López Obrador es el presidente más votado en los últimos treinta años. Su triunfo no solo representa la alternancia y un viraje hacia la izquierda, sino que expresa la voz de la mayoría de los mexicanos.
Andrés Manuel López Obrador aprendió de los errores de sus dos campañas anteriores. Entendió que necesitaba recorrer todo el país y contar con la infraestructura de un partido político que lo apoyara por completo. Desde 2006 viajó por los 2,462 municipios de México. En 2011 creó el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) como asociación civil para impulsar su candidatura y en 2014 logró su registro como partido político. Con confianza en los números que le daban las encuestas, llegó al 1 de julio sin amenazar a sus contrincantes ni acusar un fraude. Poco o nada parece quedar del López Obrador que en 2006 se proclamó presidente legítimo, que por 47 días mantuvo un bloqueo en Reforma y que en más de una ocasión hizo pública su desconfianza ante las instituciones.
La legitimidad la consiguió en las urnas, donde obtuvo el 52.9% de los votos, frente a 22.4% de Ricardo Anaya, 16.4% de José Antonio Meade y 5.1% de Jaime Rodríguez Calderón, según el último corte del PREP (estas cifras podrían tener variaciones mínimas después del recuento del 73.95% de los paquetes presidenciales).
Una vez que cerraron las casillas y se dieron a conocer los primeros resultados, en un gesto democrático e inédito, los contrincantes de López Obrador aceptaron su derrota. El primero fue Meade, quien agradeció a quienes lo apoyaron durante la campaña y le deseó éxito a su rival. Poco después, Anaya declaró ante los medios de comunicación que habló por teléfono con López Obrador para felicitarlo por su triunfo. Sin embargo, en su conferencia acusó, una vez más, a Peña Nieto de intervenir en las elecciones, pero aceptó que eso no manchó la victoria de su contrincante y señaló que su partido y él serán opositores en la agenda que no beneficie al país. Por su parte, el Bronco se mostró en desacuerdo con que la gente votara por los partidos políticos, pero respetó la decisión de la mayoría. En este sitio, Luis Antonio Espino analizó los discursos de concesión de los derrotados.
A diferencia de hace seis años donde los mexicanos nos fuimos a dormir sin saber quién sería nuestro próximo presidente, los resultados preliminares se dieron a conocer antes de la medianoche en boca de Lorenzo Córdova, el Consejero Presidente del INE. Minutos después, el presidente Enrique Peña Nieto felicitó a quien fue su contrincante en el 2012. Peña llamó también a la unión y a realizar una transición pacífica y transparente en beneficio del país.
El último en hablar fue el ganador. En su primer discurso, pronunciado en un hotel de la Ciudad de México, moderó el tono apasionado que lo caracteriza e invitó a la reconciliación, a poner por encima de los intereses personales, los intereses generales. Aclaró que durante su gobierno no habrá represión a las libertades, que gobernará para todos y que posee “la legítima ambición de pasar a la historia como un buen presidente”. Después se dirigió al Zócalo, donde miles de sus simpatizantes lo esperaban para celebrar su tan esperada victoria. Ahí dirigió un segundo discurso, más efusivo, donde remató con la frase “No les voy a fallar”.
La ola de Morena arrasó en los congresos locales y en el federal. López Obrador consiguió mayorías absolutas que le permitirían hacer cambios a la Constitución y nombramientos de los organismos constitucionalmente autónomos sin mayores obstáculos. Desde Carlos Salinas ningún presidente había contado con respaldo semejante.
Para Tatiana Clouthier, la mayoría en el Congreso no es un “cheque en blanco”, sino una manifestación del hartazgo hacia los abusos de la clase política. La coordinadora de campaña y ahora integrante de su equipo de transición nota un doble reto: para la sociedad, que debe exigir resultados, y para el gobierno de López Obrador que tendrá que cumplir sus promesas.
Ante este panorama, Enrique Quintana propone que la sociedad sea la necesaria oposición: “Las organizaciones de la sociedad civil, los órganos autónomos del Estado, los organismos empresariales, los medios, los organismos internacionales, los mercados, quizá no nos hemos dado cuenta aún de que nos cayó de golpe una enorme responsabilidad: ser el contrapeso de ese enorme poder”.
El virtual presidente electo ha puesto en marcha su plan de transición. Ayer por la tarde, se reunió por primera vez con el presidente saliente para hablar acerca de la renegociación del TLCAN, la situación económica y financiera del país, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y la reforma energética. Una vez que el TEPJF ratifique su triunfo, se volverán a reunir para trabajar en el presupuesto del 2019. Y dentro de tres semanas, López Obrador acompañará a Peña Nieto a Puerto Vallarta, a la reunión de mandatarios de la Alianza del Pacífico.
Por otra parte, el tabasqueño sostuvo hoy un encuentro con integrantes del Consejo Coordinador Empresarial, órgano con el que tuvo diferencias durante la campaña, para crear una agenda conjunta en beneficio de la competitividad y la estabilidad del país. Juan Pablo Castañón, presidente del organismo, declaró que el grupo que representa desea construir con el gobierno para que haya más empleos e inversión. Por su parte, López Obrador dijo que trabajará con los empresarios y que, a pesar de que cuenta con la mayoría en el Legislativo, no impondrá nada.
Aunque no se rompió el récord de participación –de los 89.1 millones de mexicanos que fueron llamados a votar participó el 63.4%, mientras que en 1994 lo hizo el 77%– el interés que estos comicios despertaron en la ciudadanía confirman la consolidación de una vocación democrática. Al respecto escribió Agustín Basave en El Universal: “México ha elegido a su próximo jefe de Estado y de gobierno. La representatividad democrática podrá estar en crisis, pero la democracia se reivindica y trueca en magia que acalla a sus detractores cuando la voluntad mayoritaria se impone contra la voluntad del régimen o el veto de una minoría poderosa”.
Las reacciones por el triunfo de López Obrador han sido positivas. Líderes de otros países expresaron su sentir con el resultado de las elecciones a través de las redes sociales. Donald Trump lo felicitó y le llamó por teléfono para acordar una reunión entre sus equipos de trabajo para tratar los dos temas principales de la agenda binacional: el TLC y la migración. La canciller alemana Angela Merkel le deseó fuerza, confianza y suerte y le propuso una reunión para dialogar. En América Latina, Nicolás Maduro y Evo Morales se mostraron especialmente entusiastas.
En el ámbito local, incluso, los expresidentes Salinas, Fox y Calderón se sumaron a las felicitaciones, a pesar de las diferencias que sostuvieron en el pasado y de que una de las promesas de campaña del tabasqueño es eliminar sus pensiones. Contrario a los pronósticos, los mercados se han comportado de manera favorable y no han resentido el cambio en el poder. Los diarios internacionales cubrieron la noticia en sus portadas bajo titulares que destacan la victoria de la izquierda, el fracaso del PRI y el hartazgo de la ciudadanía con la corrupción y la violencia.
Los retos para López Obrador son grandes. No solo tendrá que gobernar para aquellos que han depositado su esperanza en él, sino para los detractores que vigilarán sus acciones, como escribe Denise Dresser.
Después de estas elecciones, la geografía política del país se ha reconfigurado. Territorios que durante años habían sido gobernados por un solo partido ahora han conocido la alternancia. El triunfo de la izquierda en bastiones panistas –como el llamado “corredor azul” del Estado de México y algunas alcaldías del poniente de la Ciudad de México–, así como el bajo porcentaje de votos que obtuvo Ricardo Anaya, provocaron agitación al interior del PAN. Ahora, el excandidato presidencial tendrá que decidir si desea volver a la dirigencia.
El PRI fue el gran perdedor de estas elecciones: sus candidatos no consiguieron ninguna de las nueve gubernaturas que estaban en disputa, solo ganaron una alcaldía de la Ciudad de México, un senador y 42 escaños al Congreso. Incluso, Atlacomulco, municipio de donde es originario Peña Nieto, votó por Morena. Se trata del peor resultado en la historia del partido. Para los columnistas de El Universal, Peña Nieto resucitó al PRI en el 2012 y lo aniquiló en 2018. Mientras tanto, los partidos pequeños podrían quedar fuera del panorama político. Al no haber conseguido el 3% de los votos en los comicios federales, el Partido Encuentro Social (PES) y Nueva Alianza (NA) podrían perder sus registros como partidos políticos nacionales después de los cómputos distritales. No obstante, el PES mantendría a sus 55 diputados federales y 8 senadores, con los que integrarían una bancada mayor que la del PRI.