ADN y MTV

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Un pequeño paso para la humanidad, un gran salto para la televisión y allí estaba —el 1o de agosto de hace veinte años— ese juguetón astronauta saltando en la ingravidez de las pantallas y clavando sobre la superficie virgen del concepto una colorida bandera con la sigla de MTV. Una M grande y mayúscula y las T y V como graffiti eléctrico en la pata derecha de la M: Music Television. Hágase la luz. Y el sonido. Y aquí estamos dos décadas después, colonizados y lunáticos, repitiendo sin cesar, como en el más lobotomizado de los mantras, aquello de aquella canción de Dire Straits: “I want… I want my… I want my MTV.”
     UNO. ¿Y qué es lo que decimos cuando decimos que queremos nuestra MTV? Queremos la placidez sin complicaciones de un canal-muzak. Música para elevadores milenaristas que no se mueven y —tal vez lo que sea más revolucionario y nocivo de todo— la resignación opiácea a que sean otros quienes ilustren nuestras canciones. Porque hasta el arribo corporativo de MTV, las canciones eran siempre iguales para nuestros oídos pero siempre distintas para nuestras imaginaciones. Eso que nos hacía pensar o decir con mirada soñadora un: “Están tocando nuestra canción.”
     No es casual que el primer videoclip emitido en la historia del canal haya sido aquel “Video Killed the Radio Star” de The Buggles: toda una belicosa declaración de principios, y tampoco es casual —como escribió Diego Manrique— que “el responsable de la implantación de MTV International fue el ex militar William Groedy, graduado de West Point, veterano de Vietnam y antiguo responsable de una base de misiles de la otan”. MTV había llegado para acabar —para invadir— con el pasado convirtiendo al televisor en una radio en colores. MTV funcionó y funciona, entonces, como la universal clonación en serie de ese sentimiento íntimo e intransferible y único que es aquello que determinada melodía provocaba en todos y en cada uno de nosotros. Al “ilustrar” las canciones, MTV nos ofrece aceptar una cómoda versión oficial del asunto. De hecho, en muchos casos, primero vemos la canción y recién entonces salimos a comprar el compact-disc. Y entonces también, en muchas ocasiones, descubrimos que la versión sónica nos parece desnuda, mustia, peor que la versión visual. Y entonces apagamos el equipo de sonido y —esa es siempre la idea— encendemos el televisor. Y nos sentamos a esperar por minutos y por horas a que pasen esa canción que nos gustó tanto mirar y tan poco oír (MTV jamás avisa cuándo emitirá éste o aquel vídeo) mientras pensamos que ser adicto a una droga más o menos dura deber ser más o menos parecido a esto que nos pasa y que no se nos va a pasar nunca.
     DOS. Veinte años de MTV —y quince de su variante europea— y ahora, hoy, nada cuesta pensar a MTV como inequívoco signo de los tiempos. MTV arrancando como humilde canal de cable que no demora en crecer a bestia internacional durante los 80. MTV como signo perfecto de la warholiana fama de quince minutos y, sí, Andy Warhol tuvo programa propio ahí adentro. MTV como la hermana catódica del compact-disc láser donde el concepto de Lado A y Lado B desaparecía. MTV como madrina cariñosa de videomúsicos entre los que se cuentan Michael Jackson y Madonna, U2 y Bruce Springsteen, que en el clip de “Dancing in the Dark”, dirigido por Brian De Palma, aparece bailando en vivo y sobre el escenario con una aparentemente espontánea fan que no es otra que una muy joven Courtney Monica Cox de la serie Friends. MTV —la cámara lenta, el montaje de vértigo, la canción que suplanta al parlamento— influenciando a las películas y generando toda una nueva estética cinematográfica con hits implacables del tipo Fama, Flashdance, Top Gun, Coyote Ugly —ya saben: esas cosas—, a la vez que permitiendo la germinación de semillas extrañas como el Spike Jonze que más tarde filmaría Being John Malkovich. (Pensar en MTV como la combinación de bebidas nobles —las venerables y eternamente vanguardistas A Hard Day’s Night y Help! de Richard Lester con los Beatles y la tensión verité del Don’t Look Back de D. A. Pennebaker— en una coctelera sucia y barata como la de la instantáneamente vetusta The Wall de Pink Floyd filmada por Alan Parker.) MTV como evangelista del short attention span (lo breve, si breve…) y pecadora del zapping. MTV como madre irresponsable del oficio de v.j. o video-jockey y todos esos chicos y chicas casi zombis que vaya uno a saber a qué se dedicarán cuando se les acaben el contrato y la juventud y pierdan el control remoto de sus vidas. Problema de ellos.
     Y lo más importante de todo: MTV como impiadosa modificadora de las leyes del mercado y del marketing de la música pop haciendo llegar la música a donde jamás había llegado y obligando a bandas y a solistas a convertirse en pésimos actores de sí mismos, porque si no tienes un videoclip no tienes nada y no eres nadie; y, si se lo piensa un poco, es perfectamente comprensible que lo primero que arroje un rocker alucinado por la habitación de su cuarto de hotel sea, sí, el maldito y jodido televisor.
     TRES. Lo que no quiere decir —no es mi intención en estas páginas— que MTV sea algo malo y obra del demonio, que uno la pase mal viendo MTV o que la exposición prolongada a MTV provoque un derrame cerebral. MTV ha generado ideas interesantes —el formato unplugged, las imaginativas animaciones para sus separadores realizadas por George Plympton & Co.— e ideas monstruosas como The Real World —antecedente directo y teen de Gran Hermano—, la tontería apareadora de Dismissed, la adicción al blooper de Jackass y esa variante roquera de Married with Children que es el show The Osbournes. También, claro, MTV supo ser pieza fundamental del triunfo de Bill Clinton promoviendo campañas para inspirar el voto joven, MTV se implicó en buenas causas, y MTV ha emitido —entre tanta hojarasca— clips que ya son parte de nuestra vida pop. Pensar en el videoclip como en ese animal que se obtiene cruzando una película con un anuncio publicitario y —otra vez Warhol sonriendo desde donde esté ahora— se han obtenido verdaderas obras maestras que van del anárquico “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana a la épica intimista del “Yellow” de Coldplay, pasando por los retroclips con material de archivo “Free Like a Bird” de los Beatles o “Series of Dreams” de Bob Dylan hasta llegar a los experimentos de los Talking Heads y David Bowie y Peter Gabriel, a quienes les han bastado unos pocos minutos para conseguir momentos tan perdurables como ciertos aeropuertos de Casablanca o ciertas cloacas de Viena o ciertos incendios de Atlanta.
     Sí, MTV también ha sabido generar clásicos instantáneos y —como suele ocurrir— sórdidas basuras y peinados reprochables que finalmente acaban siendo barridos por los vientos eléctricos de los trasnoches cuando resucitan, como muertos vivientes, esos clips que ya habíamos olvidado, que jamás pensamos volver a ver.
     CUATRO. Al principio MTV —como todo— era más salvaje, imprevisible, trasgresora y sorprendente. Ahora, hoy, es un buen negocio y está obligada a respetar las listas de ventas, porque buena parte de lo que se vende depende de los favores y favoritismos del canal. Ahora MTV es PODER y —como su hermana “seria”, la CNN— 24 horas sin interrupciones. Ahora MTV es parte inseparable de la Aldea Global de McLuhan, llega a 340 millones de hogares, hay treinta diferentes MTV en el mundo, en 17 idiomas, todas atendiendo las diferencias culturales y legislativas de cada uno de los 140 países que reciben su señal mientras compiten sin gran esfuerzo contra clones como VH1 y Much Music, poca cosa. Parte inevitable de nuestro adn catódico, MTV ha llegado para quedarse —al menos hasta que aparezca algo que mate a la videostar— como ese gen capaz de provocar amor y odio y cansancio y alegría y una entrega a regañadientes. Difícil resistirse a ella, porque cambiar de canal y buscarla y encontrarla es un poco como jugar a esas máquinas tragaperras: la mayoría de las veces se pierde pero, de golpe, ahí está, sorpresa, el fantasma de John Lennon cantando “Imagine”. Y ahí nos quedamos, imaginando que no hay MTV y que algún día el mundo y la televisión serán como nosotros. ¿Cómo es que éramos?
     CINCO. Una coda personal: una de las recientes y bíblicas tormentas que cayeron sobre Barcelona averió mi antena de cable e, incluso luego del service pertinente, el único canal que no puedo ver en mi televisor es MTV. ¿Justicia poética? ¿Furia divina? En cualquier caso, el otro día me compré Up, el nuevo compacto de Peter Gabriel. No he visto su video promocional. No me preocupa demasiado. Puedo imaginármelo a la perfección, como hace mucho tiempo, como cuando la televisión era en blanco y negro y —adentro de los estudios de mi cabeza— la música era en colores y las canciones eran siempre diferentes cada vez que las veía con mis oídos bien abiertos. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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