Joy Laville: pincel de luz

En memoria de la extraordinaria Joy Laville.
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Hacia 1977, el Consejo de Redacciรณn de Vuelta me encomendรณ la misiรณn casi imposible de incorporar a Jorge Ibargรผengoitia. Armado de valor, me presentรฉ en su casa de Francisco Sosa, en Coyoacรกn. Abriรณ la puerta Joy Laville, su sonriente y gentil esposa. Logrรฉ mi cometido (por breve tiempo) y cuando salieron a Europa mantuve con Jorge una divertida correspondencia. Un aรฑo despuรฉs de su trรกgica muerte visitรฉ a Joy junto con Alberto Ruy Sรกnchez (por entonces, Secretario de Redacciรณn de Vuelta). Querรญamos su colaboraciรณn para nuestro nรบmero 100 (marzo 1985) que dedicarรญamos al genial autor de Las muertas. Joy lo ilustrรณ amorosa y admirablemente. Allรญ comenzรณ nuestra amistad.

A travรฉs de los aรฑos, los espacios de mis seres queridos y los mรญos propios se han poblado de cuadros suyos. En la pared de mi estudio, por ejemplo, contemplo a un hombre que navega en una barca. Se trata seguramente de Jorge, pero puede ser cualquier hombre. Ha dejado atrรกs las vagas geometrรญas que sugieren jardines, playas y habitaciones, quizรก un hogar, y atraviesa el mar con la vista fija en la otra ribera, donde lo esperan azuladas montaรฑas, arenas cรกlidas, ciertos indicios de color y vida, y una palmera. Sobre mi escritorio hay una pequeรฑa escultura que Joy bautizรณ como “Man in his island”. Es el mismo personaje pero ahora sentado plรกcidamente sobre la tierra, con sus piernas recogidas y mirando al cielo. Lo rodean tres inmensas margaritas. No necesita nada mรกs.

En los cumpleaรฑos de mis hijos Joy les regalaba una miniatura o una acuarela. Como a Daniel entonces le gustaba pintar, intercambiaban cuadros. Ella, por piedad, guarda algunos. ร‰l, por amor, todos: un tigre con manchas azules y naranjas, unas jรณvenes voluptuosas. A mi padre, gran Don Juan, le regalรณ un dibujo de una barca llena de seรฑoras: “Some ladies for Moi”. En una recรกmara, Joy advirtiรณ alguna vez un pรณster: la famosa mujer recostada y desnuda de Modigliani. No me dijo nada, pero al llegar mi cumpleaรฑos tenรญa listo un รณleo con la versiรณn suya del mismo cuadro. Hace poco, me dio un cuadro al pastel con un hombre caminando a grandes trancos en una playa, flanqueado por dos perras “labrador”, como las mรญas.

Sus cuadros paisajes โ€“dijo Ibargรผengoitiaโ€“ “son como una ventana a un mundo misteriosamente familiar”: una inmensa bahรญa, mรกs ancha y azul que el cielo, en la que casi se escucha el oleaje; recatadas seรฑoras (salidas de un Derby inglรฉs) con tocados antiguos; jovencitas tendidas sobre el divรกn, en plena ensoรฑaciรณn; damas retratadas en un camafeo, con sus collares de perlas; una mujer rosa contempla el mar mientras otra, de pie, estรก a punto de preguntarle algo (un inmenso florero cuida de ambas). Los floreros de Joy son personajes importantes en sus interiores: no son adornos sino naturalezas vivas, fuentes de paz. En el exterior predominan las palmeras, con sus frondas que estallan y se vierten como cascadas. Y en todo momento, el aire libre, el horizonte interminable de colinas, dunas, mares, rรญos y cielos impecables, salvo cuando los atraviesa un aviรณn sombrรญo, como en el que muriรณ Jorge.

Jorge vive en Joy, con sus anรฉcdotas desternillantes, la risa que los acompaรฑรณ por tantos aรฑos, y su obra. “Los cuadros de Joy โ€“escribiรณโ€“ no son simbรณlicos, ni alegรณricos, ni realistas. Son enigmas que no es necesario resolver, pero que es interesante percibir. El mundo que representan no es angustioso, sino alegre, sensual, ligeramente melancรณlico, un poco cรณmico. Es el mundo de una artista que estรก en buenas relaciones con la naturaleza”. Hace muchos aรฑos, contraviniendo a Jorge, quise resolver el enigma, y escribรญ un pequeรฑo texto (“Pintora en su isla”, en Mexicanos eminentes, Tusquets, 1999) donde sostuve que los paisajes de Joy son una amalgama feliz de sus imรกgenes infantiles en su natal Isla de Wight (sรญ, aquella en la que los Beatles pensaban retirarse, “if it’s not too dear”, a los 64) y los lujuriosos paisajes mexicanos (“luscious”, dirรญa ella). Una amalgama y una trasmutaciรณn, como atestiguรณ alguna vez el propio Ibargรผengoitia, al desempacar los cuadros que Joy habรญa pintado en Londres: “No podรญamos creer lo que veรญamos, los colores confusos, que habรญamos visto en la luz invernal del semisรณtano londinense, eran vivos, definidos y alegres en el estudio de Coyoacรกn”.

ยฟQuรฉ luz habรญa hecho el milagro? ยฟLa luz de Mรฉxico o la del pincel de Joy? Ambas. En la serie de cuadros con paisajes de las costas de Jalisco, Jorge no veรญa “mรกs que un borrรณn azul y verde”. En cambio su mujer recreรณ “el mar lechoso de las maรฑanas, el azul intenso del mediodรญa, las formas de las palmeras, el color de las diferentes tierras, la apariencia de las lagunas interiores, los cerros negruzcos en el amanecer”.

El dรญa en que le fue otorgado el Premio Nacional de las Artes, una seรฑora me preguntรณ: “ยฟes nuestra Joy?”. Sรญ, nuestra, porque llegรณ a Mรฉxico en 1956 y porque โ€“a pesar de su delicioso e irrevocable acento inglรฉsโ€“ es tan mexicana como el tequila. Asรญ me gusta verla, brindando con su tequila. Ha llegado vestida con sus colores pastel (beige, rosa, un azul clarรญsimo y, para ocasiones especiales, un amarillo canario). Es risueรฑa, elegante, sabia, discreta, estoica e inmensamente divertida. El mejor regalo es su presencia, toda contenida en su nombre: Joy.

(Publicado previamente el 23 de diciembre de 2012 en el periรณdico Reforma)

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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