¿A quién declararía usted culpable de traición a la patria? ¿A los cinco presidentes de Estados Unidos que durante 24 años mintieron sobre la guerra en Vietnam sabiendo desde el principio que era una causa perdida, y mantuvieron el engaño sin importarles la muerte de 59 mil jóvenes estadounidenses? O ¿culparía a los investigadores que habiendo redactado un informe secreto sobre el papel de Estados Unidos en la guerra en Indochina, lo sustrajeron subrepticiamente, lo fotocopiaron y lo ofrecieron a dos diarios para que lo hicieran público?
Esta es, en apretada síntesis, la pregunta central de la trama de la película The Post, en la que se narra el encuentro que sostuvieron los diarios Washington Post y New York Times contra la presidencia de Richard Nixon cuando esta intentó impedir que el informe secreto sobre la guerra se hiciera público.
Para defender su intentona de censura, los abogados de Nixon argumentaron ante los tribunales que la publicación del informe “causaría un daño irreparable a la defensa de los intereses de la nación”. Los abogados de los diarios replicaron que la Primera Enmienda de la Constitución establece claramente que ninguna ley federal puede restringir la libertad de prensa.
A final de cuentas, el choque fue resuelto por la Suprema Corte de Justicia en favor de los investigadores Daniel Ellsberg y Anthony Russo, y los diarios que publicaron el informe. El máximo Tribunal falló que la Primera Enmienda de la Constitución protege el derecho de los diarios a publicarlo.
Aunque yo, como la mayoría de quienes éramos adultos en esa época ya conocía los pormenores del caso, fui a ver la película este fin de semana porque en estos momentos en que desde la presidencia de Donald Trump se emprende la mayor campaña de desprestigio a la prensa de que se tiene memoria, revivir la épica batalla de 1971 tiene especial relevancia.
Evidentemente ni Nixon ni Trump han sido los únicos presidentes que han criticado o utilizado su poder para intentar acallar a la prensa. George Washington hizo público su malestar con los periódicos porque según él no se había cubierto adecuadamente su despedida del poder. Más recientemente, Gerald Ford culpó a los medios de retratarle, injustificadamente según él, como un hombre torpe y a menudo tonto. Lyndon Johnson recurrió al FBI para intentar censurar la publicación de un editorial en el Washington Post, y John F. Kennedy intentó seducir (generalmente con éxito) al editor del Washington Post con el engaño de que, sobre todas las cosas, ellos eran amigos entrañables.
No obstante, creo sinceramente que Nixon y Trump merecen mención especial en esta batalla continua por la libertad de prensa, y que el paralelismo en la actitud hacia los medios de ambos presidentes es notable. Y aún admitiendo que los intentos de Nixon de censurar a la prensa fueron quizá más perversos, creo que la labor de zapa que ha hecho Trump desde que lanzó su candidatura, y durante el primer año de su presidencia, para intentar minar la credibilidad de los medios que critican sus acciones y sus desplantes majaderos, tendrá peores consecuencias a largo plazo para la vida democrática del país.
Para Trump, el maestro de la manipulación mediática, los medios de comunicación que no le alaban son “el partido de oposición”. “Las noticias falsas de los medios fallidos”, ha dicho Trump hasta el cansancio refiriéndose a The New York Times, NBC, ABC, CBS, CNN, “no son mis enemigos, son los enemigos del pueblo americano”. Y según él y su servil cohorte, las noticias que le son desfavorables son “falsas” y “deshonestas”.
Al final de la película, la actriz Meryl Streep, quien interpreta a la dueña del Post Katharine Graham, repite la frase que ella le atribuye a su esposo y otros al editorialista del diario, Alan Barth, que define a la perfección la labor periodística: “nuestra tarea ineludiblemente imposible es proporcionar cada semana un primer borrador de la historia que nunca se completará realmente sobre un mundo que nunca podremos entender cabalmente”.
Equivocarse ocasionalmente al divulgar información pertinente es lamentable aunque comprensible, lo que no tiene perdón es mentir deliberadamente y a diario desde la presidencia.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.