El sueño todo, en fin, lo poseía;
Todo, en fin, el silencio lo ocupaba.
“Primero Sueño”, Sor Juana Inés de la Cruz
Hace meses frecuento “Primero sueño” de Sor Juana Inés de la Cruz. En el epígrafe cito dos líneas de esta obra donde el sueño, como metáfora poética, simboliza el empeño de conocer y comprender el mundo en su compleja y múltiple diversidad. La reflexión sobre estos versos, en múltiples desvelos, me llevó a tender puentes de conexión con el quehacer de Ana Lara, una maravillosa compositora mexicana. En esta alusión al sueño como el afán de saber percibo la proximidad entre estas artistas, alejadas por la distancia de siglos, pero aunadas en el infinito viaje espiritual hacia el conocimiento.
Palabras como vigilia, silencio, tiempo, vuelo y misterio ‒expresadas de manera simbólica en la poesía de Sor Juana. y en las obras musicales de Lara‒ son llaves en esta analogía donde el cuerpo duerme pero el alma está despierta y alcanza la libertad creativa, hecha de flexibilidad y rigor. A menudo se piensa que la invención logra la ansiada liberación por sí misma, sin una sólida base que la respalde, pero en realidad ocurre lo contrario. La invención por la invención no sustenta nada.
Conocí personalmente a Lara en las exequias del compositor Mario Lavista, el 4 de noviembre del año 2021, dicho sea de paso, uno de los días más tristes de mi vida. Con anterioridad, durante los años de la pandemia, había escuchado sobre ella por personas cercanas. Luego, mantuvimos fugaces contactos a través de mensajes por proyectos que no llegaron a materializarse en ese momento. Coincidimos en un lugar donde la aflicción y la pérdida imperaban. Fue a partir de ese encuentro que su historia de vida en la música comenzó a serme palpable y cercana.
De padres originarios de Yucatán y nacida en la Ciudad de México en 1959, Lara proviene de una numerosa familia donde se aprecia una sensibilidad, reflexión y entrega al arte. Sin embargo, el azar determinó su inclinación por la música: de manera inesperada entró un piano a su casa cuando ella tenía 7 años. “El instrumento lo compró mi padre a un empresario amigo que viajaba a los Estados Unidos y por eso decidió venderlo. Yo me lo adueñé, decidí que el piano era mío por encima de todos mis hermanos. Sabía que me iba a dedicar a la música, pero no sabía cómo”, dice la propia Lara en una conversación.
Su viaje musical comenzó con el estudio de este instrumento, descubriendo obras populares como el primer concierto para piano de Tchaikovsky. Al ingresar al Conservatorio Nacional de Música, sin tomar la decisión consciente de convertirse en compositora, se encontró con maestros como Daniel Catán y Mario Lavista, quienes le brindaron la posibilidad de escuchar, apreciar y comprender la música en toda su expresividad y poesía sonora. Con posterioridad continuó su formación con Federico Ibarra en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical (CENIDIM).
Tiempo después, entre 1986 y 1989, gracias a una beca otorgada por el gobierno polaco, estudió composición en la Academia Superior de Música de Varsovia, rodeada de un nivel docente de excelencia e imbuyéndose de la obra de reconocidos compositores de vanguardia como Zbigniew Rudziński, Wlodzimierz Kotoński y Witold Lutowslaski. Pese a la rica aura musical, intelectual y artística de esa ciudad, dice Lara, “la dura subsistencia diaria, a la que no estaba habituada, cambió mi vida radicalmente, me transformó y marcó para siempre”. El contraste de sus vivencias espirituales y materiales en un régimen represivo, desmoronado económicamente y donde se trabajaba con muy pocos recursos, fue un choque en su percepción y conocimiento del mundo.
A su regreso a México, se sucedieron diversos trabajos vinculados con la creación y divulgación. Desde encargos de obras, hasta la realización de su programa Hacia una nueva música en Radio UNAM, uno de los primeros en difundir la multiplicidad del lenguaje musical y el trabajo de los compositores e intérpretes mexicanos y latinoamericanos. Con el mismo empeño fundó y dirigió el Festival Internacional de Música y Escena en 1998, cuyas trece ediciones revelaron un mundo casi desconocido al público mexicano. Y aunque, lamentablemente, la última tuvo lugar en 2011, significó un parteaguas en la cultura del país, generando proyectos nacionales e internacionales de diversa índole, donde las luces, el movimiento y el sonido convergían.
Tres palabras vienen a mi mente cuando escucho la música de Ana Lara: memoria, entendimiento y voluntad. Capacidades que representan la perseverancia en escribir, experimentar y trabajar contra las corrientes establecidas y a favor de la música. La búsqueda incansable en su lenguaje es profunda e infinita. Ella dialoga en su sueño con las construcciones magistrales de las obras de Bach, el pianismo poético de Chopin y las coloridas atmósferas de ensueño de Debussy. También visita la dramaturgia musical de Berlioz y las complejas armonías de Mahler en su exuberante orquesta, por solo mencionar algunos de sus andares preferidos.
La relación con otras artes, así como la colaboración con intérpretes, escritores y artistas visuales también forman parte de su viaje musical. En cada nueva obra, Lara rebasa sus propios límites, hace una nueva construcción cognitiva en la que explora, selecciona y articula los diferentes lenguajes y técnicas que aún no ha utilizado. Como ella misma dijo en una entrevista hace algún tiempo, “encontrar nuevas maneras de decir las cosas es lo que hace que quiera seguir escribiendo música”.
Así como en el sueño de Sor Juana en el que es dramatismo tanto el decir como el callar, en la poética musical de Lara el misterio del silencio o el sueño está en la indagación más allá de los sentidos. Esto se insinúa en los sorpresivos efectos que resultan en sus obras de la investigación y experimentación, en la mezcla de las texturas y densidades de la música, en la explotación de la diversidad de los posibles colores y timbres del sonido, los armónicos y microtonos.
Tengo la fortuna de poder disfrutar de sus piezas no solo como espectadora, sino también como intérprete. Me ha impactado su Ángeles de llama y hielo ‒una de las más tocadas a nivel mundial‒, concebida entre 1993 y 1994 por encargo de la Orquesta Sinfónica Nacional de México, dirigida en ese entonces por Enrique Arturo Diemecke. La obra está basada en los poemas de Francisco Serrano, y en ella los ángeles que refieren cuatro momentos del día se distinguen por un color orquestal propio. En el “Ángel de las tinieblas” abren el discurso los metales más graves, con sonidos largos y pedales, apoyados dramáticamente por los tímpanis. A continuación, el “Ángel del alba” se inicia con las cuerdas y concluye con el concurso de toda la orquesta refiriendo la plenitud del amanecer. Con una compleja textura de vientos maderas comienza el “Ángel de luz”, una disposición a la que se suma el resto de las secciones orquestales para dar paso al “Ángel del ocaso”. En esta última parte, tras rápidos pasajes ejecutados por los violines y las violas, y la remembranza en retroverso de los timbres empleados en las partes anteriores, se vuelve a la sombra con la fuerza de la percusión. En este trayecto, la hermosa construcción de la música explora los timbres y registros de los instrumentos, un recurso que facilita la comprensión de la narrativa.
No es posible pasar por alto los susurros y la expresividad de los timbres y sonidos en Y los oros la luz, escrita en 2008 para quinteto Pierrot (flauta, clarinete, violín, violonchelo y piano), inspirada en el poema 41 de la serie No de la uruguaya Idea Vilariño. Tampoco el misterio y la incertidumbre de Cuando caiga el silencio ‒comisionada y estrenada por la BBC Symphony Orchestra en 2018‒ con sus metáforas poético-musicales del silencio, y también del sueño y el despertar, configuradas con la mezcla de timbres, armonías, sonidos y silbidos de ensueño y alucinantes.
En el sueño de Sor Juana y en el de Lara, el alma es la protagonista. Dormir y soñar son también alegorías del limitado entendimiento humano, condición que no es un fracaso, sino una victoria donde el esfuerzo es la clave. El intento de encontrar, conocer, comprender y revelar es lo fundamental. Esto es lo que representa Ana Lara: una vida tras un sueño, donde el alma está despierta en la noche y busca siempre el conocimiento pleno. Es la quimera de alcanzar lo inalcanzable. Un mundo de sonidos que evocan la dualidad material y espiritual. Cuando el sol sale, la luz arriba y uno despierta, puede parecer que ha sido vencida, pero la victoria radica precisamente en ese intento, ese reconocimiento íntimo, ese derecho, pero sobre todo, en esa belleza. ~
Ana Gabriela Fernández (Cuba-México) es pianista. Graduada de maestría y doctorado con mención honorífica en la UNAM. Ha obtenido diversos premios en certámenes nacionales e internacionales. Ha realizado numerosos recitales y conciertos en Cuba, Estados Unidos, Canadá y México.
Ha sido becaria del Belgais Center for Arts con Maria Joao Pires, en Castellón Branco, Portugal y de la OAcademy (2022), con la pianista venezolana Gabriela Montero. Funge como coordinadora institucional del sitio Zona Paz y es candidata al posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.