Ustedes todos, ustedes todas, héroes plurales, honor del género humano, único orgullo de lo que sigue en pie sólo por ustedes.
José Emilio Pacheco: Las ruinas de México
¿Dónde están los jóvenes?, nos preguntábamos hasta hace unos días, lamentando su aparente desidia ante la vida pública. Y ahora los jóvenes nos han refutado de una manera magnífica: “acá estamos”, nos dicen, con sus actos de anónima heroicidad. “Acá estamos”, no en la grilla miserable, no en la comparsa de cualquier propaganda. “Acá estamos”, organizados, prácticos, autónomos, solidarios, dueños de una madurez que los mayores no imaginaban, listos para reaccionar cuando la naturaleza golpea, cuando de veras se necesita.
En efecto, acá están, libre y fraternalmente, salvando vidas, limpiando con sus manos las montañas de escombro, paliando el dolor. Y así, sin vanagloria, han reivindicado frente al mundo el rostro admirable del pueblo mexicano.
Los vi caminar por División del Norte con palas, zapapicos, cubetas, carritos de súper. O en bicicleta, con sus cascos, un morral con víveres y una banderita nacional. O en camiones, camionetas, motocicletas. Sabían que en la calle de Petén y Emiliano Zapata se había derrumbado un edificio. Me detuve y caminé hasta la escena. Una tienda de aparatos electrodomésticos estaba parcialmente abierta, sin resguardo, con los vidrios rotos. Nadie reparaba en ella.
Al fondo alcancé a ver la montaña de concreto. Encaramados en la cima, un enjambre de muchachos trabajan para buscar sobrevivientes removiendo todo lo que encuentran: vigas, bloques de concreto, tabiques, alambres, rejas, muebles. “Abajo había una tintorería -me explica el reportero Daniel Rentería, que encuentro al azar- rescataron a un anciano, y a una señora, ya muerta”. En medio de la calle, dos hileras de chicos perfectamente ordenados flanquean el camino para que pasen los carritos que traen el escombro hacia un camión. Todo ocurre casi en silencio. Los chicos verifican la distancia entre uno y otro para hacer eficiente la operación. Las cubetas pasan de mano en mano. Un muchacho algo mayor recorre la fila dando órdenes claras y firmes. Todos traen tapabocas. (Yo no, y uno me lo ofrece). En un momento, la labor de rescate se reorienta a la calle de Eugenia. En completo orden, se organizan brigadas para acudir a la siguiente estación de la tragedia.
Toda la Colonia Condesa, donde nací y donde he vuelto a vivir, es una marea humana. Camino hasta el cruce de San Luis Potosí e Insurgentes, frente al viejo Sears. La escena toda es de los jóvenes. Unos llenan cajas de medicinas distinguiendo su función: gastrointestinal, antibióticos, analgésicos. Uno de los líderes naturales habla por radio y celular con sus pares en otros puntos donde hay edificios a punto del colapso: Chiapas, Tamaulipas, Álvaro Obregón. Las brigadas se integran con lo que requiere cada sitio. “¿Qué necesitan?”, pregunta una reportera europea. “Pilas, chalecos iluminados, linternas”. La falta de luz es su problema mayor para seguir la labor de rescate hasta la madrugada. Es obvio que los muchachos no son de esta colonia (mi única contribución fue indicarles dónde estaba la calle de Tamaulipas). Sin reparar en fronteras de clase, están acá para ser útiles en la práctica. “Somos ciudadanos”, me dijo uno.
Algo similar atestigüé personalmente en septiembre de 1985, en la febril actividad de algunas universidades (sobre todo privadas) que tomaron el liderazgo físico y logístico del salvamento. Pero hoy la participación masiva proviene de chicos de extracción más modesta, estudiantes de escuelas públicas, muchos preparatorianos. Entonces se comunicaban por teléfono fijo y radio. Hoy la comunicación es infinita, y estos jóvenes la dominan como magos. Más temprano que tarde, se harán cargo de su país.
No sé si esta marea de solidaridad bajará al paso de las semanas o meses. Ojalá encuentre formas de perdurar, no solo en el ámbito social sino en el político. Ojalá ellos mismos creen organizaciones civiles permanentes. Absolutamente todos los partidos son indignos de esta nueva generación de héroes anónimos que han tenido su bautizo existencial y social en este terremoto. De cara a las elecciones, además de acotar sus indignantes gastos de campaña, lo menos que pueden hacer es hablarles a los jóvenes, debatir frente a ellos y con ellos. Con franqueza y humildad. Ellos decidirán qué hacer. Si se han enfrentado a la naturaleza, ¿qué no podrán hacer para corregir el rumbo de México?
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.