7 de octubre: el pensamiento totalitario en acción

Será para siempre el día de una victoria, parcial y momentánea sin duda, pero victoria al fin y al cabo, del pensamiento totalitario.
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La relativa facilidad con la que Hamás lanzó su ataque contra Israel el 7 de octubre de 2023 es una fuente de inmensa sorpresa y consternación. ¿Cómo pudieron la policía y el ejército israelíes estar tan desbordados o incluso ausentes, y estar tan ciegos los servicios de inteligencia?

Solo podemos esperar que una investigación exhaustiva proporcione algunas respuestas en las próximas semanas y meses.

La estupefacción –o sideración, como nos gusta decir hoy– es tal que nos cuesta integrar la información y las imágenes que recibimos, y como decía Georges Bensoussan, podemos recordar las palabras de Bergson: “El ojo solo percibe lo que la mente está dispuesta a comprender.” A nuestras mentes les cuesta entender, si es que pueden entenderlas, las noticias y las imágenes de la masacre indiscriminada de cientos de personas, el brutal ataque contra algunas de ellas para obligar a los rehenes a entrar en Gaza, y la alegría y el “orgullo” que sienten millones de personas en Oriente Próximo.

Hay, por supuesto, objetivos bélicos y objetivos políticos en la iniciativa de Hamás. Entrar en territorio israelí era asestar un golpe al prestigio del Tsahal, que tenía fama de invencible, y demostrar a las demás fuerzas palestinas de la OLP –y sin duda también a otras– que su exigencia de un Estado palestino junto a un Estado israelí (por cierto, mal articulada) era obsoleta y que Hamás proponía una solución a la vez radical y realista: asestar golpes, infligir pérdidas en el territorio de lo que denomina “la entidad sionista” antes de apoderarse de él; de “liberarlo”, por atenerse a su registro muy orwelliano.

Este primer registro es, por tanto, de naturaleza militar y política. Las acciones de Hamás también tienen objetivos bélicos. Pero el análisis no basta. Hay que tener en cuenta un segundo nivel. Hamás no perseguía únicamente objetivos militares. Al disparar balas de ametralladora contra civiles –mujeres, niños, ancianos y adultos asesinados indiscriminadamente a tiros–, Hamás demostró no solo que no distinguía entre civiles y soldados, sino también que también percibía a los civiles (al igual que los soldados, para el caso) como una masa indiscriminada que debía ser eliminada del mismo modo que las chinches o los mosquitos. El niño o la abuela de Ashkelon o Sderot no eran simples adversarios solidarios de su ejército y su Estado en la lucha contra Hamás, sino infrahumanos a los que se podía barrer porque estorbaban.

Se puede descubrir una tercera capa de motivación. Hemos visto la alegría expresada cuando se toman rehenes, y hemos oído el “Allahu Akbar” gritado al cielo. ¿Cómo entender la alegría mostrada in situ por gente muy joven y por las manifestaciones masivas en Saana y otros lugares? Me parece que semejante salvajismo y ese odio implacable presuponen una visión del enemigo judío como una encarnación del Mal. Los agresores del 7 de octubre y quienes les aplaudieron están poseídos por una especie de hiperfobia. Son conscientes de que no tratan con seres humanos sino con engendros del Diablo. Así, desde la altura de su fe y de las certezas que la componen, los asesinos y secuestradores pueden disfrutar de su eliminación. Se podría hablar del síndrome de San Jorge triunfando sobre el dragón…

De este modo, podemos hablar de una verdadera deshumanización en marcha. Los israelíes abatidos podrían haberlo sido del mismo modo que se elimina un desbordamiento, se quitan obstáculos o se borra una mancha.

Pero también fueron asesinados como enemigos de la única religión buena, el islam. Las chicas desarmadas que bailaban en una rave resultaban insoportables a los ojos de los asesinos, igual que habían resultado insoportables en noviembre de 2015 los jóvenes parisinos que bromeaban tomando una copa de alcohol (o no) con sus amigos en la terraza de un bistró. Sí, estas personas que desoyeron las prohibiciones divinas, que se atrevieron a despreciar los preceptos religiosos a los que habían estado sometidos desde la infancia, estos seres que pretendían ser libres para pensar y actuar como si fueran dioses o como si el Dios de los musulmanes no existiera, estos seres, una especie de superhumanos malvados, no merecían vivir.

Ya sean infrahumanos y eliminados para deshacerse de ellos o sobrehumanos y no menos dañinos porque dan la espalda a Dios, esta percepción de los judíos por parte de los asesinos de Hamás y de quienes les aplauden es propia del pensamiento totalitario, que siempre deshumaniza a una parte de la humanidad.

Hemos sido testigos del pleno ejercicio del pensamiento totalitario.

En este sentido, estamos obligados a compararlo con la forma en que se practicó en otros climas y en otras épocas. Y a reconocer que la referencia fanática a Dios o la ausencia de Dios no impiden que florezca el pensamiento totalitario. Como en el caso de la URSS de Stalin o de la China de Mao, la eliminación de estos seres malignos eleva a sus ejecutores al rango de ejecutores de las Grandes Obras de la Historia o de la Palabra de Dios.

Este 7 de octubre de 2023 será para siempre el día de una victoria, parcial y momentánea sin duda, pero victoria al fin y al cabo, del pensamiento totalitario. Prospera no solo en los “regímenes sin Dios” que derriban iglesias y persiguen a los creyentes, sino también en los “sin Dios” que ocupan el poder en Irán y entre las fuerzas que dependen de ellos para negar a sus oponentes la condición de seres humanos. Es contra ellos contra quienes se levantan los judíos y otros ciudadanos de Israel, en nombre de la democracia y la dignidad humana.

Publicado originalmente en Telos.

Traducción del francés de Daniel Gascón.

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Pierre Rigoulot es director del instituto de Historia Social.


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