Ahora que no está, tal vez terminemos extrañando a Kirstjen Nielsen

La secretaria de Seguridad Nacional estadounidense estableció un nuevo estándar de crueldad nativista. Quien sea que ocupe el puesto que ella deja quizá lo supere.
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El tiempo que Kirstjen Nielsen ocupó el cargo de secretaria de Seguridad Nacional (Homeland Security) será recordado por haber establecido un nuevo estándar de crueldad nativista. Nielsen puso en práctica la política de “cero tolerancia” en la frontera planteada por el gobierno de Trump. Fue ella quien inició la implementación del programa de separación familiar que arrancó a miles de niños de sus padres. El gobierno perdió el rastro de por lo menos 1,500 niños mientras ella estaba a cargo. Supervisó las operaciones punitivas en la frontera sur que incluyeron el lanzamiento de gases lacrimógenos en contra de cientos de desesperados refugiados en potencia que esperaban cerca del cruce fronterizo de San Ysidro. Jakelin Caal murió bajo custodia estadounidense durante el tiempo que Nielsen ocupó el cargo. Además implementó la controvertida política “Remain in Mexico” que niega a las personas que buscan asilo la posibilidad de aguardar la resolución de su solicitud dentro de Estados Unidos, y los envía de vuelta a México, donde enfrentan amenazas y hay cada vez más resentimiento en su contra.

Hija de migrantes daneses, Nielsen no solo implementó la agenda antiimigrante del presidente Trump, sino que la defendió con celo. Se negó a disculparse por las consecuencias brutales y evidentes de la política de separación familiar y sin chistar siguió la línea de Trump sobre la supuesta “emergencia nacional” en la frontera. Nielsen incluso intentó imitar la falacia inmoral que su jefe utilizó al referirse a los sucesos de la manifestación supremacista blanca en Charlottesville en 2017: “No es que uno de los bandos esté en lo correcto y el otro esté equivocado”, dijo Nielsen.

Y aún así, como muestra de lo profundamente hundido que se encuentra el gobierno de Trump en un agujero nativista, a Nielsen, una promotora de la crueldad moderna, se le va a extrañar.

Para México, bête noire de Trump, el despido de Nielsen marca una interrupción abrupta y preocupante en la trabajosa creación de una relación funcional. Nielsen había entablado relaciones tanto con Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, como con la influyente Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, con quien se reunió con frecuencia.

“Siempre fue cortés conmigo”, me dijo Sánchez Cordero. Aún así, la relación entre las dos no siempre fue sencilla. “La última vez que nos vimos me cuestionó acerca de la cantidad de migrantes que habían sido detenidos en la frontera”, recordó la secretaria. Según ella, Nielsen le dijo que las autoridades estadounidenses anticipaban que el número de migrantes que cruzara la frontera de “manera irregular” subiría a “100,000 para finales de marzo”, y que eso provocaba “problemas” en la Casa Blanca.

Nielsen también mencionó el creciente problema de los refugios en la frontera, que casi han alcanzado su máxima capacidad, y también aludió de manera vaga al “rechazo entre la población local” del lado estadounidense de la frontera de los refugiados potenciales. Sánchez Cordero mencionó que le respondió a una Nielsen muy exigente que México “intentaría normalizar el acceso para cada persona que entra a México porque también es un tema de seguridad nacional para nosotros”.

Aún así, Sánchez Cordero me dijo que ella y Nielsen empezaban a construir una relación de trabajo, una que puede terminar descarrilada si el presidente Trump nombra a un halcón antiimigrante como próximo interlocutor con México. Cuando le pregunté a Sánchez Cordero si estaba preocupada por la posibilidad de que Trump nombrara a un nativista mucho más severo para encabezar la Secretaría de Seguridad Nacional, de inmediato rechazó cualquier preocupación. “No se trata de personas, sino de políticas”, me dijo. “Vamos a trabajar con quien sea que ellos elijan”. El secretario Ebrard, un hombre de estilo lacónico, coincide. En una entrevista reciente con el periódico El País, Ebrard elogió al secretario interino Kevin McAleenan.  “Es a una persona que conocemos”, dijo. “Si permanece en ese cargo creo que tendremos un diálogo más cercano entre los dos países.”

Quizás ambos funcionarios están pecando de cierto pensamiento mágico.

Las políticas importan, pero las personas que las ponen en práctica tal vez importen más. La naturaleza de la renuncia de Nielsen –salió después de que las exigencias migratorias de Trump se volvieron cada vez más enloquecidas y quizá ilegales– debe leerse en clave de advertencia: algo mucho peor puede surgir de entre la pandilla nativista de Trump.

Parece poco probable que Trump se quede con alguien como McAleenan, no obstante la disposición del director actual de endurecer las políticas en la frontera. Si Nielsen resultó ser muy moderada para el gusto despótico de Trump, el presidente estará buscando a un ideólogo nativista fanático para continuar con sus fantasías antiinmigrantes. Ya sea que se trate del consejero de la Casa Blanca y zar migratorio de facto Stephen Miller (quien, según Max Boot, debería ya ocupar formalmente el trono que ha estado cortejando desde las sombras desde hace tiempo), o uno de los colegas antiinmigrantes de Miller, como el también macabro Kris Kobach, la radicalización de la política migratoria de Trump complicará la posible solución a la crisis humanitaria centroamericana y enredará aún más las relaciones con el nuevo gobierno mexicano. Sin duda las cosas pueden ponerse peor.

Publicado previamente en Slate

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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