria con buena parte del reparto, y a Luis Gerardo Méndez —presente en tres de las cintas nacionales más taquilleras de 2013 y 2014—, que con todo y un desangelado acento ruso que viene y va, compone un personaje con dimensiones. No es una coincidencia que estos actores, los mejores del reparto, tengan como experiencia principal el cine, el teatro y la serie de televisión y no la telenovela.
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Cantinflas recaudó 71 millones de pesos en su primera semana, y superó ya el millón de espectadores en salas nacionales. Junto con Guten Tag, Ramón, ¿Qué le dijiste a Dios?, Cásese quien pueda, El crimen del cácaro Gumaro y Más negro que la noche, Cantinflas es la sexta cinta nacional en el año que supera el millón de espectadores. Es evidente ya que las cintas mexicanas pueden atraer público y superar la inversión que se hizo en ellas; resta, solamente, esperar que esta creciente bonanza se traduzca en lo más importante: mayores riesgos narrativos; ideas, premisas y guiones más interesantes; más y mejores películas. Si la recuperación de inversión no deriva en calidad cinematográfica e industria, de poco valdrán los Cantinflas, los Nobles, los cácaros Gumaros. ~
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.