Pasa un cometa, el que nació de un telescopio y una hortensia. Pasan
las nubes, que son institutrices del mirar. Pasan las aves, flores con voz
que no conocen la vejez y que no sienten la llegada de la muerte. Pasan
los ángeles, terribles y mimados: son torbellinos de regreso hacia sí mismos.
Pasan aviones que pudieron levantar el tonelaje de su orgullo como nuevos
pterodáctilos, aviones intervalos, aviones metafísicos que reacomodan
el tiempo y el espacio, aviones que son geógrafos borrando viejos límites
e inaugurando la cartografía de la voluntad. Pasa el rumor mefistofélico
del dron, mentido colibrí para observarnos a distancia sin nosotros,
no tripulado corazón. Y todo el tiempo pasas tú como un aroma,
como un clima, como un ligero oleaje de temperaturas que suben y bajan.
Pasas, surcas el firmamento de pensar con alas brujas que ahora limpian
y ahora enturbian, que están saqueando esta ciudad como un imperio
somete un caserío. Pasas, turba de amor, revuelo de fantasmas en el alma,
banco de peces rubios alumbrando el mar, configurando antojadizamente
su voracidad. Eres el paso del verano por la piel del mundo, ¿mejor decir
fuiste una temporada en el estío? Sigues pasando, no, sigues pasando
y volverás como la estrella que persigue un equinoccio, un ecuador para cruzar
como una habitación atravesada bellamente por la luz. En el centro del día,
en plena calma, estás pasando, cuando no hay pulso entre la sístole y la diástole,
cuando parecería no haber nada y no haber nadie y solo un leve rastro
nos desconcertara, apenas un indicio que seguir con la torpeza de no tener
alas, de esta naturaleza vertical hundiéndose en la espuma de una estela,
perdiéndose en un bucle, sin instrumentos de navegación para volar
por la espiral que dejas cuando pasas. ~
Castañón, lector de México
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