Kissinger acababa de ser nombrado Asistente de Seguridad por Richard Nixon y se dispuso a darle cuerpo a las audacias imaginarias, que no lo dejaban tranquilo. Decidió priorizar la visita a China, sí, la de Mao y Chou En Lai, la que atormentó con la brutal Revolución Cultural al mundo entero. La ocasión valía la pena, la banda de “los cuatro” había sido aniquilada y Chou era ahora el segundo del gran timonel.
Cargo de mucho poder, pero no especialmente atractivo –pensó Kissinger–, recordando la penosa historia de los “segundos” en la revolución china: Liu Shao Chi, Lin Piao y ahora Chou. Era verdad, pero el contexto cambió. Mao siempre confió en Chou e incluso lo salvó de la purga que le preparaban los feroces Guardias Rojos. Ahora sería su mejor aliado para devolverles el golpe y acercarse a los norteamericanos.
Mi experimentado amigo Diego Arria es gran conocedor de la política estadounidense, lo invoca para rechazar la notable propuesta presentada por Mike Pompeo para lograr un gobierno de transición no presidido por Maduro o Guaidó. La comunidad internacional recibió con fervor la oportuna iniciativa, lo mismo que la Asamblea Nacional ys Guaidó. No así Maduro ni, para mi sorpresa, Arria. No dudo de la habilidad y la probada cultura internacional de Diego, pero en este caso me parece que él y otros analistas inteligentes deberían pensar en el intrincado episodio del restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y China, protagonizado por cuatro grandes personajes: Nixon, Mao, Chou En Lai y Kissinger. Lo que hicieron en el más profundo de los secretos entonces es historia más que sabida actualmente.
Trump y Nixon son republicanos, hombres de derecha, no de izquierda, como llaman a los demócratas en Estados Unidos. En un momento salpicado de anécdotas, indirectas graciosas y lenguaje socarrón, Mao le dijo a Nixon: “Usted es un hombre de derecha y yo me siento inmensamente feliz de esta trascendental conversación. Los de izquierda ponen demasiadas ‘objeciones moralistas’, los de derecha son pragmáticos y sobreponen el interés de sus pueblos a sus vanidades personales. Por eso me entiendo mejor con la derecha que con la izquierda. Lin Piao no quería que negociáramos con ustedes.”
La muerte de Piao fue atribuida a un accidente aéreo en Mongolia Exterior, cuando huía de China, se apresuraron a aclarar Mao y Chou, probablemente para evitar otras explicaciones.
Preguntado Mao por qué había aceptado negociar la paz con el archienemigo norteamericano, respondió: “Las grandes potencias, y ambos lo somos, se guían por el interés de sus pueblos.”
En sus Memorias, Kissinger centra el análisis en esta palabra. China quería descongestionar las presiones que caían sobre ella, particularmente después de la reciente Revolución Cultural, y nada más efectivo para ello que solidificar las sorprendentes relaciones con quien, hasta ayer, había sido el peor de sus enemigos. El interés de Estados Unidos era flexibilizar su política exterior para disipar presiones internas.
Si a un demócrata occidental se le vedara negociar con dictadores comunistas, Nixon y Kissinger no habrían conseguido el enorme reconocimiento universal que derivó de sus estupendas conversaciones con Mao y Chou. Pero me interesa destacar el gran peligro que corrieron al montar tan extraordinario operativo. Con audacia y conocimiento de causa, dieron el paso que el mundo necesitaba.
Lo primero fue inventar un viaje al Pakistán del presidente Ayub Khan, en aquel entonces el más firme aliado de Estados Unidos en Asia. Enterado del viaje a China que se proponía el presidente Nixon, aprovecharon para hacerle una visita de reconocimiento por su desempeño pro occidental. Khan, ahora una pieza del juego que se montaba, inventó un viaje de descanso para Nixon en el norte de Pakistán, donde lo esperaba un avión que lo llevó a China. Ahí, Chou En Lai lo llevó a una lujosa casa de huéspedes, rodeándolo de asesores y servidores, mientras él, en cumplimiento de una agenda que ambos no quisieron interrumpir, iba a dar una declaración por televisión. Se habían abrazado efusivamente y esperaron a que Chou cumpliera su obligada agenda.
Para sorpresa de Nixon, en el discurso televisado Chou dijo: “¡China apoya a Vietnam contra las agresiones de la potencia imperialista más grande del mundo!” Y por ahí siguió, para desolación de Nixon. “¿Y ahora qué hago yo, prisionero en China? –pensó Nixon– Los periodistas liberales me van a despedazar. El impeachment lo tengo pintado en la frente.” Se fijó en lo chinos que lo rodeaban, que estaban mucho más nerviosos y sorprendidos que él, y les dijo: “¿Y ustedes de qué se ríen?
En ese momento se presentó Chou y le dijo a Nixon:
–“Muy bien, presidente, ahora sellemos nuestra histórica amistad.
–“Pero no es eso lo que insinuó en su discurso, Premier”, respondió Nixon.
–“¡Ah! Crea en lo que hago, no en lo que digo”, contestó Chou.
Frase esta cuyo origen se atribuyen muchos, pero, la verdad es solo esa, pertenece a Chou en la operación diplomática más extraordinaria emprendida por estos cuatro grandes personajes.
Es escritor y abogado.