Figura primordial del quehacer cultural mexicano e importante colaborador de esta revista, José de la Colina falleció el 4 de noviembre a la edad de 85 años. Colina fue un apasionado del cine y de la literatura, un lector voraz y, sobre todo, un escritor que nunca olvidó el juego ni la malicia de su quehacer. En 1955 publicó su primer libro, Cuentos para vencer la muerte, al que le siguieron casi una docena de libros de ensayo y cuento. En 1984 recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural y en 2013 recibió el Xavier Villaurrutia por el ensayo De libertades fantasmas o de la literatura como juego. Como parte de sus labores editoriales, fue secretario de redacción de Plural, en un par de números, y Vuelta.
A manera de homenaje a su vocación crítica y humorística, recopilamos algunos artículos que publicó en Vuelta y Letras Libres.
De la Colina supo usar los variados recursos del humor para hacer críticas despiadadas. En nuestras páginas comentó, mordaz, las noticias culturales de México. Así, en marzo de 1992, escribió acerca del Caballito de Sebastián: “Todavía no sé si me gusta o me disgusta, pero sí que lo siento, por lo pronto, como una mera cosa […] poco sociable con el entorno y con los ciudadanos. Y mientras me digo que habrá que darle tiempo, dejarlo familiarizarse con nosotros no logro evocarlo hacia mi futuro”. Veintitrés años después, en 2015, tan escéptico de la solemnidad como lo fue siempre, evitaba hablar de la exposición de Leonardo da Vinci en el Palacio de Bellas Artes, para admitir que la Mona Lisa no le parecía ni “tan bella ni tan sensual”, aunque finalmente se desdijera al topársela de frente en el Louvre. Así, De la Colina aportaba su erudición y sus lecturas para darle sentido a las rutinas del “mundito artístico” mexicano.
Como buen crítico, supo reconocer y respaldar el talento de José Luis Cuevas, quien ya componía por medio de su obra “una tenebrosa comedia humana de rostros lancinantes, de cuerpos de delirio, de miradas flotantes en un tranquilo clima de espanto”, escribió en 1979 para un libro colectivo que “hasta donde sé, nunca fue impreso”. Por esos años quiso también rescatar a Ramón Gómez de la Serna del injusto olvido al que lo condenaban las tendencias editoriales y literarias de moda, de quien habló en varios textos.
Pero no solo comentó las artes. También sentó a la política en el banquillo de los acusados. Recordó que los Aliados, tras derrocar a Hitler y su régimen nazi, no hicieron lo mismo con Franco. Aún niño, pero desde entonces exiliado, escuchó de sus compatriotas en México este certero reproche: “Otra cabrona vez los hijos de puta dizque demócratas nos tratan a los españoles como a seres indignos de la libertad.” Ya de adulto se preguntó por esa “melancólica tradición intelectual de firmar textos de protesta o solidaridad, de oponer la débil fuerza de las firmas a las que Saint-Just, creo, llamaba ‘la fuerza de las cosas’ mientras accionaba la guillotina”.
Como cuentista, de la Colina fue un atento observador de los mecanismos que hacían que una narración se convirtiera en algo extraordinario. De acuerdo con él, la sucesión de hechos debía arreglarse “en un destino, lo mismo si el destino se cumple en un año que en un día, o en una hora, o en el tiempo de un parpadeo”.
Hablar del escritor sin recordar su vocación cinéfila sería rendirle un tributo incompleto. De la Colina se volvió un amante del cine en la adolescencia, cuando anotaba en una libreta los títulos de las películas que deseaba ver y cuyos argumentos imaginaba antes de dormir. Más tarde, escribió varias críticas y profundizó en la relación entre el cine y la vida. En 2013 sentenció: “El cine es la verdadera máquina del tiempo, es una inmortalizadora de todo lo que vive y habrá de morir”.
La gracia con que vivía la vida quedó plasmada en las conversaciones que sostuvo con escritores. Para prueba la entrevista que en 2004 le concedió a Fernando García Ramírez, donde además de hablar de su trayectoria recordó los juegos literarios de los que era aficionado. “Quizá la vida sea profunda, quizá la literatura deba también hablar de ello como de tantas cosas, y en realidad grandes escritores lo hacen, pero los mejores son los que no se ocupan de ‘lo profundo’, o lo tratan con gracia, que es uno de los modos de combatirlo”.
Diez años después, en 2014, Ana García Bergua escribió un perfil sobre él, donde recordó su amor por las palabras y su mirada lúcida para transformar cualquier cosa en literatura. “Si la literatura mexicana fuera una película y hubiera que hacer un casting, yo pienso que quizá Pepe sería el muchacho que recorre a caballo el desierto y las praderas, infatigable en sus hallazgos y sus mensajes, una especie de perpetuo comunicador, a la vez que un buscador de tesoros, sin el cual la película se desmoronaría”.
De la Colina opuso la fechoría del juego y la broma a los modales acartonados, la imaginación voluble a la solemnidad monótona, y así fue, para México, uno de los maestros de la burla crítica.