Imagen: Aaron Wessling Photography. © The Andy Warhol Foundation for the Visual Arts, Inc. / ARS New York / Ivaro Dublin, 2023

La fiesta después de la fiesta: Andy Warhol en Dublín

Andy Warhol Three Times Out, exposición fascinante por su expresión y energía, repasa una obra irónica y lúdica, cuyas preguntas siguen siendo relevantes.
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Andy Warhol Three Times Out es la fiesta después de la fiesta. Andy no se eclipsó, sino que regresa a Dublín con una retrospectiva en la Hugh Lane Gallery, que durante la inauguración recibe a sus invitados extendiéndoles un pasillo rosa, exactamente el de los autorretratos de 1967 y de 1982. Un rosa que se atreve a decir su tono. La fachada de la mansión georgiana que aloja al museo desde los años treinta se sonroja bajo reflectores rosáceos. En el gran vestíbulolos invitados se registran para por fin ver una exposición que, según Barbara Dawson, directora de la Hugh Lane y co curadora de Andy Warhol Three Times Out, fue planeada hace años, pero interrumpida por la pandemia de covid-19.

Andy Warhol ha sobrevivido más allá de los 15 minutos de fama que aseguró cualquiera gozaría. La fama que cortejó infatigablemente no lo ha esquivado. Al contrario. Es un clásico. La segunda mitad del siglo XX en los Estados Unidos y en el mundo no está completa sin su obra, imágenes consagradas como la lata de sopa Campbell’s y Marilyn Monroe, cuya celebridad puede competir con la Mona Lisa de Leonardo. El matrimonio entre la cultura popular y la culta, el encuentro de lo alto y lo bajo, una síntesis.

Hace 26 años en el Museo de Arte Moderno de Dublín se realizó After the party, exposición que celebraba la obra de Andy Warhol, pero también el status de Dublín como capital europea. El fin de la fiesta es un tema melancólico, un juicio acerca de los ochenta como época decadente, cuando en realidad es el corto verano libertario antes de la catástrofe que diezmó a una generación. Lo que el covid-19 significó para la población en 2020 es un pálido reflejo de lo que sucedió con el sida, el cáncer rosa que en 1983 dominaba los titulares. Aunque Warhol no tenía motivos personales para preocuparse, tenía tiene miedo al contagio. Contraer la enfermedad era un accidente, pero sobre todo una condena moral, un castigo.

Three Times Out organiza la obra de Warhol en seis secciones cronológicas, desde los primeros dibujos hasta las piezas consagradas como la serie de retratos de Jackie Kennedy, de 1964, que la convierte en parte de un panteón cívico, una “santa secular”, como la llama Barbara Dawson.

Como otros artistas que son también protagonistas de su obra –Dalí, por ejemplo–, Warhol se crea un look, un estilo registrado, los jeans y el saco, luego las chamarras de piel, gafas oscuras y la peluca erizada como si acabara de padecer una descarga eléctrica. No siempre fue así. Andrew Warhola era el nerd de Pittsburgh, donde pasó su infancia.

Su preferencia por Marilyn Monroe acaso venga de esos años y forme parte del interés por un lenguaje más amplio, un lenguaje agregado, capaz de expresar más allá de lo que afirma. Marilyn es una estrella admirada internacionalmente, pero para nacer debió inventarse y transformar la desventaja, volviéndola a su favor. Su vida fue una danza ante el poder, tomándoselo frívolamente, como espectáculo absurdo.

El muro cubierto de Marilynes consagra el arte en serie vuelto mercancía, hecha para gustar, pero también para perturbar, un objeto socialmente deseable. Por otro lado, cada una de estas piezas es una variación, añade algo a la imagen que se ha convertido auténticamente en “icono” del mundo laico que consagra a Warhol. Yo soy un artesano, dijo en alguna entrevista, es decir, alguien con oficio. Su definición del trabajo es modesta pero justa y no difiere del que cualquiera realiza y por el que merece remuneración.

Esta actitud le valió la opinión de ilustrador comercial, un artesano al servicio de la publicidad, pero su obra no solo interesa al gran público sino también a los críticos e historiadores del arte del siglo XX como capítulo imprescindible de la modernidad occidental. Un cuarto de siglo después de la última fiesta warholiana, bien merece celebrar otra para reflexionar por qué la obra de Warhol es contemporánea y relevante. Recientes exposiciones en Londres y en París expresan el interés actual hacia una obra que no ha envejecido. Se diría que hay un renacimiento en el interés por Warhol, una apreciación renovada.

A una pregunta sobre su trabajo en The Factory, Warhol comenta: estamos jugando, nada más. La reportera insiste en que eso es trabajar. Cualquier trabajo que agrade es un juego, dice Warhol. Es una concepción lúdica que juzgada de acuerdo con la distinción de Walter Benjamin entre la obra de arte y la mercadería, suena fútil. Desde esa perspectiva sus piezas son desalmadas, no son singulares, aunque tan diversas entre sí que cada una produce efectos distintos y únicos. La imagen se repite, pero varía. Hay Maos de todos colores, porque Warhol quiere producir más en menor tiempo, es decir un ideal fordiano pop de trabajo en serie. No en balde su taller se llama “La fábrica”. Andy no aspira a la eternidad sino a la celebridad para vender mejor su trabajo, por eso le interesa protagonizar la época y desmitificar el arte y toda aspiración sublime y reemplazarla por la ley del menor esfuerzo. Warhol permanece indiferente ante los epítetos y su cultivado desapego aumenta su poder de seducción.

Los primeros dibujos recuerdan a Cocteau por su limpieza de trazo. Una línea ininterrumpida capta al sujeto o diseña una zapatilla dieciochesca para una revista de modas. Sus primeros retratos son una forma de seducción, ya que Andy conquistó dibujando a quienes de otra forma habrían sido sus enemigos. En el catálogo de la exposición, Judith Goldman apunta que los dibujos muestran quién era, pero también quién llegaría a ser. Permiten apreciar la valentía de Warhol para enfrentar al público con el homoerotismo. En los años sesenta el mundo era homogéneamente homofóbico, así que atreverse a hacer público el tema exigía coherencia y valor. Warhol nunca fue militante, pero su riesgo personal no desmerece. Andy es gay pero como solo él puede serlo.

Warhol propone la reproducción como un ejercicio meditativo que obliga a ver realmente. La misma imagen tiene cualidades distintas. Hay Marilyns melancólicas y Maos benevolentes como un gordo de vacaciones. Su impacto depende del reconocimiento y de su capacidad para sorprender y asociar. La repetición no solo hace más expedito y sencillo el proceso de fabricación, sino que también asegura su diseminación en el mercado.

La exposición muestra el proceso de un clásico que ha pasado por los filtros de las galerías y de la crítica, de una obra que hasta hace poco era materia de controversia y de cuya celebridad todos quieren un fragmento. Andy es el embalsamador de la cultura norteamericana. Su uso de imágenes abiertamente comerciales que incorpora en su trabajo de manera brutalmente directa renueva la percepción del objeto. La silla eléctrica es una representación siniestra que sin embargo es muy bella. La edición de 1971 filtra la imagen que repite en tintes sombríos y brillantes como la eléctrica en dorado y azul. La serie exige ser vista varias veces para admirar la evanescencia incandescente de la muerte. Es parte de un memento mori presente en la evocación hamletiana de Warhol retratado con un cráneo. Él mismo es un esqueleto.

Son imágenes de la fascinación de Warhol por la muerte, de la que el asesinato de Kennedy participa y abre una dimensión simbólica que en el catálogo tiene capítulo aparte, dedicado a comentar las imágenes fúnebres desde la belleza estática del cráneo de 1976 hasta la muerte conforme ocurre en los accidentes, en los suicidios, a causa de las fuerzas oficiales de represión, en los instrumentos de ejecución, en el peligro nuclear, en los linchamientos que definen una parte oscura de Estados Unidos y en la sombra ominosa del sida. La muerte sirve a Warhol para pasar revista a la cultura norteamericana y producir imágenes memorables como la calibre .22 de 1981. Warhol sabe lo efímero que es la existencia y lo cerca que la vida convive con la muerte.

Desde 1987, año de su muerte, la obra de Warhol ha tenido altas y bajas. Ahora alcanza precios estratosféricos, pero hubo piezas que no se vendieron en su momento. Todavía hasta fin de siglo era posible conseguir algún grabado suyo por unos miles de dólares, algo imposible hoy cuando la Marilyn azul alcanzó 195 millones de dólares en una subasta de Christie’s en 2017. El precio acompaña la estimación en la que se tiene a Warhol vuelto personaje y producto como el detergente, la imagen que mejor ilustra el objeto en el que coinciden artista y sociedad para crear una imagen esencial. Bajo las gafas obscuras hay una máquina calculadora.

Warhol fue también importante por películas como Flesh (1968), seguida de Trash (1969) y luego Heat (1972), filmes experimentales que lo situaron a la vanguardia del cine, donde Warhol infringió todas las reglas de la censura. Esas películas solo fueron exhibidas en salas específicas, pero su importancia en ampliar el horizonte de lo decible, de lo representable, es sustantiva. Acompañando a la exposición habrá proyecciones y pláticas sobre este aspecto de la obra warholiana.

Warhol forma parte de la cultura que admira y satiriza, que usa para cuestionar y modificar el territorio. Su obra es un homenaje irónico y lúdico a la cultura que lo alimenta y a la que da otro status, el símbolo que cohesiona una cultura. Los iconos warholianos no son solamente gustos personales, sino que definen y exponen, subvirtiéndola, la cultura de la que provienen. Warhol es testigo de la época y de los objetos que la resumen, mientras para Bacon la imagen fotográfica es el punto de partida del accidente. La amistad compartida con el fotógrafo Peter Beard vincula Three Times Out con Bacon, cuyo estudio fue trasladado en 1998 de Londres a la Hugh Lane. Se diría que se trata de un diálogo de dos grandes del siglo XX que la exposición, el catálogo y de manera permanente el estudio de Francis Bacon, documenta.

Si quisiéramos reducir a Andy Warhol a un rasgo, como el bombín y el bastón de Chaplin, sería su peluca, el alter ego que define un estilo y una identidad incómoda, un ser que admite todas las definiciones para reemplazarlas con otras. Según él, un freak. De su obra y de las colaboraciones con otros artistas y primordialmente con Jean-Michel Basquiat da cuenta Andy Warhol Three Times Out, una exposición fascinante por su expresión y energía, reveladora de cada faceta del artista y calibrada para articular la modernidad que ha dejado de ser desplegada en el espacio del museo, una obra cuyas preguntas siguen siendo relevantes. ~

Andy Warhol Three Times Out se presenta hasta el 28 de enero en la Hugh Lane Gallery de Dublín.

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