Foto: https://lopezobrador.org.mx/

Reconciliación sin complacencia

El llamado a la reconciliación postelectoral es, sin duda, necesario y responsable. Pero la búsqueda de la concordia no debe implicar asumir sin más las contradicciones en el grupo que llegar al poder.
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Escuchar la noche del 1 de julio a López Obrador, primero a las afueras del Hotel Hilton y más tarde en la plancha del Zócalo, fue muy emocionante: no tanto por el contenido de su discurso (porque en realidad buena parte de él consistió en enlistar sus propuestas, algunas ya convertidas en mantra, de campaña) sino por el entusiasmo que transmitían los ahí reunidos. 

La fiesta que se vivió esa noche era por partida doble: no solo había ganado AMLO; además, ¡el PRI se había desfondado! De hecho, a las once de la noche, cuando Lorenzo Córdova salió a dar los resultados del conteo rápido, la intensidad de los aplausos frente al anuncio de que José Antonio Meade, abanderado de la coalición Todos por México (PRI-PVEM-Nueva Alianza), recibía entre el 15.7% y el 16.3% de los votos, fue igual y quizá más catártica que cuando escuchamos el 53% de AMLO. Los resultados electorales se vivían como un logro colectivo, pero también como un triunfo y una revancha personal: “Yo soy parte de este movimiento que ganó y yo hice que cayera el PRI”.  Y ese sentimiento es el que explica las muchas “bromas” en redes sociales preguntando si los que se iban a ir del país se irán mañana o hasta que tome protesta el nuevo presidente.  

En los días que han seguido a la jornada electoral, conforme va quedando claro el arrollador “efecto López Obrador” en las gubernaturas que estaban en juego y en las curules del Congreso, el discurso de reconciliación de AMLO y de su grupo cercano empieza a ser cada vez más directo. 

 (Escuchar a partir del minuto 2:52)

Y es, sin duda, un llamado necesario, sensato y responsable. Pero leo también por ahí algunos llamados que, como parte de este espíritu reconciliador, invitan no solo a aprender a vivir con las contradicciones que implica la candidatura, ahora presidencia, de López Obrador (vapulear y desconocer durante años a las instituciones pero conseguir a través de ellas el registro de un partido político; decirse víctima de dos fraudes electorales pero cobijar bajo su ala a Manuel Bartlett; preciarse de ser el único candidato que no se reunió con el Frente por la Familia, pero aliarse con el Partido Encuentro Social; afirmar que la pobreza no es un problema estructural sino fruto de la corrupción, entre otras tantas) sino a asumirlas, idealmente sin conflictos. 

Y no. Creo que no hay que asumirlas ni dejar de estar en conflicto con ellas. La reconciliación no implica complacencia. Hay graves y profundas contradicciones en el grupo que llega al poder y que al contar, junto con sus aliados, con mayoría en ambas Cámaras (que por cierto serán las primeras en poder reelegirse), tendrá un enorme margen de acción, que incluye la posibilidad real de pasar reformas constitucionales.

Otorguémosles entonces el beneficio de la duda y no les regateemos logro alguno, pero no dejemos de cuestionar, preguntar, criticar y exigir. Una reconciliación sin crítica es solo un apego apasionado y ya en nuestra historia política tuvimos bastantes años de eso.

 

 

Pd. Por cierto, la reconciliación pasa por el desahogo. Así que si en verdad “les duele México” por haber elegido con abrumadora mayoría al próximo presidente, según el NYT, decir palabras soeces les traerá beneficios más allá de hacer uso de su colorido lenguaje. También puede ser catártico.

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Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.


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