Contrario a lo que se ve en temarios escolares y universitarios, librerías y premios literarios, hay centenas de escritoras mexicanas de gran talento y abundante producción. Sin embargo, tanto las que producen en México como en el extranjero aún luchan por dar a conocer su obra y por romper las barreras de una actividad que siempre ha estado dominada por los hombres. Sus temáticas enriquecen la conversación, como en el caso de las homomaternidades, abordadas en Rhyme & reason (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2008) de Criseida Santos Guevara; el incesto, en El lenguaje de las orquídeas (Tusquets, 2007) de Adriana González Mateos; los mitos sobre lo femenino en El cuerpo incorrupto (Instituto Coahuilense de Cultura, La Fragua, 2007) de Marina Herrera; del género y la identidad en La cresta de Ilión (Tusquets, 2002) de Cristina Rivera Garza, o la infancia y la migración en Los niños perdidos (Sexto Piso, 2016) de Valeria Luiselli. Leerlas y encontrarles espacios para que sean escuchadas es fundamental, pues su visión del mundo y sus experiencias no son las mismas que las de los hombres. No hacerlo supone desoír a un importante segmento de la población.
La encuesta realizada en 2016 por el Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas (PEMC) y aplicada a más de doscientos estudiantes universitarios de diversas carreras, docentes y comercializadores ilustra este problema. Una gran cantidad de alumnos dijo recordar solamente los nombres de Rosario Castellanos y Elena Poniatowska. ¿Cómo habría de ser de otro modo si en la misma encuesta el 41.9% de los profesores universitarios entrevistados confesó no incluir a escritoras mexicanas en sus temarios? Una revisión a los registros de tesis de maestría y doctorado en literatura expone otro ángulo del problema; como el de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, donde de 2004 a 2013 solo hubo trabajos sobre Amparo Dávila, Rosario Castellanos y Concha Urquiza. Al buscar la palabra “escritora”, el catálogo en línea de tesis de la UNAM arroja investigaciones sobre Elena Poniatowska, Amparo Dávila y algunas escritoras del siglo XIX. Estos datos indican un problema que debe resolverse: son innegables la calidad y la abundancia del trabajo de muchas escritoras mexicanas, pero siguen siendo invisibles a nivel nacional e internacional. En el caso de las escritoras del interior del país, se suma lo que llamo el “mal de la provincia”, que limita sus posibilidades de ser leídas más allá de su ámbito local.
Un cambio radical en la perspectiva de la crítica contemporánea, como el que está ocurriendo, podría contrarrestar esta falta de visibilidad. Ya no se trata de quedarse solo en el estudio hermenéutico, filológico o ecdótico de las obras, sino de insertarse en la conversación de una manera más productiva, recuperando nombres, identificando temáticas y posibles redes, en pocas palabras: visibilizando. Un ejemplo de ello es el libro que coordiné, Romper con la palabra. Violencia y género en la obra de escritoras mexicanas contemporáneas (Ediciones Eón, 2017): incluye cinco artículos críticos sobre poetas, ensayistas y cuentistas, además de la lista “+100 escritoras mexicanas contemporáneas” que nombra a ciento sesenta escritoras nacidas entre 1950 y 1999. En ella predominan las narradoras, ensayistas, poetas y dramaturgas frente a un gran vacío de periodistas y cineastas. En cuanto a la comercialización de sus obras, el estudio –también publicado en este título– indica que el 42.9% de los libros vendidos en librerías son novelas y el 57.1% pertenecen al género del ensayo. Acerca de su difusión, es relevante destacar que, de los seiscientos diecinueve libros presentados en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2017, hubo una gran cantidad de novelas y ensayos escritos por mujeres, pero menos de diez poemarios.
Entre 2017 y lo que va del 2018, para acercarse al interior del país y abrir la discusión sobre el tema, el PEMC hizo un recorrido por quince ciudades del país en catorce estados, a las que próximamente se sumará Madrid. Esto ha permitido descubrir una importante producción de poesía y drama, así como diversos proyectos de difusión a nivel nacional, como “Mujer: escribir cambia tu vida” de Ethel Krauze, auspiciado por la Secretaría de Cultura de Morelos, que ya se ha extendido a Guerrero y a otros estados del país y el extranjero. En sus talleres se reúnen cientos de mujeres para leer a escritoras, escuchar sus ponencias y aprender estrategias de escritura en lo que Krauze ha denominado “círculos”, que incorporan la estrategia de los “autobiografemas” para guiarlas en la escritura de su historia personal. El modelo ha llegado a casi treinta mil mujeres y ha conseguido la publicación de algunos volúmenes colectivos. Otro proyecto es la plataforma digital “EscritorasMx”, dirigida por Cristina Liceaga en la Ciudad de México, que concentra biografías de escritoras de todos los tiempos y promueve concursos, talleres y foros. Un ejemplo más es el primer podcast de difusión de escritoras contemporáneas “Hablemos Escritoras”, que tiene como fin visibilizarlas a nivel internacional por medio de la plataforma SoundCloud.
Ya no se puede poner en duda el valor universal de la obra de las escritoras mexicanas contemporáneas. Convocarlas para que participen en diferentes espacios; publicar sus obras; incluirlas en premios, planes escolares y universitarios; ayudarlas a cruzar fronteras geográficas y ponerlas en diálogo debe ser el compromiso de quienes crean, publican, difunden y leen. Solo así podrá romperse una inercia que ha dejado a muchas de ellas fuera de la conversación, arrebatándoles a los lectores la posibilidad de entender su visión del mundo y apreciar su arte. ~
es doctora en literatura y culturas ibero y latinoamericanas por la Universidad de Texas en Austin. Es colaboradora del proyecto digital Hablemos, escritoras.