La actitud de Denny Laine acusó siempre un dejo de melancolía, incluso en sus días alciónidos. Basta ver las interpretaciones televisivas de sus tempranos éxitos como cantante y guitarrista principal de The Moody Blues, el rotundo “Go now!” –número uno en Gran Bretaña y décimo en E.U.– y su blusero cortejo “Lose your money” –cara b del subrepticio primer sencillo, “Steal your heart away”–, así como “Bye Bye Bird”, para atestiguar la mirada triste que demanda esa necesidad de compañía y de aprobación, tan frecuente, al menos antaño, en los destinados al estrellato. El quinteto fue parte del elenco de la emisión de fin de año de Top of the Pops, el popular programa de éxitos nacido ese 1964. Al inicio de su actuación, Laine gira el rostro hacia la cámara mientras pronuncia “We’ve already said…”, y entonces calla para permitir la entrada del piano desgranando los primeros acordes de la canción de Larry Banks y Milton Bennett, tras lo cual completa el verso… “Goodbye”. Durante la interpretación, se balancea acompasadamente, mirando al vacío por momentos, sin apenas mover los pies, ni dejar de pulsar su guitarra Rickenbacker –muy parecida a la que tocaba John Lennon con The Beatles–, cuyo cuello solía sostener casi verticalmente.
Para promover “Go Now!” en televisión, su mánager Alex Wharton filmó un corto. Grabado en blanco y negro, consiste, principalmente, en planos medios del conjunto, con un curioso punto de fuga, y en acercamientos al vocalista, quien, en primer plano, entrecierra los ojos mientras se mece al compás de la melodía. Acentuada la dimensión dramática por la expresionista iluminación, las caras de Ray Thomas, Mike Pinder, Graeme Edge, Clint Warwick y la de Laine resaltan sobre un fondo oscuro. Presuntamente el primero de la era del rock, el video es un Jano visual: refleja una influencia del pasado, el estilo de Robert Freeman en la foto de portada de With the Beatles, y proyecta sus sombras hacia la década siguiente: a la concepción del video de “Bohemian Rhapsody” de Queen.
Como si esa escenografía hubiera impuesto su paleta a la vida de Laine, tras el intempestivo éxito –el cual no pudieron refrendar los sucesivos sencillos de la banda– esta comenzó a zozobrar en esas tinieblas voraces. En una de sus últimas entrevistas, concedida a Billboard en mayo de 2023, el atribulado músico admitió que aun cuando en Wings siempre permaneció en las sombras, opacado por la gran fama de Paul McCartney, fue algo que no le molestó pues “me encontraba conociendo el mundo, aprendiendo un montón y divirtiéndome de muchas formas”.
Pese a estas declaraciones, que corroboran el carácter afable que le granjeó tantas simpatías, al evocar la trayectoria y legado de Denny Laine queda un regusto agridulce. Dueño de una voz con una buena tesitura, que le permitía modular arrebatadas melodías o mascullar cánticos de blues, mereció tener una carrera como cantante. El propio Paul reconoció esa virtud, de ahí que lo instara a asumir la voz principal en algunas piezas de Wings, y en sus conciertos tuvieran cabida los únicos éxitos verdaderos de su compañero: “Go Now!” y “Say you don’t mind”. De esa peculiar manera interpretativa –una mezcla de arrebato y a la vez de timidez y contención, como si no se atreviera a soltarse, influencia acaso del manierismo de los cantantes de rythm and blues y jazz que marcaron su gusto– son testimonios ejemplares la gira Wings Over America y el clip de la segunda canción mencionada, que fue un éxito, pero no con él, sino con Colin Blunstone de The Zombies.
En esa penumbra, desde la que surge la voz de quien en 1965 era uno de los rostros más reconocibles de la invasión británica –sí, al lado de The Beatles y The Herman’s Hermits–, se encuentra también como músico. Aun cuando su muerte agitó el océano siempre proceloso de las redes sociales, lo cierto es que para la mayoría era un desconocido, cuya mayor referencia fue su asociación con Paul durante el periodo de Wings… y poco más.
Ya hemos asentado, sin embargo, su brillante inicio con The Moody Blues. De 1964 a 1966 compuso, en sociedad con Pinder, la mayoría de las canciones del primer álbum del grupo, The Magnificent Moodies (1965). Inconforme con el poco tiempo para escribir el material del siguiente disco, consecuencia de la demandante voracidad de los medios –como se consideraba que el rock sería una moda efímera, era menester exprimir al máximo a las artísticas toronjas mientras aún tuvieran jugo–, decidió emprender su propio camino. Eran los días donde la exploración de todo tipo –geográfica, mental, artística– se encontraba en su apogeo, y este joven hijo de su década se aventuró en varias bandas experimentales: Electric String Band –con su paisano Trevor Burton, exintegrante de The Move– y la Air Force del volcánico e irascible baterista Ginger Baker. De esa época queda testimonio en su video un poco ridículo de “Say you don’t mind”, en el cual, con una apariencia de John Lennon y ataviado sicodélicamente, Denny recicla su gestualidad, entrecerrando los ojos y moviéndose a un compás interior, más que sonoro, como un topo cegado por el sol o un forastero en terreno ignoto.
A despecho de esta inestabilidad, fue un músico competente. Se decantó por la guitarra de acompañamiento, pero eso no impidió que en contadas ocasiones –especialmente en los conciertos más íntimos: todos los de su época posterior a Wings– asumiera improvisados liderazgos en el requinto, e incluso sostuviera breves duelos con el guitarrista líder. De esas exhibiciones hay registro en varios videos donde interpreta canciones de Wings; “No words” y “Let me roll it”, por ejemplo. Por si se necesitaran pruebas de que su talento fue más allá de mantener el ritmo, cabe recordar que Band on the run es un álbum compuesto, sí, por McCartney, pero sostenido en gran medida por las aportaciones en guitarra y bajo de Laine. En una de las mejores piezas del disco, “Nineteen hundred and eighty-five”, es él quien toca la guitarra principal. Reservado y modesto, nunca alardeó de su conocimiento de varios lenguajes musicales: jazz, flamenco, country o folk, además del rock y el blues.
Si como guitarrista fue superior a un mero acompañante, también lo fue con otros instrumentos. De su talento con el piano nos queda su interpretación de “Go now!” en los conciertos de Wings; y de su pericia con la armónica, la ejecución de “Bye Bye Bird” que en junio de 1965 realizó frente a las cámaras de la televisión francesa. En esta versión de una de las mejores composiciones de Willie Dixon y Sonny Boy Williamson –que en Francia resultó un gran éxito– no solo canta sino que interpreta diestra y frenéticamente, demostrando que, a diferencia de sus compañeros de generación –Lennon, Jagger, Daltrey–, dominaba la armónica y sabía extraerle una coloratura propia de los crepúsculos del delta del Misisipi.
Probablemente la mayor ingratitud sea no reconocer a Laine como compositor. No fue prolífico y sus éxitos, si cabe llamarlos así, fueron pocos. Además de componer algunas de las piezas citadas, fue coautor –con McCartney– de varias de las mejores canciones de Wings: “No words”, “Time to hide” –su ejecución en vivo es brillante– y “Deliver your children”, una de esas melodías que uno no comprende por qué no es un clásico. Y claro, de “Mull of Kintyre”, uno de los sencillos más exitosos de su época. Por si fuera poco, aun cuando se le escatime mérito, contribuyó en Band on the run. A la carrera diré que poco antes de su grabación, Wings se había reducido a un trío, con el agravante de que una de las caras del triángulo no era muy versada, así que la confección quedó a cargo del dueto masculino. A menudo, Paul tocó la batería mientras Denny cogía la guitarra, y viceversa. De igual modo fue con las vocales. No ahondaré en tópicos escabrosos, pero a despecho de esa participación y colaboración autoral, durante su estadía en la banda fue un obrero musical, un asalariado igual al resto de sus compañeros, Linda incluida, excepto, claro, el despótico patrón. Por ello, no disfrutó regalías del álbum; y de las ventas de la sentimental “Mull of Kintyre” apenas si obtuvo unos miles de libras. El testimonio más pormenorizado de las pequeñas miserias del gran genio que es McCartney se encuentra en Blackbird de Geoffrey Giuliano, del que he tomado esta información, aunque incluso el más circunspecto Philip Norman no escatima detalles en Paul McCartney, la biografía.
Al recapitular sobre el difícil camino cuesta arriba que Laine tuvo tras abandonar Wings y su vinculación con los McCartney, el arisco biógrafo Giuliano acierta al decir que “todavía se le ve como la mitad de alguien más, lo que contrasta con la imagen del artista completo y autónomo”. Sí, había en torno suyo una atmósfera sombría, un mal fario que no le permitió recibir demasiado sol y lo relegó a la penumbra. Aquejado por frecuentes adversidades relacionadas con el dinero –además de los ya señalados problemas financieros con Wings, nunca recibió regalías por las ventas del cover de “Say you don’t mind” y el mánager de The Moody Blues los timó–, su existencia pareció igualmente acompañada por una siniestra ironía. Su muerte, el pasado 5 de diciembre, no fue la excepción: ocurrió dos días antes de que se cumpliera el cincuentenario de la publicación de Band on the run, lo cual acaso habría podido aportarle un poco de luz a su penuria –vivía aquejado por la enfermedad–. Para escapar al clima lóbrego, él y Elizabeth Mele se habían mudado a Naples, Florida, en 2019. Y en este año, se casaron. Buscando aprovechar la temporada navideña, había vuelto a grabar “I wish it could be Christmas everyday”, el éxito de Wizzard compuesto por Roy Wood, su paisano, exmiembro de The Move y Electric Light Orchestra.
Descanse en paz, Denny Laine, un hombre cuya vida no tuvo suficiente luz.
(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.