Al final está el inicio: Brexit forever

Consumado el Brexit luego de más de cuatro años de intensas negociaciones, el gobierno de Boris Johnson enfrenta la lucha contra una nueva variante del coronavirus y la puesta en marcha de una nueva relación con Europa.
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Después de cuatro años y medio de negociaciones que avanzaban un paso para retroceder dos, la navidad del 2020 trajo finalmente el acuerdo entre el Reino Unido (RU) y la Unión Europea (UE). El 20 de diciembre, pocos días antes de la culminación de las negociaciones, Francia decidió cerrar sus fronteras con el RU debido al surgimiento de una nueva variante del SARS-CoV-2 en aquel país, e incontables vehículos de transporte se quedaron detenidos en la autopista M20 en Kent, formando líneas kilométricas sin servicios públicos, mientras que las pistas del aeropuerto de Manston, en el sudeste de Inglaterra, se utilizaron como estacionamiento improvisado para camiones.

Una de las lecciones que nos dejó el 2020 es que la salud es primordial. A la decisión de Francia de cerrar sus fronteras con el RU se sumaron al menos 50 países que suspendieron vuelos provenientes del territorio británico, en un intento de frenar la propagación de la variante B.1.1.7 del SARS-CoV-2, que es por lo menos un 50% más transmisible que otras. Este mensaje debió haber llegado intacto a Westminster, donde un jubiloso Boris Johnson anunció la aurora de la prometida nueva era. Desde su elección, Boris no había sido tan apreciado. Había cumplido con la promesa de abandonar la UE y asegurado la participación del RU en el mercado vecino sin aranceles ni tasas impositivas. Además, logró una victoria simbólicamente importante, recuperando la soberanía marítima que reduce la cuota de flotas europeas en aguas territoriales británicas.

La Cámara de los Comunes aprobó el acuerdo por 521 votos a favor y 73 en contra, en parte debido a Irlanda del Norte, cuyo papel de bisagra entre Europa y el RU debilita la causa británica, y a Escocia, cuyo nacionalismo le impulsó a votar en contra de abandonar la UE y actualmente aboga por la independencia.

A cambio de esta conquista, que los conservadores alabaron como “bucanera”, eco de la “edad dorada” en la que Britania regía el océano, el acuerdo que logró Boris descuida el área de servicios, entre los cuales destacan las finanzas, los seguros y el comercio. En su tiempo, Margaret Thatcher se propuso desmantelar la manufactura para acabar con el poder sindical que impedía, según su proyecto, el progreso. Una economía basada en servicios es más ligera y, como lo demuestra Londres, sumamente productiva. Sin embargo, el acuerdo de Boris no protege el 80% del producto interno bruto (PIB) de la misma forma que lo hace con las aguas territoriales, cuyo valor es cultural y debe a su electorado. Esto significa una victoria pírrica y económicamente discutible, ya que la mayor parte de la pesca en aguas británicas se vende en Francia y en otros países continentales.

La carroza imperial británica convoca una floración dorada de símbolos marítimos, delfines y tritones que con el himno nacional ensalzan la grandeza imperial del pescado. El acuerdo refrenda la soberanía nacional que el primer ministro debe a quienes en la extrema derecha del Partido Conservador lo sostienen, y al Partido Laborista porque, según su líder Sir Keir Starmer, el acuerdo más aciago es mejor que ninguno. Sin embargo, sabe que los acuerdos de los que el RU participaba fueron convenidos dentro de la UE y deberán ser negociados nuevamente.

Durante 47 años, además de formar parte del G4 europeo (junto con Alemania, Francia e Italia, las grandes potencias), el RU colaboró en la construcción de la UE, determinándola y ampliando su radio geopolítico. En ese periodo, el mercado común europeo se expandió hasta los 27 Estados que lo constituyen.

La expansión de aspiraciones federalistas de la UE garantiza a sus países miembros mayor circulación e intercambio, un acuerdo basado en el libre tránsito de personas, bienes y capitales, el cual reconoce las calificaciones profesionales expedidas dentro de la UE, al tiempo que confirma la libertad para radicar y trabajar en cualquier país miembro, y que ofrece el programa Erasmus, en el que participaban 50 mil estudiantes británicos. Las pérdidas son mayores que las inciertas ganancias.

Las consecuencias de separarse de la UE no solo son internas, sino que las alianzas son volátiles y las condiciones de existencia de las mayorías se han degradado notablemente en los últimos 30 años, erosionando los acuerdos sociales. La expansión federalista de la UE enfrenta problemas serios. Uno de ellos es la incompatibilidad de gobiernos como el húngaro y el polaco, cuyo populismo abiertamente abraza una ideología de extrema derecha, con los principios de la UE. Entre la membresía de dichos Estados y los principios que sostienen la UE hay una fractura cada vez más evidente. En esos países subsiste una cultura política autoritaria, en parte gracias a la nostalgia por la vida previa a la caída del muro de Berlín y que encuentra en el populismo su cauce natural. Se trata de un electorado similar a quienes apoyan en Bielorrusia el gobierno despótico de Alexander Lukashenko. Svetlana Tikhanovskaya, líder de la oposición en ese país, se refirió a la generación de sus padres como todavía perteneciente a la cultura política de la Unión Soviética, formada en una mentalidad arbitraria, hecha de límites. Esta visión ha resurgido proporcionalmente con el deterioro socioeconómico del que algunas regiones no han terminado de salir y otras están por entrar.

El RU empieza la década de los veinte disminuido y con el peligro inminente de una desgajadura que lo reduciría a Inglaterra y Gales, una porción mínima del mundo que gobernó. De ganar el voto, Nicola Sturgeon exigirá un nuevo referéndum que Boris rechaza, aduciendo que el de 1979 es suficiente hasta la siguiente generación. Sir Keir Starmer también se opone a la balcanización del RU, y para evitarla promete la total devolución de poderes a los reinos asociados, una limitación de los poderes centrales de Westminster, todo esto teniendo en mente las elecciones de mayo en Escocia.

El compromiso de arreglar el impasse del Brexit se asocia con la de nivelar el RU, cuya riqueza excluye al norte de la isla desde que el thatcherismo desmantelara la industria para favorecer los servicios. La promesa de una edad dorada determinada por la preponderancia científica no ofrece alternativa a la población rezagada cuyo voto llevó a Johnson hace un año al triunfo. Pero el muro que en la última elección se volvió azul y dio su voto al conservadurismo puede cambiar de opinión, según los resultados que muestre el gobierno ante los ingleses olvidados.

El 2020 representa el fin de un proceso lento y tortuoso en el que los símbolos han sido más poderosos que los intereses materiales. Sin duda es un alivio, pero como Ursula von der Leyen, presidenta de la UE, señaló citando a T.S. Eliot, el más británico de los poetas norteamericanos, en el final está el principio. Para el RU esto significa que es libre para emprender alianzas específicas dentro del marco general del acuerdo, es decir que ya puede comenzar un proceso estable que ajuste su nueva relación con Europa. Esta libertad recuperada marca al 2021 como la aurora del Brexit forever.

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