El anuncio de la muerte de Carlos Alberto Montaner en Madrid ha provocado una gran emoción en el exilio cubano. Y también en las filas de los demócratas desterrados de Venezuela o de Nicaragua, así como de otros países latinoamericanos amenazados por una forma u otra de despotismo.
Esa emoción, que comparto naturalmente, es consecuencia de un combate sin fin (y sin vacilaciones) contra el castrismo. Recuerdo que la primera vez que oí hablar de él fue en un artículo relatando un congreso, que se celebró a mediados de los años 1970, de escritores hispanoamericanos en las islas Canarias. Allí tuvo la valentía de criticar la revolución, aún mitificada, frente a un panel de simpatizantes del régimen que desataron un griterío contra él. Tuvo que aguantar esos insultos, como “agente de la CIA”, “mercenario al servicio del imperialismo”, “terrorista”, “gusano”…, en lo que calificaba como un “asesinato de reputación”, a lo largo de su vida.
Desde los 17 años se enfrentó a la dictadura de Fidel Castro, siendo apresado por el régimen en 1961. Logró fugarse de la cárcel –una verdadera hazaña– y refugiarse en una embajada, de donde partió al exilio eterno, de Puerto Rico a España, donde se afincó durante varias décadas, pasando por Estados Unidos.
Su combate fue verbal y particularmente eficaz. Coincidí con él en su querido Madrid a principios de los años 90, donde dirigía la editorial Playor, que publicaba a varios exiliados cubanos y, para sobrevivir, libros de texto. Ya sus artículos eran difundidos en todos los países de lengua española, a través de su propia empresa, Firmas Press.
Se reclamaba de una ideología liberal, lo que lo llevó a fundar la Unión Liberal Cubana, junto con su amigo, el doctor Antonio Guedes. Multiplicó los contactos con los disidentes del Este europeo, varios de ellos, como Lech Wałesa o Vaclav Havel, llegados al poder tras el derribo del muro de Berlín. Evidentemente, estos apoyaban nuestro combate, rápidamente frustrado por una represión despiadada, a favor de la liberación de Cuba del castro-comunismo. Montaner fue uno de sus principales opositores, junto con Jorge Mas Canosa, presidente de la Fundación Nacional Cubano-Americana, prematuramente fallecido en 1997. Este último era mucho más radical que Carlos Alberto Montaner, quien a veces intentaba promover un “diálogo” imposible con algunos miembros del gobierno cubano para llegar a una transición pacífica. Por eso tuvo que hacer frente a críticas virulentas de otra fracción del exilio que consideraba esa voluntad conciliadora como una traición. El escritor Reinaldo Arenas expresó en forma virulenta esa oposición en su introducción a sus memorias póstumas, Antes que anochezca.
Las polémicas de Montaner con cubanos de afuera y de adentro fueron constantes, hasta su final, ya que brindó un apoyo decidido, desde su espacio televisivo en CNN en español, primero a Hillary Clinton y luego a Joe Biden contra Donald Trump, quien sigue gozando de una gran popularidad en la Florida por su oposición resuelta a cualquier acercamiento con la dictadura imperante en Cuba. En 2010, protagonizó una extraña polémica por correo electrónico con el cantautor Silvio Rodríguez, “diputado” de la Asamblea Nacional del Poder Popular (sic), defensor a ultranza de sus amos revolucionarios luego de haber sido, en sus años mozos, crítico con ciertos aspectos del castrismo.
Carlos Alberto fue autor de unos treinta libros, entre ensayo y ficción, desde Perromundo, su primera novela,hasta Sin ir más lejos, su libro de memorias, pasando por Viaje al corazón de Cuba, un ensayo de divulgación de la realidad de nuestro país vista desde el destierro, así como Otra vez adiós, un libro inspirado en la historia de la comunidad judía, con quien sentía grandes afinidades, de Cuba. La obra que lo propulsó a una fama continental fue un libro a tres voces, escrito en 1996 con el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza y el peruano Álvaro Vargas Llosa, hijo de Mario, quien fuera su amigo: Manual del perfecto idiota latinoamericano, cuyo éxito provocó dos actualizaciones posteriores. Los tres arremetían de manera bastante sarcástica contra los lugares comunes, trasnochados, de las teorías de los herederos del castro-guevarismo. Debo decir que lo mejor de esos volúmenes es su título, ya que las previsiones contenidas en ellos se revelaron en su mayoría erróneas: los idiotas siguen cabalgando.
Quiero referirme a algunas de las conversaciones que tuve con él, en distintos puntos de la geografía de nuestros encuentros de cubanos errantes. Uno de ellas fue en Roma en 1991, durante una reunión del exilio y algunos de sus apoyos, evento interrumpido por una horda de comunistas italianos que no apreciaban que se pudiera criticar a su querido Líder Máximo. Allí pude entrevistar juntos a Carlos Alberto y a su hija Gina, quien lo acompañaba. Su familia, con sus dos hijos y su esposa Linda, fue el pilar en quien siempre se apoyó contra todas las adversidades.
Otro encuentro fue en París para un coloquio en la Asamblea Nacional, en presencia de algunos de los mejores intelectuales franceses, Bernard-Henri Lévy por ejemplo, y de otras nacionalidades, como Mario Vargas Llosa. Sostuvimos otros en Miami, ya fuera en el restaurante La Carreta a medianoche, o en el transcurso de una cena en casa del editor Juan Manuel Salvat, nuestro amigo común, celebrada en 2009 con motivo de la presentación de una obra mía, El libro negro del castrismo. Carlos Alberto estaba ya físicamente disminuido, con un hilillo de voz que, paradójicamente, le confería una actitud muy cariñosa.
Al revelar en el mes de mayo su rara enfermedad neurodegenerativa, todos sabíamos que no íbamos a escuchar más las crónicas radiales de ese editorialista incansable.
Recordaré a Carlos Alberto con todas sus contradicciones pero, sobre todo, con su valentía para enfrentar las calumnias y los ataques despiadados de sus enemigos declarados, los hermanos Castro y sus propagandistas. Su obra es ya en la isla, clandestinamente, y será, el día en que se acabe ese régimen de oprobio, objeto de discusión y de devoción para los cubanos libres. ~
(La Habana, 1954) es catedrático en la universidad de Aviñón, crítico literario y periodista. Ha publicado libros como La cara oculta del Che (2008), El libro negro del castrismo (2009), El terror “humanista” (2011) y El sueño de la barbarie. La complicidad de los intelectuales con la dictadura castrista (2012).