En algunas cosas, España sí es diferente

Pedro Sánchez ha mostrado audacia, resistencia y astucia. Su gran aliado es la hipérbole histérica de parte de la derecha. Pero algunas de sus últimas decisiones perjudican al Estado de derecho y dañan tanto su credibilidad como la del sistema.
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Con más o menos retraso, la gran recesión de hace quince años tuvo el efecto político en toda Europa de debilitar al centro y fortalecer a los extremos. España no fue una excepción. La crisis financiera cerró un periodo de tres décadas de éxito que comenzó con la transición y que vio la construcción de una democracia consolidada, crecimiento económico sostenido y la expansión de la clase media, con la expectativa generalizada de que cada generación viviría mejor que sus padres. La crisis abrió, a su vez, otro periodo, marcado por la interrupción de ese progreso social y por la irrupción de tres populismos: primero, Podemos con su denuncia de “la casta”; luego la mutación del centenario nacionalismo catalán en un populismo identitario, estilo Brexit; y tercero, en parte en respuesta a este, la emergencia de Vox, un partido de la derecha dura que debe menos al franquismo que a sus pares en Polonia, Hungría e Italia.

Todo esto dificultó la gobernabilidad de España. Sin embargo, desde 2018, cuando llegó a la Moncloa por la moción de censura contra Mariano Rajoy y el PP, hasta mediados de 2021, Pedro Sánchez condujo España con cierto éxito. Es verdad que desdeñó la oportunidad de hacer un gobierno reformista de centroizquierda con Ciudadanos en 2019, pero más culpa en eso tuvo el líder de esta formación, Albert Rivera. Sánchez se tragó el sapo de formar una coalición con Podemos después de decir que eso no le dejaría dormir. Podría argumentarse que amansó al grupo de izquierda dura. De todas maneras, él había evitado el sorpasso por la izquierda que liquidó la socialdemocracia griega y luego la francesa.

Sánchez heredó de Rajoy una economía en vigorosa recuperación y la mantuvo. Sus fuertes aumentos del salario mínimo tenían justificación social, y no incrementaron el desempleo. Su gobierno cometió errores en el manejo de la pandemia. Pero ¿qué gobierno no? El protocolo que permitió a los colegios retomar sus operaciones presenciales en septiembre de 2020 fue un éxito. El ingreso mínimo vital fue una medida genuinamente progresista, aunque de implementación accidentada. También lo fue la expansión de la formación profesional, un tema que recibe insuficiente atención en España. Los indultos a los políticos catalanes presos sirvieron para calmar Cataluña. En todos esos años, las críticas de la derecha fueron exageradas, llenas de sonido y furia y significaban poco.

Pero algo cambió en Sánchez en los meses después de la derrota aplastante de la izquierda en la elección extraordinaria en Madrid convocada por Isabel Díaz Ayuso. Tal como han señalado analistas como Fernando Vallespín e Ignacio Varela, Sánchez terminó de asumir la tesis de Pablo Iglesias sobre el “bibloquismo”: una alianza firme entre la izquierda y los nacionalistas periféricos excluiría a la derecha del poder en forma duradera. El primer resultado de esa decisión fue un viraje hacia la izquierda de Sánchez, con sus ataques a los empresarios, su aceptación de las guerras culturales de Podemos y su patrocinio de Yolanda Díaz y Sumar.

Este abrazo al bibloquismo fue llevado a sus últimas consecuencias con el resultado de la elección general del 23 de julio. El cuadro general fue el resurgimiento de la moderación, con el voto combinado del PP y el PSOE subiendo del 49% en noviembre 2019 al 65%, y el debilitamiento de cada uno de los tres populismos. Sin embargo, para el converso al bibloquismo, la aritmética de un parlamento fragmentario era implacable y lo llevó a pactar un acuerdo político y una ley de amnistía con Carles Puigdemont, el prófugo artífice del intento ilegal de forzar la independencia de Cataluña en 2017.

Dejando de lado si una amnistía es constitucional o no, es políticamente aceptable en una democracia si cumple tres condiciones: que esté claramente en el interés público, que goce de un consenso amplio y que los beneficiarios declaren su lealtad futura a la Constitución y la ley. La amnistía de 1977 cumplió las tres condiciones, pero esta ninguna. Aún más vergonzoso es el pacto PSOE-Junts, en que los socialistas firman dos grandes fake news: la versión torcida de la historia del independentismo y la idea de que en España hay lawfare en vez del imperio de la ley.

El único argumento de Sánchez es que “hay que parar a la ultraderecha”. No importa que para hacerlo haya pactado con la ultraderecha identitaria de Cataluña y con Bildu, heredero de eta que con su mezcla de violencia y nacionalismo fue la única fuerza política que practicó algo cercano al fascismo en los últimos 45 años. Vox es una fuerza nefasta para la democracia, pero no es la única. Que sea la única sujeta a un cordón sanitario merece un debate serio.

Los últimos acontecimientos ponen en entredicho a los que observamos a España y que hemos argumentado que no es “diferente” de la norma europea. Dos de las especificidades del país –la fuerza relativa de los nacionalismos periféricos por motivos históricos y la profundidad de la zanja entre izquierda y derecha, tal vez un legado de la Guerra Civil– están determinando la política española. Hay una tercera particularidad en el control estalinista que Sánchez ejerce sobre el PSOE. En Reino Unido o Francia, por ejemplo, habría una rebelión parlamentaria dentro del partido gobernante contra una medida como la amnistía.

Sánchez es de lejos el político más capaz entre los actuales líderes nacionales españoles. Su gran aliado es la hipérbole histérica de muchos en la derecha. El nuevo gobierno no representa el fin de la democracia española. Pero, con sus últimas decisiones, Sánchez sí está haciendo un daño tangible al Estado de derecho. Sin duda, él calcula que en unos meses todo esto se va a olvidar. No estoy tan seguro: se vislumbran meses de conflicto entre el ejecutivo y el poder judicial y hay evidencia demoscópica de que Sánchez ha logrado exportar a la sociedad una polarización que se limitaba al mundo político. Sobre todo, al hacer lo que juró que no haría en un tema de tanta importancia, ha dañado a su propia credibilidad y a la de la política democrática en general. Ese podría ser su legado. ~

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Michael Reid es escritor y periodista. Su libro más reciente es “Spain: the trials and triumphs of a modern European country” (Yale University Press), que publicará en español Espasa en febrero de 2024.


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