James Ellroy está enfundado en una camisa de surf amarilla. Descansa en un sillón cómodo mientras ve a la cámara. Tiene el rostro serio de siempre, su calva sin brillo y sus fieros ojos detrás de unos lentes gruesos de pasta. Después de la señal, Ellroy responde un par de preguntas con calma, pese a que no se ve a gusto. En un momento dado el entrevistador le pregunta sobre lo que está leyendo en ese momento. Ellroy le dice que no lee nada porque ya no encuentra placer en ello. El entrevistador le aconseja que lea Cioran, porque “no hay alegría” en sus libros. El angelino se enoja ante ese comentario desafiante. Le advierte que reconsidere su actitud porque él “es James Ellroy”. Ninguno cede y la entrevista, que se da en el marco de la FIL de Guadalajara, termina abruptamente cuando el autor de L. A. Confidencial grita antes de ponerse de pie: It’s over!
Ellroy ha creado tras de sí un aura de autor difícil, de maniático que habla con su perro por teléfono, de hombre antisocial, de gamberro, de genio y de escritor políticamente incorrecto. Con estos antecedentes, uno podría equivocarse y meter a Ellroy en ese grupo de escritores que buscan la fama por medio del desplante, obsesionados por convertirse en el enfant terrible en turno. Reducir a Ellroy a ese personaje es un gran error, porque su fama ha crecido no por los desplantes sino por una obra sólida. No por nada Joyce Carol Oates lo ha denominado el “Dostoievski americano”.
Cuando no está promoviendo su novela más reciente, Ellroy vive para escribir, como lo ha manifestado en muchas entrevistas. No opina, no aparece en programas de televisión o radio si no tiene una obra reciente que mostrar, una obra, por otro lado, ambiciosa, que va más allá de cualquier desplante. Su Cuarteto de Los Ángeles, por ejemplo –compuesto por La Dalia Negra, El gran desierto, L. A. Confidencial y Jazz blanco–, es el fruto de la enorme tarea por entender los orígenes de la actual Norteamérica. Ellroy, sin ningún empacho, echa mano de personajes reales (“Una vez muertos es legal hablar de ellos y los puedo utilizar sin problemas”) para mostrarnos el crecimiento de la industria del cine y la creación de una policía que sirvió como grupo de choque para que la mafia de Chicago no afectara los intereses de la mafia de Hollywood. En su obra observamos cómo las tensiones raciales, la prostitución y el tráfico de drogas fueron los motores que hicieron funcionar la ciudad de Los Ángeles. Somos testigos de cómo el sueño americano se cimentó en las lujosas mansiones de los ricos empresarios del cine.
Su siguiente trabajo, La Trilogía Americana o de Los bajos fondos de Estados Unidos –América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda–, es otro proyecto de gran envergadura para desentrañar la manera en que fue creciendo su ciudad y, por ende, su país. Deja los candorosos años cincuenta y se adentra en la locura de las dos décadas siguientes, entre cuyos protagonistas encontramos a Edgar Hoover, el exdirector del fbi (“un homosexual célibe”), o un Richard Nixon siempre tocado por la bebida. Ellroy nos abandona en un tren de violencia y excesos en donde las voces del orden son las de Robert Kennedy y Martin Luther King.
“Lo mío son los grandes libros –afirmó en una entrevista–. Quiero dejar detrás una gran obra. Y entiendo que en ocasiones esto puede pesar a los lectores. Pero al final disfrutan. ¡Soy un bestseller! Es cierto que mis libros son un reto, pero no son difíciles. La historia te absorbe inmediatamente.” Y la aparición de Perfidia, novela con la que inicia un nuevo Cuarteto de Los Ángeles, lo confirma. Un ladrillo de más de setecientas páginas que narra la persecución de japoneses en la costa oeste luego del ataque a Pearl Harbor.
La obra de James Ellroy tiene la declarada ambición de trascender. Se trata de un autor que no busca quedarse solo con las insolencias frente a la prensa. “¿La gran novela americana? He escrito varias de ellas”, dice sin ningún tipo de pudor, pero también con solvencia, porque es cierto. Se toma en serio su papel frente a la computadora.
Ellroy no busca camarilla ni da cuartel. Pero Ellroy –que este 4 de marzo cumple 68 años– no está exento de contradicciones. Por ejemplo, asegura que no ha leído nada nuevo en los últimos treinta años pero recomienda a su amigo Thomas Mallon, en especial su novela Watergate. Evita, en la medida de lo posible, citar a alguien, aunque reconoce en Ross Macdonald una influencia. Y lo cita. Se burla de que Cormac McCarthy sobreutiliza diálogos en español, pero se ufana de que aprendió el idioma en los gimnasios con boxeadores mexicanos. No habla nunca de política (“No sé nada, no veo noticieros, no me interesa”), pero sus novelas, si bien centradas en la escena criminal, toman una posición política clara a favor de las minorías, ya sea de negros, hispanos, orientales u homosexuales. Podríamos hablar de dos escritores, el que se sienta frente a la computadora a pergeñar esas brutales novelas y el que sale a calentar el ambiente para venderlas. ~
Narrador y crítico de cine. Ha publicado dos volúmenes de cuentos, dos de ensayo y una novela corta. Cuentos suyos han aparecido en varias antologías. Actualmente es articulista de Playboy Mx