Martha Argerich, unos muebles y unos pájaros

El concierto que dieron Martha Argerich y Nelson Goerner se convirtió más bien en un homenaje a cuatro manos a Maurizio Pollini.
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Maurizio Pollini había suspendido por enfermedad su recital de Madrid y finalmente se murió, de modo que el concierto que dieron en su lugar Martha Argerich y Nelson Goerner, que iban a sustituirlo en el Auditorio, se convirtió más bien en un homenaje a cuatro manos. Los dos pianos estaban uno encajado en el otro, y hacían pensar en esas butacas dobles dispuestas en forma de S, que permiten a dos personas sentarse cada una mirando en una orientación opuesta y a la vez perfectamente cómodas para hablar. Por eso se llaman sofá de conversación, o tête à tête, o incluso confidente. Tienen algo de sidecar, algo de clave de Sol y algo de espionaje en el bullicioso hall de un hotel internacional. Leo que cuando tienen tres asientos en lugar de dos ya no se llaman confidente sino indiscreto, que es más o menos lo contrario. Dice la Wikipedia en francés que “el nombre de confidente evoca una conversación discreta entre dos personas. El nombre de indiscreto evoca la escucha que puede ejercer una tercera persona presente en el tercer asiento”, lo cual supone una situación bastante disparatada, ya que cada uno los tres asientos ocupa el mismo espacio de la circunferencia, un 33 %, y en esas condiciones sería insólito que dos personas que están confiándose un secreto no se diesen cuenta de que hay otra persona poniendo la oreja. Aquí el mueble presenta ya un aspecto de trinacria siciliana y la confesión secreta deriva por tanto hacia la omertá.

Los sofás de conversación y los pianos dispuestos de a dos hacen pensar también en esa manera rara de beber champán que tienen los enamorados en las películas y la gente cuando está de broma en la vida: entrelazando los brazos, aunque parece evidente que más amoroso y entregado sería dar de beber al otro de tu copa en lugar de tener la prevención de beber de todos modos de la tuya, con desconfianza a pesar de lo aparatoso de la postura, no vaya a ser que el otro pretenda envenenarte. 

Todo esto que acabo de contar es bastante extramusical y valdría lo mismo si los pianistas hubiesen sido Eduardo Manostijeras y Mike Tyson, pero lo especial del acontecimiento era la presencia de Martha Argerich en Madrid. No estaban todas las localidades ocupadas, pero el público sí que estaba expectante y entusiasmado, y al acabar cada pieza aplaudía con fervor. Ella es un prodigio de energía, y en cuanto empezaba a tocar, en cuanto se lanzaba sobre el piano segura como un pájaro en vuelo descendente, supongo que todos, como me pasaba a mí, nos entregábamos a un fantasear sin esfuerzo, como un vuelo regalado dirigido por su brío asombroso. La segunda parte del concierto, que consistió en las Danzas Sinfónicas op. 45 de Rachmaninoff, pude verla más o menos de frente gracias al ángulo de mi butaca, porque se trata de una pieza para dos pianos y ella se sentaba en el enfrentado, pero durante la primera parte, cuando ella y Goerner interpretaban a cuatro manos en el mismo piano (la Sonata en Re mayor K. 381 de Mozart, la Petite Suite L. 65 de Debussy y Scaramouche op. 165, de Milhaud), lo que más le veía desde mi sitio era la característica melena plateada. Los brillos le iban bailando a medida que Argerich oscilaba siguiendo la música, y los dibujos que iban apareciendo en el pelo representaban fugaz pero claramente caras, animales, paisajes, recordándonos que el mejor arte, cuando es expresivo de verdad, tiene una energía sinestésica de puro evocadora, y nos pone en condiciones de distinguir una melodía en una pintura, una imagen en una secuencia de letras, etcétera. 

Como yo tenía detrás a un célebre crítico musical que iba con unos amigos, procuré aguzar el
oído para ver si aprendía algo objetivo y consistente de sus comentarios, pero claro, estos coincidían con el final de las piezas y con los aplausos, que eran de tal intensidad que me impedían distinguir lo que decían, de modo que no pude aprender nada, tampoco el nombre de las breves piezas que Argerich y Goerner tocaron como bis, aunque al menos me sirve ahora la imagen para atisbar la posibilidad de que en un sofá indiscreto un tercero recién llegado (moi même), por muy cerca que se siente, no alcance a oír con claridad lo que cuchichean los que están en el ajo. De todos modos, al día siguiente la Fundación Scherzo tuvo la amabilidad de enviar un mail con la información sobre las piezas de propina, que fueron Laideronnette, Impératrice des pagodes, de Ravel, y el Bailecito de Carlos Guastavino. El asunto del mail era “Bises Argerich & Goerner”, bises como besos en francés, de modo que la amabilidad parecía ya llegar al cariño personal.

Pensaba escribir unas notas sobre cómo transcurrió el resto de la semana, llena de acontecimientos y sincronicidades, pero los desvíos mobiliarios a los que me he entregado han ocupado casi todo el espacio, así que desde el primer día de la semana, en que asistí al concierto, doy un salto hasta el último, que rematé abriendo el libro de Jennifer Ackerman El ingenio de los pájaros (Ariel), porque puede enlazarse fácilmente con los pianistas, y no solo porque la pieza de Ravel forme parte de la suite Ma Mère l’Oye (Mi madre la Oca). En la introducción se cita una observación de Louis J. Halle en su libro de 1947 Spring in Washington: “Tal intensidad vital [la de los pájaros] agotaría a cualquier hombre en un breve plazo”. A cualquier hombre puede ser, pero no a Martha Argerich, pues esa misma energía es la que transmite aún a sus 83 años. En el libro se cuentan cosas muy interesantes, como el caso de los herrerillos y los carboneros que aprendieron a abrir los cartones de leche depositados en las puertas de los vecinos de Southampton, y encuentro por primera vez el nombre del kagú, “ave de color pálido que se dirige corriendo hacia mí como un espíritu liberado de la tierra, un híbrido entre un pájaro y un fantasma”. Así que llena de curiosidad me pongo un vídeo de unos kagús: simpatiquísimos, con un magnífico penacho móvil, correteando por ahí. Anticipo de la lectura otras apasionantes revelaciones, coincidiendo con el comienzo de la primavera, cuando se oyen muchísimos pájaros por todas partes, aunque me temo que en estas latitudes no me cruzaré con ningún kagú, que no pueden salir de sus islas de Nueva Caledonia, donde viven, porque son unos de los raros pájaros que no vuelan.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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