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La muerte de Marciano Cantero, el pasado 8 de septiembre, fue una sorpresa. El vocalista de los Enanitos Verdes era aún joven –dos semanas antes había cumplido 62 años– y no había trascendido que sufriera enfermedad alguna. Pero a muchos también los sorprendió el hecho de que Cantero estuviera en su Mendoza natal, en Argentina, y no en México, país que había adoptado casi como propio.
Y es que, para la mayoría de los argentinos, los Enanitos Verdes representan los años 80 y principios de los 90. Después, su rastro se fue perdiendo, en una especie de efecto Mandela. Si un mes antes se hubiera realizado una encuesta en Argentina acerca de si la banda seguía existiendo o se había separado muchos años atrás, es probable que esta última opción se hubiese impuesto por bastante diferencia.
Desde el exitoso programa de televisión que conduce en Buenos Aires los domingos al mediodía, el también músico Jey Mammón le pidió un “perdón” póstumo a Cantero, por el hecho de que en su propio país no haya tenido un reconocimiento tan grande como el que obtuvo fronteras afuera. Como afirmó Mammón, “los Enanitos Verdes son la banda sonora de muchísimos argentinos”. Pero los no argentinos para quienes las canciones de esa banda constituyen el soundtrack de su vida son muchos más.
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Los Enanitos Verdes son quizás el ejemplo más paradigmático de un fenómeno particular: las bandas argentinas “de exportación”, aquellas que tienen tanto o más éxito en el extranjero que en su país de origen. Embajadores musicales cuyas creaciones encontraron su lugar en el mundo en otras latitudes, sobre todo en el resto de América Latina, aprovechando la lengua compartida en casi todo el subcontinente, desde Tierra del Fuego hasta el Río Bravo (e incluso más allá).
Para encontrar los orígenes de esa “legión”, hay que remontarse a la década de 1980. Mientras la Argentina se lamía las heridas causadas por la última dictadura cívico-militar, una gran cantidad de nuevas bandas y jóvenes artistas de rock nacional aparecían en escena: Los Abuelos de la Nada, Virus, Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Los Twist, Fito Páez, Andrés Calamaro, Juan Carlos Baglietto y otros se sumaban a quienes ya tenían una trayectoria, como Charly García, Luis Alberto Spinetta y Pappo, por nombrar solo a algunos.
Al hablar de la proyección del rock argentino en otros países, no obstante, es indudable cuál fue la banda clave: Soda Stereo. El trío compuesto por Gustavo Cerati, Charly Alberti y Zeta Bosio lanzó en noviembre de 1986 el disco Signos, y a lo largo de los catorce meses siguientes lo presentó en una maratónica gira que incluyó un centenar de conciertos en once países (Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Costa Rica y México). La gira Signos fue el comienzo de la conquista de América por parte de Soda Stereo en general y Cerati en particular; y también abrió el camino y marcó el rumbo para innumerables otras bandas que vendrían detrás.
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Pero la gira Signos no fue lo único. También en 1986 nació “Rock en tu idioma”, una campaña impulsada por la discográfica BMG Ariola (hoy Sony Music) para difundir bandas y artistas de Argentina, España y México. Fue en este último país donde sus efectos fueron más notorios: los discos recopilatorios y la señal radiofónica Rock 101 hicieron que, durante la segunda mitad de los años ochenta, toda una oleada de nueva música llegara hasta el público mexicano.
Una de las figuras más emblemáticas del “Rock en tu idioma” fue Miguel Mateos. Después de vender en Argentina –con su banda ZAS– más de 500,000 copias de su álbum Rockas vivas, de 1985, su éxito se esparció por el resto del continente. Pero fue también unos de los primeros en este género en experimentar aquello de no ser profeta en su tierra. O al menos, dejar de serlo. Antes del final de aquella década decidió radicarse en Estados Unidos, en busca de nuevos desafíos profesionales, pero esa ausencia lo llevó a perder un espacio en la escena argentina que nunca logró recuperar.
Y fue entonces cuando los Enanitos Verdes, entre tantos otros, aprovecharon el envión. Durante la segunda mitad de esos mismos años ochenta, la banda –cuyo nombre surgió a partir de la supuesta aparición de un alienígena en una foto familiar y de Marciano, el apodo de Cantero– lanzó hits como “La muralla verde”, “Por el resto de tus días” y “Te vi en un tren”. Otros siguieron en los noventa: “Igual que ayer”, “Amigos” y, por supuesto, “Lamento boliviano”.
“Lamento boliviano” se convirtió en un verdadero himno, uno de esos clásicos inoxidables que cada cierto tiempo reaparecen y se reversionan y calan hondo en las nuevas generaciones. Un dato no tan conocido es que no se trata de un tema original de los Enanitos, sino de otra banda mendocina, llamada Alcohol Etílico, que lo incluyó en su disco Envasado en origen, de 1986. Es la canción argentina más reproducida en Spotify: los usuarios le han dado al play más de 360 millones de veces.
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Otros acontecimientos contribuyeron ya no solo con el éxito del rock argentino fuera de su país, sino también con la llegada de muchos artistas latinoamericanos a países que no eran los suyos de origen. Uno de ellos fue el Festival de Viña del Mar, que tuvo su época dorada en los años 80 y principios de los 90. En esa última década del siglo pasado llegó también MTV Latinoamérica, la señal regional de la cadena de música por televisión más grande de Estados Unidos.
Este canal terminó de afianzar el llamado rock latino y la circulación de la música por todo el subcontinente. Una de las marcas de identidad de MTV en esos tiempos fueron los recitales unplugged, “desenchufados”, muchos de los cuales se editaron como discos con gran éxito comercial. En la versión original –en inglés– de esos conciertos acústicos se destacaron bandas como The Cure, Pearl Jam, Nirvana y Oasis. En su versión latina, el primer show fue el de Los Fabulosos Cadillacs, en 1994. También pasaron por allí Soda Stereo y Charly García.
A partir de entonces, muchas bandas aprovecharon el surco abierto por sus antecesoras para llegar bien lejos con su música y, muchas veces, parafraseando el Martín Fierro, ser toros en su rodeo y torazos en rodeo ajeno. Algunos ejemplos: Los Pericos, Illya Kuryaki & The Valderramas, G.I.T., Babasónicos, Rata Blanca, Vilma Palma e Vampiros, Los Auténticos Decadentes, La Mosca, Bersuit Vergarabat, Catupecu Machu, Miranda, Attaque 77, Los Caligaris, Kapanga, 2 Minutos y siguen las firmas…
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¿Cómo se compone un súper éxito, una de esas canciones que luego suenan tanto que terminan formando parte –a veces aunque no nos gusten tanto– de la banda sonora de nuestras vidas? ¿Se puede prever que un tema gustará, y no solo en el ámbito propio sino también en muchos otros países, en lugares donde uno no ha estado nunca, de los que no sabe ni siquiera sus nombres?
Aunque las máquinas y los algoritmos están cada vez más cerca de hallar la respuesta a esas preguntas, la cuestión sigue siendo un misterio. Sin duda, los Enanitos Verdes no habrán imaginado el alcance que tendría su versión de “Lamento boliviano”. Mucho menos sus compositores, Raúl Federico Gómez y Natalio Faingold, habrán sospechado que, casi cuatro décadas más tarde, esa canción en apariencia simple y sin mayores pretensiones sería la más escuchada de la música argentina.
Los tiempos han cambiado. Ahora los discos físicos ya casi no existen y la música circula por vías muy diferentes a las de los años ochenta y noventa, cuando el rock argentino y el latino forjaron sus más grandes creaciones. Más aún: el rock (esa enorme amalgama de ritmos que van desde el rocanrol clásico hasta el más edulcorado pop, pasando por diversas categorizaciones como punk, metal, alternativo, progresivo, grunge, psicodélico o barrial y sus acercamientos y fusiones con el blues, el funk, el jazz, el ska y quién sabe cuántos otros géneros) parece haber dejado –o estar dejando– de ser lo que fue durante décadas: la principal forma de expresión musical de las juventudes. Habrá que ver si esta transición se confirma y, en tal caso, cómo hacen su propio camino los géneros nuevos.
Pero las canciones siguen haciendo su propio camino, nos guste(n) o no. Siempre nos podrá pasar que, mientras paseamos por cualquier rincón del continente o del mundo, nos salgan al paso y nos sorprendan unos acordes, una melodía o una voz que formen parte de la banda sonora de nuestra vida. Podremos encontrar muchas razones y explicaciones acerca de cómo esa música llegó hasta ahí. Sin embargo, en un sentido, esos episodios siempre guardarán algo de misterio.
(Buenos Aires, 1978) es periodista y escritor. En 2018 publicó la novela ‘El lugar de lo vivido’ (Malisia, La Plata) y ‘Contra la arrogancia de los que leen’ (Trama, Madrid), una antología de artículos sobre el libro y la lectura aparecidos originalmente en Letras Libres.