El gobierno que se proclama liberal quiere modificar la escritura liberal de nuestra historia plasmada en el Paseo de la Reforma. No hay razón que lo justifique. La concepción de esa avenida debe mucho a Vicente Riva Palacio, general, escritor, editor de México a través de los siglos y autor del volumen sobre la Colonia, segundo de esa colección. Difícil encontrar en el siglo XIX un hombre más ponderado y sensato. Un liberal eminente.
La historia que precedió a aquel diseño es conocida. Para unir el viejo centro de la capital con el Castillo de Chapultepec, Maximiliano ordenó la construcción de una calzada inspirada en los bulevares parisinos. Paradójicamente, la recepción triunfal al presidente Juárez al restaurarse la república, el 15 de julio de 1867, ocurrió a la entrada de aquel “Paseo del Emperador”.
En febrero de 1872 Juárez decidió cambiar el nombre por el de “Calzada Degollado” en honor del fiel don Santos, el “héroe de las derrotas”. Su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada, acuñó el nombre definitivo de “Paseo de la Reforma” en homenaje a ese periodo axial de nuestra historia. En tiempos de Porfirio Díaz la avenida adquirió un discurso simbólico con la colocación de hitos monumentales en sus glorietas y camellones. El Paseo se volvió una cátedra abierta de “historia patria”.
Cronológicamente, el primero de aquellos hitos fue el monumento a Colón, obra del francés Charles Cordier, inaugurado en 1877 con el patrocinio de Alejandro Arango y Antonio Escandón. Al enaltecer a Colón, el monumento refrendaba el valor que le daban los liberales a la inserción del país en la civilización occidental, pero en el mejor espíritu cristiano (propio también de muchos liberales) conmemoraba el legado espiritual de los grandes religiosos del siglo XVI, representados en sendas estatuas sedentes por fray Pedro de Gante y fray Bartolomé de las Casas. Gante, precursor de la evangelización franciscana, enseñó el idioma y el catecismo a los indios mediante el teatro y autos sacramentales. Las Casas, profeta dominico, fue el mayor defensor histórico de los indios. Ningún liberal mexicano, ni siquiera Ignacio Ramírez, negó la obra benemérita de esos misioneros.
Ese mismo año, Díaz apoyó la idea promovida por Riva Palacio, su ministro de Fomento, de colocar en la siguiente glorieta del Paseo un monumento dedicado a Cuauhtémoc. Se inauguró en 1887. Con apego al libreto liberal, los escultores Miguel Noreña y Epitacio Calvo y el arquitecto Ramón Agea crearon un conjunto extraordinario: sobre un basamento neotolteca, un bajorrelieve de bronce evoca el suplicio del último emperador azteca, cara a cara frente a su torturador, Hernán Cortés. El conjunto vindica su gesta y la de los “demás caudillos que se distinguieron en la defensa de su patria” por haber demostrado una valentía que –en palabras de Justo Sierra– otorgaba ella sola una “gigantesca superioridad moral a Cuauhtémoc sobre su vencedor”.
Poco después, Díaz aceptó la propuesta del biógrafo Francisco Sosa, publicada en El Partido Liberal, de invitar a los gobiernos de los estados a enviar dos esculturas “de sus hijos más esclarecidos” para adornar el Paseo en toda su longitud. En 1889 se inauguraron las primeras dos estatuas que representaban al general Leandro Valle y a Ignacio Ramírez, el Nigromante, obras de Primitivo Miranda. Actualmente, estas esculturas suman 78 obras (incluyendo la más reciente de Leona Vicario).
La narración liberal remataba en la columna dedicada a los Padres de la Patria, coronada por la victoria dorada de la Independencia. Es obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado y fue inaugurada el 16 de septiembre de 1910.
El discurso de los liberales no era, desde luego, hispanista, pero tampoco indigenista. El primer gobernante indigenista de México fue Maximiliano, quien alentó el rescate arqueológico, cultural, lingüístico y museológico de las culturas mesoamericanas. En el siglo XX, ese reconocimiento culminó en el Museo Nacional de Antropología, orgullo de México, situado –como debe ser– en el Paseo de la Reforma. Si se quiere honrar a esas culturas, abundan sitios apropiados.
Posdata: la jefa de Gobierno justificó la remoción de la estatua de Colón por considerarlo un emblema de “esclavización y exterminio”. El uso de la primera palabra no es del todo inexacto, pero, dada la presencia en el conjunto de Las Casas y Gante, es injusto. El uso de la segunda, dada la connotación que adquirió en el siglo XX, es, por lo menos, desafortunado.
Publicado en Reforma el 19/IX/21.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.